España - Andalucía
¡Todos a leer!
Pedro Coco
Estrenada hace poco más de un año en el Teatro Real, la Dulcinea de Mauricio Sotelo surgió con el ambicioso proyecto de dar a conocer mejor a los niños el universo de Don Quijote de la Mancha, en la temporada que celebraba los cuatrocientos años de la novela de Miguel de Cervantes. Para ello, y en propias palabras del compositor, se crea "un inmenso mar plagado de imágenes que navegan hacia nosotros o desde nosotros", entre las que quizás podamos reconocer canciones infantiles, o guiños a composiciones clásicas como Los Planetas de Holst o La condenación de Fausto de Hector Berlioz.
Con una orquesta formada por cinco músicos, un teatro de casi dos mil localidades y las características del Maestranza, no parece ser el mejor medio para presentar esta ópera, donde incluso fueron necesarios los sobretítulos, tanto en los momentos de canto como en los declamados. Así, el joven público, al no enterarse muy bien de las diferentes aventuras de Don Quijote y no sentirse seducido por una música que en la mayoría de los casos demandaba pianos, perdía el interés. No habría venido mal usar micrófonos, pues precisamente en el momento en que el Cervantes virtual, Javier Ibarz, daba a los niños el mensaje amplificado sobre la importancia de leer, fue cuando se apreció el mayor silencio en la sala.
Quizás sea cierto que los más jóvenes no están ‘contaminados por géneros ni criterios estéticos’, y que ‘son capaces de entender la abstracción’ aunque pueda no parecerlo, pero quien esto suscribe duda seriamente sobre el posible éxito de un proyecto que plantea un acercamiento a la ópera o la lectura con estas armas.
De los cantantes, seguramente más cómodos en otros menesteres líricos como la zarzuela para Beatriz Lanza -seguramente por su experiencia en este terreno proyectaba mejor que ninguno la voz hablada- o la música antigua para el prometedor contratenor José Hernández Pastor, poco podemos reseñar más que su gran empeño teatral, porque resultaban a menudo inaudibles en un medio tan hostil para ese tipo de voces como el coliseo sevillano.
La producción, brillante y colorista, estuvo llena de ideas felices, desde los dos paneles que a modos de libro abrían a los espectadores el mundo ideal de Don Quijote, al cuidado y siempre lleno de detalles vestuario de Jesús Ruiz, pasando por los ágiles cambios de escena y los numerosos e imaginativos efectos que servían a los actores para conducirnos por la cueva de Montesinos, los molinos, o los rebaños y galeotes.
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