Alemania

Una Venecia de opereta

J.G. Messerschmidt
jueves, 15 de marzo de 2007
Múnich, sábado, 10 de marzo de 2007. Teatro Gätrtnerplatz. Una noche en Venecia, opereta de Johann Strauss hijo con libreto de Friedrich Zell y Richard Genée. Dirección escénica: Ferruccio Soleri. Escenografía: Imre Vincze. Vestuario: Ute Frühling. Intérpretes: Wolfgang Schwaninger (Guido), Gunter Sonneson (Delacqua), Rotraut Arnold (Barbara), Gisela Ehrensperger (Agricola), Marianne Larsen (Annina), Michael Suttner (Caramello), Adam Sanchez (Pappacoda), Olivia Pop (Ciboletta), Hans Kitzbichler (Enrico Piselli). Solistas, Coro, Ballet y Orquesta del Teatro Gärtnerplatz. Dirección musical: Andreas Puhani
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En algunos aspectos esta producción del Teatro Gärtnerplatz es una de las más extrañas que pueden verse actualmente en los teatros muniqueses y, nos atreveríamos a decir, en los de casi toda la Europa Central.

Según los libretistas, la acción transcurre en Venecia, en el siglo XVIII. Inexplicablemente, al abrirse el telón no se ve ni un rascacielos en Hong Kong, ni el interior de una central atómica en ruinas por la que se arrastra una horda de marginados aquejados de síndrome de abstinencia; sino una plaza veneciana, un puente, canales, góndolas, palacios y personajes ataviados con atuendos setecentistas, los caballeros con peluca blanca y las damas con miriñaque.

Si hemos de creer a Strauss, se trata de una opereta, es decir, de una obra cómica, concebida fundamentalmente para divertir. A pesar de ello, la puesta en escena no intenta ser una reflexión subversivo-filosófico-existencial sobre pulsiones sexuales mal reprimidas y crisis de valores en la relación de pareja, ni se ocupa de las tensiones sociales entre una burguesía corrupta y un proletariado sometido a condiciones de vida denigrantes, etc., etc., como lógicamente habría sido de esperar en los tiempos que corren.


Fotografía © 2007 by Ida Zenna

Extrañamente, en esta puesta en escena Venecia es Venecia, el siglo XVIII es el siglo XVIII y la opereta es opereta. La explicación, sin duda, es que se trata de una versión ya añeja y que en estos días ha sido recuperada después de algunas temporadas de ausencia de los escenarios. Los decorados de Imre Vincze, sobre todo en los actos primero y tercero, producen una ilusión de verosimilitud (¡pero afortunadamente no de realismo en sentido estricto!) a la que ya no estamos acostumbrados y que por eso mismo resulta irresistible y refrescante.

Desgraciadamente, la dirección de actores ha sufrido modificaciones respecto a la versión que vimos hace algunos años, pues evidentemente se ha intentado 'actualizar' y 'revitalizar' los aspectos humorísticos de la pieza. El argumento original es, sin duda, banal, pero precisamente por ello y para evitar caer en el exceso, se lo debería tratar con sumo tacto, sin descuidar las tradiciones del género. En vez de esto, se ha cargado la mano sobre el humor más fácil y grueso, hasta llegar en algún momento a la vulgaridad. Es una pena, pues la producción ha perdido parte de su indudable encanto.


Marianne Larsen, Peter Umstadt, Marko Kathol y Olivia Pop
Fotografía © 2007 by Ida Zenna

En el ámbito musical los resultados son también desiguales. La orquesta se muestra perfectamente cohesionada y en excelentes condiciones técnicas, a lo cual ya nos tiene felizmente acostumbrados. Su director, Andreas Puhani, hace una versión chispeante y mucho más que correcta, con un muy cuidado trabajo en el plano tímbrico y buen dominio del género. Lo único reprochable es el volumen excesivo de la percusión, que casi echa a perder algunos pasajes. El coro está a excelente nivel y puede ya competir con el de le Ópera del Estado de Baviera.

Entre los solistas destaca Wolfgang Schwaninger (Guido), con una voz de proyección poderosa, noble línea melódica y rica dinámica. Olivia Pop (Ciboletta) y Michael Suttner (Caramello), cumplen con su función sin llegar a entusiasmar. Adam Sánchez (Pappacoda) no da todo lo que pide su parte, pues su voz apenas logra cruzar el foso y llegar a la sala. Tampoco convence Marianne Larson (Annina), cuyo instrumento acusa una falta de lozanía a veces exasperante. El resto del reparto, en el que sobresale la veterana Gisela Ehrensperger (Agricola), se desempeña con eficiencia.


Fotografía © 2007 by Ida Zenna

Así pues, una producción con altibajos, de la que algunos episodios dejan un recuerdo muy grato, como la serenata del coro al final del primer acto, musical y escénicamente de una belleza ingenuamente poética que llega a conmover y que muestra hasta que punto la opereta, si se la interpreta y escenifica correctamente, es un género artístico digno del mayor respeto.

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