Discos

La resurrección de Vranický

Federico Calabuig Alcalá del Olmo
viernes, 30 de marzo de 2007
Pavel Vranický: Sinfonía en Do mayor, op. 11 (c.1790). Sinfonía en do menor, sine op. (c.1800). Sinfonía en Re mayor, op. 36 (c.1800). Sinfonía en Re mayor, op. 52 (c.1805). Orquesta de Cámara Dvořák. Bohumil Gregor, director. Director de grabación: Zdenék Zahradnik. Ingeniero de sonido: Martín Kusák. Dos discos compactos DDD de 55:40 y 56:25 minutos de duración, respectivamente, grabados en el Rudolfinum de Praga (opp. 36 y 52, sine op.) los días 8 a 12 de septiembre de 1988 y en el Domovina Studio de Praga (op. 11) los días 4 y 6 de mayo de 1990. Supraphon SU 3875-2. Distribuidor en España: Diverdi
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La efemérides del 250 aniversario del nacimiento de Mozart celebrada durante el pasado 2006 ha servido, entre otras cosas, para rescatar del olvido a numerosos compositores coetáneos del genio salzburgués que habían pasado al ostracismo de la Historia, pues, aprovechando el rebufo de las enésimas grabaciones y reediciones de las obras maestras mozartianas, las casas discográficas han encontrado un hueco para invitar a aquellos aficionados más aventurados y deseosos de conocer nuevos horizontes a la escucha de las composiciones quizá más rutilantes de dichos compositores. Claro está que esas recuperaciones ofrecen resultados muy desiguales, pero en general han servido para demostrar que los genios no nacen aisladamente sino en caldos de cultivo saturados de buena música y de maestros e intérpretes cuando menos competentes.

Ya hemos tenido ocasión de referirnos en ocasiones anteriores a la recuperación de algunos de estos maestros contemporáneos del salzburgués (Clementi [ver Mundoclásico 10.05.06], Hoffmeister [ver Mundoclásico 12.04.06], Rosetti [ver Mundoclásico 16.06.06], Rejcha [ver Mundoclásico 02.03.07], etc...), poniendo de manifiesto la dicha de su recuperación. Habíamos aprendido que el clasicismo sinfónico vienés era en la Historia de la música una constelación constituida exclusivamente por tres soles (Mozart, Haydn y luego Beethoven), y ahora están apareciendo otras estrellas -¿fugaces?- reclamando un puesto en ese firmamento.

Estas apariciones deben hacernos repensar nuestra anterior concepción simplista para, tras examinar la realidad sin estrechos apriorismos, llegar a la conclusión de que los tres genios consagrados del sinfonismo clásico vienés no se desarrollaron, como casi parecía hasta hace bien poco, en un ambiente ayuno de competidores: además del ya citado Hoffmeister, a partir de ahora habremos de contar con Johann G. Albrechtsberger (1736-1809), Johann Anton André (Offenbach am Main, 1775-1842), Carl Ditters von Dittersdorf (1739-1799) Adalbert Gyrowetz (1763, Budejovice –1850, Viena), Leopold Hofman (1738, Viena-1793, Schlosses Rothlhotta), Johann Nepomuk Hummel (1778, Pressburg (Bratislava)-1837, Weimar), Joseph Leopold Eybler (1765, Schwechat-1846, Viena), Anton Franz Josef Eberl (1765, Viena-1807, Viena), Adalbert Gyrowetz (1763, Ceske Budejovice-1850, Viena), Jan Antonin (Leopold) Kozeluh (1747, Velvary-1818, Viena), Joseph Myslivecek (1737, Horní Sárka-1781, Roma), Karl von Ordonez (1734 ? Moravia-1786, Viena), Ferdinand Ries (1784, Bonn-1838, Frankfurt am Main), Josef Antonin Stepan (1726, Kopidlno-1797, Viena), Jan Krtitel (Johann Baptist) Vanhal (1739, Nechanice-1813, Viena), Josef Weigl (1766, Eisenstadt-1846, Viena) y muchos otros.

Las grabaciones que hoy nos ocupan constituyen, en la misma línea, otra buena nueva: la resurrección de Pavel Vranický (1756, Nová Řiše-1808, Viena) y con él la de parte importante del sinfonismo vienés.

Desde 2006 Pavel Vranický no será ya un mero nombre en el sinfonismo clásico vienés ni tampoco el menor entre sus miembros. Al aficionado se le ofrecen tres grabaciones que dan cuenta de esa resurrección: la histórica que nos ocupa, realizada en 1988-1990 por la Orquesta de Cámara Dvorák dirigida por Bohumil Gregor para Supraphon, fue la pionera y la más ambiciosa, al reproducir cuatro de las sinfonías del compositor representativas cada una de ellas de una etapa de su corpus; la grabación pasó desapercibida en la época de su lanzamiento inicial, quizá porque no había llegado su hora, pero ahora su relanzamiento constituye una fuente fundamental de conocimiento de la obra sinfónica del autor. La segunda grabación fue realizada en 2002 por la firma Chandos con los London Mozart Players dirigidos por Matthias Bamert para su serie 'Contemporáneos de Mozart', incluyendo sus op. 11 y 36, así como la op. 31. La última grabación ha sido lanzada en el 2006 por el sello CPO con la NDR Radiophilharmonie de Hannover bajo la dirección de Howard Griffiths, conteniendo la op. 52 así como la op. 31.

Como se ve, todas las grabaciones han tenido por objeto prácticamente las mismas composiciones sinfónicas, sin abrir el ámbito de conocimiento a piezas distintas, quizá porque las casas discográficas, por tratarse en todos los casos de las primeras grabaciones dedicadas por cada una de ellas al compositor que nos ocupa y, probablemente, seleccionando al efecto sus sinfonías más difundidas por haber sido editadas en su época, han preferido caminar por senderos seguros

Pavel Vranický nace en la región de Moravia del reino de Bohemia, cuna de tantos músicos, en el seno de una familia campesina que tiene a su cargo el servicio postal imperial en Nová Řiše. Recibe, junto con su hermano Antonín, educación musical en la escuela del monasterio Premonstratense de su localidad natal, estudiando órgano, violín, viola y canto. Con catorce años marchó a cursar estudios en la escuela secundaria (Gymnasium) que los Jesuitas regentaban en Jihlava, y de allí, encaminado a los estudios religiosos, se dirigió a Olomuc para estudiar teología, donde desarrolló sus estudios de violín, adquiriendo niveles de virtuoso. En 1776 decide viajar a la capital imperial para ingresar en el Seminario dirigido por los Jesuitas, donde debía acompasar estudios con la dirección del coro seminarista, momento en que germanizó su nombre por el de Paul Wranitzky o Wraniczky, según las fuentes, por el que ha pasado a ser conocido hasta la actualidad. En ese momento Vranický se apercibe de las oportunidades que ofrecía Viena a un músico prometedor y decide cambiar su destino y olvidarse de la tonsura. Pronto encuentra maestro para continuar sus estudios en Joseph Martín Kraus (1756, Miltenberg-1792, Estocolmo), el denominado “Mozart sueco”, Kapellmeister de Su Majestad Gustav III Rey de Suecia, que se encontraba temporalmente afincado en Viena. Se discute si en esta época fue también alumno de Joseph Haydn, existiendo la vehemente sospecha no constatada documentalmente, pues sí hay acreditación de que lo fue su hermano Antonín, también virtuoso violinista, que había seguido una trayectoria estudiantil análoga a la de Pavel.

Alrededor de 1780 Vranický encuentra su primer empleo como Kapellmeister del conde Jannos (Johann Nepomuk) Esterházy von Galantha (1748-1800), una rama nobiliaria de los Esterházy emparentada lejanamente pero diferente de la formada por los Príncipes (Fürst) de Esterháza en Eisenstadt, donde servía Haydn. En 1784 ingresa en la orquesta del Teatro Imperial de la Karntnerthor y un año después ya es su Direktor bei der Violine (Director desde el violín). Dos años después también es nombrado para el mismo puesto en el otro Teatro Imperial, el Burgtheater, que compaginará con el primero manteniendo relación con ambos Teatros Imperiales hasta su muerte. Su hermano Antonín le seguirá igualmente en su suerte, ingresando como violinista en las orquestas y sustituyéndole en su puesto a su muerte en 1808.

Su trabajo en los Teatros Imperiales permitirá a nuestro hombre interpretar piezas variadas de todos los compositores famosos de la época, con lo que ganará una impagable experiencia musical que le dará la suficiente confianza como para lanzarse a la composición. Al propio tiempo Vranický aprovecha la ocasión que se le brinda de alcanzar un puesto preeminente en el ambiente musical vienés de la época, y la explota acercándose a la Familia Imperial y alcanzando el cargo de secretario de la Tonkünstler-Societät, agrupación de auxilios mutuos entre músicos de la que era presidente Antonio Salieri (1750, Legnano-1825, Viena), la cual organizaba conciertos benéficos en interés de las viudas y huérfanos de sus miembros. En 1805, cuando ya se encontraba en la cúspide de su carrera organizó, junto al Vizekapellmeister de los Teatros Imperiales, su compatriota Adalbert Gyrowetz, los Adelige Liebhaber oder cavalier Konzerte (Conciertos para aficionados nobles y caballeros) de Viena.

La obra de Pavel Vranický es realmente extensa, de forma que cabe afirmar sin género de duda que su resurrección actual, que sólo permite vislumbrar una parte ínfima de la misma, puede calificarse de tímida. Según Milan Poštolka, su catalogador, nuestro autor compuso no menos de 51 sinfonías, la mayoría de ellas en los cuatro tiempos clásicos con una previa introducción lenta y de duraciones aproximadas propias de las últimas composiciones de Haydn o Mozart, lo que evidencia lo prolífico de la obra del moravo. También compuso no menos de 56 cuartetos para cuerda, la mayoría en el formato parisino de tres tiempos, además de tríos y sextetos y otras composiciones de cámara. En atención a su puesto profesional creó no menos de 21 obras para la escena entre óperas, singspiel, operetas y ballets.

Sus obras más famosas en vida fueron, precisamente, estas últimas, debiendo destacarse entre ellas Die Waldmadchen, sobre el tema rousseauniano del niño salvaje, uno de cuyos temas inspiró unas Variaciones compuestas por Beethoven (WoO71) y, sobre todo, el singspiel Oberon sobre el tema shakespeariano de El sueño de una noche de verano. Su éxito arrollador a partir de su representación en Frankfurt con motivo de la coronación imperial de Leopold II, que se mantuvo hasta que Weber compuso en 1826 su ópera homónima, movió a Schikaneder a encargar a Mozart otro singspiel sobre tema de hadas y genios, encargo del que resultó Die Zauberflöte (K.620). La obra mozartiana presenta hasta tal punto ciertas semejanzas con la obra pretérita de Vranicky que Goethe, entusiasmado con aquélla, consideró tras la muerte del genio de Salzburgo que sólo Vranický sería capaz de producir una segunda parte a su altura, por lo que en 1796 pidió su ayuda de forma vehemente a nuestro hombre con tal fin, pero éste no atendió la solicitud, ignorándose las razones.

Vranický presenta otra nota biográfica harto singular. Como director de los Teatros Imperiales es lógico que Vranický conociera e interpretara la música sinfónica de los tres 'soles' clásicos vieneses, Haydn, Mozart y Beethoven, al ser éstos los compositores más respetados y admirados del momento. Pero su relación con los tres maestros del clasicismo va más allá: es una de las pocas personas (otra fue el Baron van Swieten) que pudo conocerlos y contar con su amistad. Con el primero ya hemos dicho que le unió una posible relación de maestrazgo y también una más que posible influencia para el logro de su primer trabajo. Vranický se ganó el afecto del maestro de Rohrau obteniendo para él en 1787 la aceptación de su ingreso, largamente solicitado, a la Tonkünstler-Societät. Su amistad y admiración recíproca se manifestaron cuando Haydn insistió a Vranický para que éste se encargara del estreno de su cantata profana Die Schopfung en 1799.

Beethoven también trabó amistad con el moravo, de quien admiraba las dotes directoriales, como lo demuestra que le encomendara la dirección del estreno de su Sinfonía nº 1 en Do mayor (Op. 21), que tuvo lugar el 2 de abril de 1800 en el Burgtheater. Su amistad está profusamente documentada en las memorias de Carl Czerny, discípulo del de Bonn.

Finalmente, la relación amistosa de Vranický con Mozart trae causa de su común pertenencia a la misma logia masónica vienesa Zur Gekrönten Hoffnung (Hacia la culminación de la esperanza), para cuyos actos ambos compusieron música de circunstancia. Su amistad y admiración hacia el genio austríaco llevó a Vranický, tras la muerte de aquél, a actuar como valedor de su viuda Constanze ante el editor Johann Anton Andre (Offenbach 1775-1825), a quien encomendó la edición de La Flauta Mágica, Las bodas de Fígaro, diversos conciertos para piano, cuartetos y la serenata Una pequeña música nocturna.

El acercamiento de Vranický a la Familia Imperial de los Habsburgo fue insistente a lo largo de su vida, conocedor, sin duda, de que en la Viena de finales del XVIII el favor de aquélla podía garantizar la seguridad y estabilidad económicas que los compositores ambicionaban para poder dedicarse de lleno a la composición. La manera en que Vranický intentó ese acercamiento es harto peculiar, aunque no fue el único compositor que la practicó. Consistió en componer y dedicar piezas musicales, fundamentalmente sinfónicas, con motivo de efemérides nacionales o atinentes a los miembros de la Familia Imperial para ganarse su aprecio y consideración. El proceso era interactivo: se comenzaba componiendo piezas sin encargo y dedicándolas u ofreciendo su interpretación, y éstas generaban en sus destinatarios, si gustaban, las peticiones de otras para las siguientes ocasiones. Vranický es conocido por sus sinfonías para las grandes ocasiones, pero en la mayoría de los casos desconocemos si fueron obra de su iniciativa o resultaron de un encargo. Así, cuando el Emperador Joseph II pacificó la rebelión húngara de 1790 Vranický escribió su sinfonía Para la alegría de la Nación Hungara Op. 2, que se interpretó, como su singspiel Oberon, en la coronación imperial de Leopold II. Otro tanto cabe decir de su Gran Sinfonía con ocasión de la coronación de Franz II como Emperador Op. 19, compuesta para dicha efemérides de 1792. En 1799 Vranický compuso otra Sinfonía para los esponsales del Archiduque Joseph con la Gran Duquesa Alexandra Paulovna, con ocasión del enlace del hermano menor del Emperador austríaco con la hija del Zar de Rusia. El mismo año compuso para su antiguo empleador, el Conde Esterházy von Galantha, otra sinfonía nupcial, la Op. 37, para la celebración de la boda de su hijo, el Conde Miklós Esterházy, con la Marquesa de Roisin.

Pero quizá su pieza sinfónica de ocasión más famosa es la Grande Sinfonie caractéristique pour la paix avec la Republique Françoise Op. 31, compuesta con motivo de los Tratados de Leoben y Campo Formio de 1797 entre el Imperio y la Francia Republicana de Napoleón, en la que Vranický -siguiendo la moda de la sinfonías revolucionarias, en un ejercicio de música programática romántica avant la lettre, describe el paseo de Louis XVI al cadalso introduciendo en Viena, al menos cinco años antes de que el genio de Bonn haga la propio en su archiconocida Eroica, la novedad de que el movimiento lento constituya una marcha fúnebre. La sinfonía no llegó a estrenarse en Viena, porque el rápido cambio de las circunstancias políticas motivó un distanciamiento entre los Estados firmantes, y la consideración autocrática de Franz II sobre la inconveniencia de exaltar el ánimo de los grupos austríacos revolucionarios y liberales llevó a su rápida prohibición por Decreto Imperial; sin embargo, tuvo inmediato éxito fuera de las fronteras austríacas y proliferaron sus ediciones e interpretaciones.

Con ocasión de comentar las grabaciones que nos ocupan, algunos críticos actuales todavía atribuyen a Vranický un valor musical menor. A ello quizá haya contribuído el culto de la musicología romántica por los titanes postbeethovenianos, pues, salvo el caso aislado de Mozart, aquélla despreció la obra de los demás maestros del estilo galante y clásico. Es ejemplificativa de ello la opinión del musicólogo alemán Wilhelm Heinrich von Riehl (1823, Biebrich-1897, Munich), quién, en su Die Deustche Arbeit, opinó así de nuestro autor: “En sus composiciones de mayor estilo Wraniztky sólo ofrece pan moreno (segunda calidad)”. Sin duda alguna esa opinión extendida durante el siglo XIX provocó el ocultamiento de la obra de Vranický y de muchos de sus contemporáneos durante casi dos siglos, y su tímida resurrección actual, que sólo permite vislumbrar una parte ínfima de aquélla, permite todavía el prejuicio.

Pero esas opiniones no eran las más extendidas a principios del siglo XIX. Fètis todavía opinaba que “la música de Wraniztky estaba de moda cuando fue una novedad gracias a sus melodías naturales y a su estilo brillante. Trataba a la orquesta con corrección, especialmente en sus sinfonías. Recuerdo que, en mi juventud, sus trabajos aguantaban bien la comparación con los de Haydn. Su actual desaparición prematura ha sido para mí causa de asombro”.

Tampoco la opinión despectiva de la música de Vranický es compartida por aquellos musicólogos que han tenido la oportunidad de estudiarla. El musicólogo americano Ron Drummond, especialista en Pavel Vranický y en Antonin Rejcha (1770, Bonn-1836, París), ha escrito, a propósito del primero, que “puedo afirmar con plena convicción que los logros de Vranický como compositor de cuartetos para cuerdas son de mayor alcance, incluso, que los de Mozart. En interés de no ser malinterpretado déjeseme aclarar: simplemente que las potencias de Vranický empequeñecen las de Mozart, y aunque la calidad de las producciones de cada uno es tan elevada, Vranický gana por claros números”.

Las grabaciones de las sinfonías de Vranický que motivan estas líneas no incluyen, como las otras dos grabaciones más modernas referidas, una interpretación de la Grande Sinfonie caractéristique pour la paix avec la Republique Françoise Op. 31, pero a cambio nos ofrecen una panoplia más completa de la evolución estilística del compositor desde sus primeros años de dedicación creativa sinfónica, alrededor de 1790, con la op.11, pasando por las obras de plenitud del último lustro del XVIII, con la op. 36 y la sine op., y concluyendo en su composición final de este tipo, la op. 52. Todas las sinfonías interpretadas, excepto la op. 11, responden al mismo modelo clásico en cuatro movimientos rápido-lento-minueto-rápido, en el que el primero es preludiado por una introducción lenta bajo el modelo haydniano y se construye sobre la forma sonata, el tercero puede ser sustituido por un 'Allegretto' con expresión scherzante, como en la sine op., o por una 'Polonese', como en la op. 36, y el último suele presentarse en forma de 'Rondò'.

Las músicas étnicas, las 'Polonese' o las 'Russe', en franca moda en la Viena de la última década del siglo XVIII, fueron muy utilizadas por Vranický bien como nota folklórica -otra característica primo-romántica- bien como homenaje al parentesco o ascendencia del homenajeado o dedicatario de la pieza. Las tonalidades son mayores, y cuando excepcionalmente no lo son, no se trata de aquéllas que oscurecen o entristecen el discurso musical, siempre vibrante, eufórico y ayuno de traslucir estereotipos sentimentales románticos: Vranický fue un convencido clasicista salvo en sus últimas composiciones de cámara.

No es la Sinfonía en Do mayor op. 52, a pesar de ser la última pieza sinfónica de nuestro compositor, la obra de referencia para descubrir las habilidades compositivas de Vranický en el empleo de las masas habituales para la época, porque su diseño responde más al modelo de sinfonía de cámara. La Sinfonía op. 52 fue publicada por el editor André de Offenbach en 1804-5 junto con sus hermanas -no llevadas todavía al disco- la Sinfonía en Sol mayor op. 50, y en La mayor op. 51, con la indicación de que sólo las cuerdas, oboes y trompas eran precisos para su interpretación, pudiendo omitirse las intervenciones de flautas, clarinetes, fagotes, trompetas y timbales. A esta instrumentación reducida responde también la construcción musical, soportada por la cuerda -sobre todo por los violines- con intervenciones de apoyo de la madera y de contrapunto o acompañamiento de la cuerda grave, lo que decanta descaradamente la pieza hacia construcciones basadas en alegres temas o frases 'cantabiles' del más puro clasicismo, totalmente alejadas del universo vehemente del ya pujante romanticismo beethoveniano. Por eso, a nuestros oídos la sinfonía suena, para la época y lugar en que se compuso, estrenada ya la Eroica, como una obra estilísticamente superada. Sin embargo, algunas características denuncian su fecha de composición, tales como el 'Adagio maestoso' introductorio, más solemne y profundo de lo que fue habitual en sus composiciones anteriores, la atribución de la exposición temática a las cuerdas graves en algunos momentos, como en la recapitulación del 'Adagio', o el empleo de los metales y timbales opcionales para funciones que escapan de la mera acentuación o resalte de las frases, como en el trío claramente marcial del 'Menuetto'. Tampoco debió parecerles una pieza desfasada a sus coetáneos, pues el notable número de ejemplares de sus ediciones encontrados en las bibliotecas de toda Alemania evidencia su excelente acogida, sin duda por su atractivo melódico, su excelente hechura y, sobre todo, su versatilidad para conjuntos menores de pequeñas cortes o grupos amateurs.

La Sinfonía op. 11 es claramente una sinfonía de primera época, en la que Vranický, al modo italiano, aún prescinde del 'Menuetto', pero en la que ya anticipa las características de su arte: temas cantabiles y alegres confiados a los violines, intervenciones de contraste o de apoyo de maderas y cuerdas graves, construcción clasicista depurada siguiendo la forma sonata, uso inteligente de la modulación, instrumentación variada y rica y textura compleja por duplicación de líneas melódicas. De entrada, aunque tanto los temas del inicial 'Allegro' assai, con cierto velo de seriedad, como los del 'Presto' final son claramente propios, la impronta de Mozart en esta pieza de Vranický es indiscutible, pues basta escuchar su 'Grave' inicial o el lirismo del tema principal del 'Adagio' o la teatralidad del 'Presto' final para retrotraernos al Don Giovanni. Otras improntas ya se atisban también, pues en el 'Allegretto' encontramos ecos de Haydn en la fina ironía juguetona y de Rosetti en el sabio empleo de los vientos, y en el movimiento final apuntes depurados de canciones populares.

Aunque la op. 11 anticipa su maestría, son la Sinfonía en Do menor sine op. y, sobre todo, la Sinfonía en Re mayor op. 36 las que constituyen los modelos del mejor y más desarrollado Vranický, donde se perciben plenamente sus capacidades sinfónicas y se delatan sus claras influencias. Los universos de Mozart y Haydn son tan evidentes en sus pentagramas que basta escuchar cada movimiento para adjudicarle un inspirador. Así, siguiendo su op. 36, quizá la sinfonía más conseguida de todas las representadas en la grabación, su 'Adagio.Allegro molto' inicial respira del divino salzburgués, comenzando por el tema principal, sencillo y juguetón, que aún presentando melodía propia, podría haber sido cantado por cualquier ‘Cherubino’, seguido por sus transiciones en tutti entre los dos temas, que parecen directamente salidas de la obertura de Las bodas de Figaro, y finalmente por su coda, donde el empleo de metales y violines no puede ser más mozartiano. La 'Russe-Allegretto' que le sigue es, por el contrario, de factura haydniana, pudiendo haber figurado, sin mácula, en cualquiera de las sinfonías parisinas del de Rohrau, singularmente en la Sinfonía nº 83 'La gallina', a cuyo 'Andante' casi plagia en la transición del primer al segundo tema al reproducir el uso contrapuntístico que aquél hace de los fagotes en imitación de la gallinácea. Escúchense en este movimiento su segundo tema alla marcia o los desarrollos, y no podrán por menos que concluir con quien suscribe que Vranický fue a la escuela de Haydn, porque la ironía, el melodismo y la danzabilidad están plenamente presentes en conjunción afortunada.

En la 'Polonese' que sigue tenemos otro universo que evidencia la versatilidad de Vranický, porque aquí los ecos del tema extraordinariamente galante, adornado su desarrollo de orquestación nuevamente haydniana, conducen directamente a Boccherini ¿Conoció el moravo la música del compositor de cámara del Infante Don Luis? (es probable dada la difución europea de Boccherini). Si no lo hizo, la capacidad de coincidencia es sencillamente increíble. El 'Finale', con las maderas y metales a capella, recuerda a las serenatas de viento nuevamente mozartianas, pero la tonante llamada de los clarines para iniciar el 'Allegro' conclusivo es de factura propia y los diálogos cuerda-madera-metales que subsiguen, al exponer el estribillo y estrofas del mayestático 'Rondò', vuelven a recordarnos a Haydn en la libertad de la instrumentación y a Mozart en el sentido teatral de sus intervenciones.

Claro está que tanta referencia no hace a las obras sinfónicas de Vranický meros pastiches o mosaicos de reproducciones de las músicas de otros, porque, además de un vasto conocimiento de las posibilidades orquestales -Vranický es un excelente orquestador-, siempre anida detrás un poso propio e inconfundible: nuestro hombre recuerda en numerosos momentos a Haydn y a Mozart (y a Boccherini, como hemos visto), pero siempre es él, siempre tiene una impronta propia, que se plasma en la vivacidad y alegría de los temas, en la coloración orquestal y, sobre todo, en el acusado empleo polifónico y contrapuntístico de las voces. Éste recuerda, mutatis mutandi, la forma en que casi un siglo después Johannes Brahms doblará y contrapondrá las voces de los instrumentos solistas o las líneas melódicas de los diversos grupos intervinientes en sus Serenatas y luego en sus Sinfonías. En Vranický no hay voces solistas puras, ni líneas melódicas desnudas, sino voces dobladas, contestadas o apoyadas y líneas en diálogo, en refuerzo o en contraposición, generándose así un magma sonoro en el que la diferenciación de planos, la claridad expositiva de las líneas y la perfecta articulación entre instrumentos y grupos orquestales se hace imprescindible para no emborronar el discurso. Esa complejidad orquestal es, quizá, su principal seña de identidad y constituye su signo distintivo que mejor anuncia la arribada del Romanticismo que ya se respiraba en la Viena de las dos décadas a caballo del cambio de siglo.

Debemos, pues, a Supraphon el honor de ser la casa discográfica que ha encabezado la recuperación de su compatriota Vranický para los aficionados modernos, así como el acierto en la selección representativa de su corpus sinfónico realizada con tal fin. También lo es el haber escogido para la tarea a Bohumil Gregor, un maestro recientemente fallecido que es poco conocido en nuestro país y de cuyo trabajo nos han quedado pocas grabaciones -básicamente de Dvorák y, sobre todo, de Leos Janacek, del que era un especialista-, todas para el mismo sello. Nuestro hombre, nacido en Praga, estudió contrabajo en el Conservatorio de la capital checa y fue contratado como tal en la Ópera del Estado después de la Segunda Conflagración Mundial. Animado por su maestro, el famoso Karel Ancerl, se atrevió a dar el paso de ofrecerse como répétiteur en su propio teatro, debutando en 1948 y compaginando a partir de entonces esa vocación con su atril de instrumentista. De allí saltará, en dedicación exclusiva, a la titularidad sucesiva de los Teatros de Brno y Ostrava, donde se formará como kapellmeister de foso y su fama se extenderá. En los cincuenta fue llamado a dirigir Janacek (El caso Makropoulos) en la Real Ópera de Estocolmo y el éxito resultó tal que le ofrecieron un contrato estable por cuatro años, pasando después a ser Director titular de la Ópera de Hamburgo y a debutar en la Ópera Nacional de Washington, siempre con obras de Janacek. A partir de entonces desarrolló una carrera internacional en fosos de teatros de ópera de Estados Unidos y Europa occidental, volviendo ya en 1999 a la Ópera del Estado en Praga, pero ahora para ser su Director titular. Falleció el 4 de noviembre de 2005, por lo que esta reedición hace las veces de homenaje al maestro desaparecido.

Gregor era, a la vista de los resultados de la grabación comentada, indudablemente un kapellmeister de foso de la vieja escuela. Como tal, esperaba que las huestes por él dirigidas rindieran versiones esencialmente líricas, donde el fraseo melódico fuese cantable y las diversas voces de la orquesta se escucharan y apoyaran recíprocamente. El conjunto bajo su batuta debía cantar, y así se le escucha. No se trata de versiones estilísticamente ajustadas a los conocimientos actuales, ajenas totalmente al universo historicista que predomina actualmente, sino de interpretaciones tradicionales de las obras clásicas ajustadas al buen gusto musical centroeuropeo de los ochenta del pasado siglo. Pero no importa, pues las versiones de Gregor resisten con nota su comparación con otras más modernas, más ligeras y etéreas sí, dinámicamente más incisivas también, pero donde los ritmos vivos más acusados y los fraseos más acuciados ocultan el trabajo polifónico de las diversas voces y líneas melódicas y la riqueza de su lirismo cromático y tímbrico.

Si se acerca a estas piezas por primera vez, no dude que Gregor es la mejor opción. El maestro contó para ello con la excelente y entonces recientemente fundada 'Dvořakův komorní orchestr', formación de cámara creada por la concertino Vladimira Válka para interpretaciones de estudio, radio y televisión e integrada inicialmente por músicos de la Orquesta Sinfónica de Radio Praga. Pronto amplió sus miembros para pasar a denominarse 'Dvořakův Symfonický orchestr', siendo la orquesta residente del Festival operístico de Bad Hersfeld en Hesse (Alemania). Desde 2002 Tomas Rehak es su director titular .

El Rudolfinum es la gloria de las salas de concierto praguenses, sede de la Orquesta Filarmónica Checa y uno de los auditorios decimonónicos más bellos y de mejor acústica del mundo. Tiene una ligera reverberación que dota a las interpretaciones de mayor amplitud y permite por ello una escucha excelente en todo su aforo, incluso cuando las dinámicas son reducidas. Sin embargo, en piezas de cierta complejidad polifónica y contrapuntística exige un trabajo adicional de control de las dinámicas y de claridad de planos para evitar que los mismos se confundan y la interpretación se emborrone. No resulta, por ello, el lugar ideal para la grabación de composiciones de dichas características, salvo que los ingenieros de sonido se luzcan. No es el caso de las grabaciones que comentamos, donde los ingenieros de Supraphon no estuvieron a la altura que la ocasión merecía, especialmente en los movimientos rápidos y de orquestación más masiva. Aunque ello constituya un borrón de estas grabaciones, es el único, y en todo caso no impide disfrutar de la excelente música de Gregor nos ofrece.

El cuadernillo contiene un breve comentario introductorio sobre la vida de Vranický y sobre la op. 52 en los tres idiomas clásicos, sin ofrecer una explicación, ni siquiera referencial, de las otras tres sinfonías interpretadas, pero como se trata de una serie económica tampoco nos parece una objeción trascendente.

La conclusión de cuanto hemos apuntado no puede ser otra que la recomendación efusiva de las grabaciones comentadas, tanto por la calidad de las obras interpretadas como por el buen hacer de Gregor. Después de su escucha, la resurrección de Vranický nos parece tímida y nos sabe a poco. ¿Estará Supraphon interesada en abrir más la puerta al conocimiento de su compatriota? Lo esperamos sinceramente.

Este disco ha sido enviado para su recensión por Diverdi.

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