Discos
A solas con Beethoven
Alfredo López-Vivié Palencia
Ludwig van Beethoven: Concierto para violín y orquesta en Re mayor, op. 61; Sonata para violín y piano nº 9 en La mayor, op. 47 ‘À Kreutzer’. Isabelle Faust, violín; Alexander Melnikov, piano. The Prague Philharmonia. Jirí Belohlávek, director. Dirección artística: Martin Sauer; toma de sonido: Philipp Knop. Un disco compacto DDD de 75 minutos de duración, grabado en el Rudolfinum de Praga en abril de 2006 (Concierto), y en el Teldex Studio de Berlín en mayo de 2006 (Sonata). Harmonia Mundi HMC 901944
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Antes de escucharlo, ya había algo en este disco que me llamaba la atención: por una vez, en la carátula no hay fotografías de los intérpretes (Jirí Belohlávek no es un tipo fotogénico, pero Isabelle Faust y Alexander Melnikov sí lo son, y mucho), sino un retrato del compositor, concretamente uno de los que hizo al aguafuerte Ernst Pickardt (1876-1931), mostrando a un Beethoven sereno y grave, pero con un inmenso poder de atracción. Y además los caracteres más grandes se reservan para el título de la obra: 'Violin Concerto'. Convendrán ustedes conmigo en que ni lo uno ni lo otro suele ser la norma del mercado discográfico de un tiempo a esta parte. Por más que, también por una vez, diría que los intérpretes de este disco merecen compartir la portada con el autor: porque tampoco ha sido norma -desde ese mismo tiempo y hasta esta misma parte- escuchar unas interpretaciones tan respetuosas con lo escrito y a la vez tan imaginativas respecto de lo no escrito, de estas dos obras capitales de la literatura violinística. De manera que, después de escucharlo, este disco no sólo llama la atención por fuera, sino también -y muchísimo- por dentro.
La introducción orquestal del Concierto para violín muestra a la Prague Philharmonia en plena forma beethoveniana, ágil, nerviosa, atlética, vibrante, rotunda; y a Jirí Belohlávek (Praga, 1946) -fundador del conjunto en 1994- como un maestro que ha adoptado los criterios renovados de las interpretaciones clásicas en las orquestas de instrumentos modernos -cuerda en 8/6/5/4/3, tiempos ligeritos, muy poco vibrato-, pero sin radicalismos; o, mejor dicho, con los radicalismos que siempre han valido la pena, antes y después del movimiento historicista.
Es decir, Belohlávek prima la sensación de avance imparable, a veces trepidante, pero nunca a costa de la claridad sonora; y también tiene ideas propias para nuevos acentos y dinámicas que no están en los papeles, pero que le sientan de maravilla a la obra porque no son estrambóticos. Y, por supuesto, sabe acompañar. El resultado es de una cohesión, de un refinamiento y de una seriedad a prueba de bomba, y la maravillosa acústica del Rudolfinum pone la guinda para que se acabe de disfrutar sin fisuras de una orquesta que suena muy, pero que muy bien: los fagotes en el célebre episodio a mitad del primer tiempo (10’23’’ en adelante), los pizzicati del ‘larghetto’ (5’07’’), la impresionante cuerda grave después de la última cadencia en el ‘rondò’ (6’45’’).
Está claro que la alemana Isabelle Faust (Esslingen, 1972) no sólo comparte ese concepto, sino que lo ensalza, para mayor gloria de Beethoven y para la suya propia, al comprender que esto no es un concierto de fuegos artificiales (Beethoven reservó las cuerdas dobles para el último movimiento), pero sí un concierto para virtuosos, en el mejor sentido de la palabra: su toque es firme y decidido, pero también es cantable cuando que puede, su articulación es intachable, y siempre, siempre resulta elegante en el fraseo (su instrumento, un Stradivarius de 1701, suena en sus manos a gloria bendita).
Nada se dice en la carpetilla al respecto (cosa rara en una casa tan seria como Harmonia Mundi), pero Faust toca en el primer movimiento la cadencia con timbal que Beethoven escribió para la transcripción al piano de la obra, adaptada por el gran Wolfgang Schneiderhan. No es una novedad, pero también es cierto que la que escribió Fritz Kreisler se ha impuesto como habitual; sí es original, en cambio, que además de las dos cadencias de inicio y cierre del último tiempo, Faust añada una más, brevísima pero elocuente, antes de que aparezca por segunda vez el tema del ‘rondó’ (2’05’’). Pero lo mejor es que en todas ellas Faust conserva el ambiente y el espíritu de la pieza.
La Sonata ‘Kreutzer’ es un asunto muy distinto. Esto es un duelo de titanes en toda regla, aunque aquí Faust y el ruso Alexander Melnikov (Moscú, 1973) dan prueba de que saben cederse mutuamente el protagonismo; de la misma manera que ambos ponen las tremendas dificultades técnicas de esta partitura al servicio de la obra, y no al suyo. Valgan como ejemplos la manera en que expresan la tensión en los calderones con los que rematan las sucesivas presentaciones del tema principal del primer movimiento; la fiereza de Faust en los pizzicati que dan réplica al piano, que suenan como auténticos arañazos; o el estupendo empleo del pedal que Melnikov exhibe en los vertiginosos piano subito.
La interpretación resulta tan agotadora de escuchar como reconfortante es el convencimiento de que esta versión pesa muchos quilates. Porque se nota el esfuerzo de los dos por no salirse ni un milímetro de la aplastante seriedad beethoveniana, que mantienen incluso en las aparentemente ligeras variaciones centrales en el segundo movimiento, dichas con claridad y agilidad transparentes (también en este caso la toma de sonido -aquí en estudio- es de primera categoría): desde el respeto más hondo y con el mejor conocimiento, Faust y Melnikov están hablando cara a cara con Beethoven; con ese Beethoven que retrató Pickardt, inmensamente atractivo.
Aunque tengan ustedes -que seguro que las tienen- varias versiones de estas obras, no se lo piensen: éste es un disco llamado a encaramarse a lo más alto de las referencias de ambas partituras.
Este disco ha sido enviado para su recensión por Harmonia Mundi
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