España - Galicia
A Broadway con hijuelas
Alfredo López-Vivié Palencia
Entre las muchas cosas que puedan tener en común la zarzuela y el musical americano, seguramente la más obvia es su carácter de espectáculo rabiosamente teatral. Y a estos efectos, aunque su exterior carece de neones y su escenario de larguísimas escaleras luminosas, el Teatro Principal de Santiago de Compostela rinde muy buen servicio para uno y otro tipo de show, porque sus pocos cientos de localidades y sus palcos atrotinados propician la necesaria atmósfera de cercanía y de complicidad entre artistas y público.
Por lo tanto, la cuestión no estriba en preguntarse las razones que llevan a programar música de Broadway dentro del llamado Festival de Zarzuela, sino en reconocer el éxito de la convocatoria, que no obedece sino a los ingredientes básicos que sus organizadores siempre han sabido cultivar: un programa atractivo servido por intérpretes adecuados, una publicidad discreta pero eficaz que se acompaña de precios populares, y sí, también el marco de este entrañable teatro de escenario desnudo, ubicado en el mismísimo casco antiguo compostelano.
Del programa poco hay que decir, porque a cualquiera con dos dedos de frente y otros dos de sensibilidad se le hará la boca agua con sólo leer la relación de canciones que esta noche se escucharon, debidas a los más grandes entre los grandes compositores que se ganaron su fama (y en algún caso su fortuna) en la célebre avenida neoyorquina. La selección de números y de autores en el cartel de hoy es tan arbitraria como cualquier otra -porque hay mucho y muy bueno donde elegir-, pero a nadie se le ocurriría omitir ni a unos ni a otros en cualquier antología del género.
De los intérpretes todo lo que hay que decir es laudatorio. La voz pequeña pero cálida de Isabel Monar la hace muy adecuada para este repertorio, sin que por ello deba dejarse en el tintero su estupendo fraseo (My ship), y una línea de canto segura en toda la tesitura (Summertime). José Antonio López tiene más vozarrón, pero también más seco y con cierta propensión a la tirantez en el registro agudo, aunque por encima de todo estuvieron sus ganas de gustar (I got plenty of nuttin’, Begin the beguine). Ambos comparten una educación exquisita que les lleva a pronunciar las ‘tes’ a la inglesa y no a la americana, pero ambos se lo pasaron -y nos lo hicieron pasar- muy bien en los dúos (Cheek to cheek).
Les arroparon dos músicos como la copa de dos pinos. Vicente David Martín no sólo demostró con la presencia justa que sabe acompañar, sino que exhibió el mejor gusto y la mejor cintura para acertar con el ritmo y los acentos de todos los números. El contrabajo de Lucho Aguilar -discretamente amplificado- hizo que todos nos pasáramos la noche moviéndonos como él quiso: precioso, envolvente y completísimo (marcando sonoramente las anacrusas con su pie) el acompañamiento que brindó en solitario a Monar en A little bit in love.
El espectáculo comenzó con el único número del programa no concebido en los Estados Unidos -‘Mackie’ se vio las caras con el público por primera vez en Berlín-, y terminó también fuera de Nueva York con una propina inesperada: el maravilloso bolero Silencio del compositor puertorriqueño Rafael Hernández Marín (el autor del famosísimo El Cumbanchero). Pero el público aplaudió todo por igual, porque cuando la música es tan buena y los intérpretes tan entregados no hace falta ninguna excusa ni ningún decorado para elegir el camino por el que ir y volver de Broadway.
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