Argentina
Cuando las buenas intenciones no son suficientes
Carlos Singer
¿Por qué arriesgarse con obras tan comprometidas, cuando no se cuenta con los elementos necesarios para llevarla a cabo con solvencia?. Pregunta difícil de responder. Máxime cuando continúan existiendo tantas partituras raras por explorar, como las que en otras oportunidades centraron la labor de esta entidad, en las que el afán por conocer una obra nueva permite dejar un poquitín de lado las máximas exigencias. Y si se quería hacer Beethoven ¿porqué no atreverse con la Leonora original? Hubiese tenido un interés añadido nada desdeñable.
Defender con autoridad la parte musical de Fidelio no es tarea fácil y demanda, en un grado bastante mayor que muchas otras páginas menos expuestas, de la labor conjunta de un importante grupo de intérpretes: elenco vocal -con una pareja protagónica de real fuste- director, orquesta y coro, todos capaces de hacer justicia a los importantes requerimientos de la partitura.
Momento de la representación
©2007 by Liliana Morsia
©2007 by Liliana Morsia
En este caso, solo uno de esos aspectos estuvo cubierto en un nivel aceptable y era, curiosamente, el menos profesional de todos, la masa coral, compuesta por la combinación de dos conjuntos, el de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y el de la Municipalidad de Vicente López (una localidad vecina de esta capital). Bien preparados por Martin Palmieri, del que descontamos un trabajo arduo y concienzudo, se mostraron dúctiles y entusiastas a la vez que se movieron con mucha más soltura y espontaneidad de lo que su bisoñez escénica podría hacer presumir.
Giorgio Paganini es un director empeñoso y de larga trayectoria, que se desenvuelve bien en el repertorio italiano, pero no en éste o al menos esa es la impresión que saqué luego de esta representación. En su lectura faltó estilo beethoveniano y garra, mientras el fraseo resultó esquemático y solo por momentos su trabajo alcanzó vuelo e intensidad dramática.
Para colmo, debió luchar con (más exacto sería decir contra) una orquesta endeble e insegura, con problemas de afinación, ajuste, calidad de sonido y densidad. Solo se pueden rescatar un buen oboe (bien en sus apariciones en el aria de 'Marzelline') y una precisa trompeta, a cuyo cargo estuvieron las llamadas salvadoras que anuncian la llegada del Ministro. Lamentablemente -y éste es otro punto que hay que cargar en el débito de esta representación- esas fanfarrias fueron tocadas desde el foso -contrariando la explícita indicación beethoveniana- con lo que se perdió absolutamente el efecto buscado. Hay que recordar que esa trompeta es la que, desde la torre donde la ha enviado 'Don Pizarro', le avisará de la llegada del emisario del Rey, que puede -y finalmente lo hace- frustrar sus planes.
Como es ya una costumbre, entre los dos cuadros del segundo acto se interpoló la Obertura Leonora III, en la que la orquesta mejoró, aunque no lo suficiente para conformar una actuación rescatable, porque también allí hubo accidentes, algunos insólitos, como la escala que se le atragantó al fagot en su diálogo con la flauta (compases 338 y 339) u otros más predecibles, como los graves desencuentros y vacilaciones que se produjeron en las cuerdas en el riesgoso inicio del 'Presto' final.
Entre los cantantes, destacó, a pesar de su gran veteranía, Gui Gallardo, quien otorgó prestancia y seguridad a su breve intervención en la escena conclusiva. Resultaron también convincentes las prestaciones de Alejandro Di Nardo como el carcelero y de Eduardo Ayas en el rol de ‘Jaquino’. Una pizca menos interesante fue la labor de Andrea Maragno, con una voz aún en desarrollo, pero que se movió con habilidad. Y correctos ambos prisioneros.
Adelaida Negri, Alejandro Di Nardo, Andrea Maragno y Eduardo Ayas
©2007 by Liliana Morsia
©2007 by Liliana Morsia
Falta ahora hablar de los tres personajes principales. Lamentablemente, poco de bueno es lo que se puede decir de ellos. ‘Pizarro’ estuvo a cargo de Alejandro Schijman, alguien al que nunca había escuchado y que, después de su participación en esta obra, no tengo especial interés en volver a oir. Su tarea fue muy floja, tanto en lo vocal -con una afinación errática y sin línea de canto- como en lo escénico.
A Adelaida Negri la conozco casi desde su debut en el Colón y, a pesar de que no he tenido la fortuna de escucharla con asiduidad, he seguido a distancia su gran trayectoria. Lamento por eso tener que consignar que, en esta oportunidad, su labor no estuvo a la altura de sus antecedentes y sus condiciones. Desconozco si está pasando por problemas vocales o es que este personaje no le cuadra, pero lo cierto es que su vocalidad en el rol de la atribulada ‘Leonora’ no me convenció. Hubo más de un inconveniente, como pasajes calantes, notas agudas alcanzadas con esfuerzo o imprecisas a la vez que un vibrato excesivo, por momentos fuera de control. En lo actoral, su amplia experiencia le ayudó a componer su personaje con adecuados matices.
Más grave aún fue lo acontecido con Ricardo Cassinelli, a quien sí he tenido la dicha de escuchar a través de varias décadas en personajes de lo más variopintos, casi siempre bien o muy bien resueltos. Su tipo de voz no se adecua en absoluto a lo que exige ‘Florestán’ y es muy extraño que un cantante con tantos años de carrera haya aceptado un papel que a todas luces no le iba. Tanto en el recitativo ‘Gott! Welch Dunkel hier!’ con que se inicia el acto segundo como en la bella pero temible aria que lo sigue, ‘In des Lebens Frühlingstagen’ hubo más gritos que canto real y un timbre destemplado, lo que se prolongó por el resto de su faena. Como actor, tendió al histerismo y la exageración.
Momento de la representación
©2007 by Liliana Morsia
©2007 by Liliana Morsia
En lo que hace a los aspectos visuales, la puesta fué bastante adecuada, dentro de las limitaciones que impone el acotado espacio y la falta de escapes laterales o posterior del escenario del Teatro Avenida. Esta es en realidad una ópera donde la época en que transcurre la acción no tiene casi importancia -lo mismo que el lugar, ya que sólo hay una referencia muy tangencial a Sevilla por parte de ‘Florestán’- por lo que no es demasiado grave cuando, como en esta oportunidad, se la lleva a la España franquista (con ‘Rocco’, ‘Fidelio’ y ‘Jaquino’ vestidos como ‘grises’). Hubo un buen movimiento de masas en los desplazamientos de los prisioneros o en la secuencia final, mientras resultaron lógicas y convincentes las escenas más "domésticas" y simples con que comienza la obra. No me pareció aceptable, en cambio, la escena en la mazmorra, llena de cuerpos yacentes (¿cadáveres quizás?) y con alguien sentado que parece haber sido ejecutado ‘a garrote vil’ (¡en pleno siglo XX!) en una situación en la que ‘Florestán’ debería estar aislado.
Simple y efectivo el vestuario de Mariela Daga, adecuado a la época a la que se transpuso la acción; atractiva y sugerente la iluminación de propio Casullo, con buenos efectos en la ya citada escena de la mazmorra. En cambio las proyecciones de obras de Goya y Piranesi (seleccionadas por Edgardo Beck y utilizadas como fondo, algunas de ellas con lentos desplazamientos) eran a veces pertinentes, pero en otras su posible vinculación con los sucesos de la trama me pareció sumamente esotérica y rebuscada.
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