España - Galicia

Sarah Chang: predestinada

Lope de Osuna
miércoles, 20 de febrero de 2008
A Coruña, viernes, 15 de febrero de 2008. Palacio de la Ópera. Orquesta Sinfónica de Galicia. Sarah Chang, violín. Josep Caballé-Domenech, director. Programa: Rogelio Groba, Danzas Meigas, selección (Danza relixiosa nº 9, 'dos rezos' ; Danza relixiosa nº 12, 'dos adeuses'); Dmitri Shostacóvich, Concierto para violín y orquesta nº 1 en la menor, op. 77 (antes op. 99); Jean Sibelius, Sinfonía nº 2 en re mayor, op. 43. Ciclo de abono de la OSG, concierto nº 12
0,0001905 Nacer en Filadelfia, cuando su padre y su madre acababan de llegar a EEUU a perfeccionar sus estudios de violín y composición respectivamente, parece que había de ser una especie de predestinación para Sarah Chang. Empezó a tocar el violín porque tocar melodías para un solo dedo en el piano era algo que se le quedaba pequeño... a los tres años. A los seis, tuvo su audición en la Juilliard School of Music, tocando el Concierto para violín de Bruch. A los doce, debutó profesionalmente. A partir de ahí, su crecimiento musical no ha parado.

El concierto del viernes no fue el primero de Chang con la Sinfónica de Galicia, que ya contó con su colaboración, cuando la violinista tenía sólo catorce años, en su presentación en Madrid. Esta semana, dificultades meteorológicas en la Costa Este estadounidense retrasaron su llegada a Galicia, por lo que el concierto del jueves 14 en Orense se hizo con un solo ensayo en la propia sala, justo antes del concierto. Para el del viernes había una gran expectación: las entradas se agotaron el día anterior y el Palacio de la Ópera olía desde un rato antes a acontecimiento.

De niña a mujer

Y lo hubo. Con el Concierto nº 1 de Shostacóvich, Chang demostró por qué las mejores orquestas del mundo se la disputan como solista. La que fue admirada hace cuatro días como niña prodigio demostró ser hoy una mujer que ha redondeado una técnica impecable. Pero, sobre todo, una artista que ha madurado musicalmente, como demostró de largo en su versión del concierto.

En el primer movimiento, ‘Nocturno’, la orquesta se mueve en un clima desolado y oscuro como una noche sin luna en un páramo. De sus tinieblas surgió el violín de Chang como un lamento, pero regalándonos algún toque de fulgor como cuando una dama de noche, una de esas plantas que sólo florecen en la oscuridad, abre sus campanillas. Con el ‘Scherzo’ llegó el momento de la técnica prodigiosa de Chang, imprescindible para extraer, como ella hizo, hasta la última molécula de su sarcasmo.

Desde lo hondo...

También la honda gravedad del ‘Passacaglia’ estuvo entera y verdadera en la versión de Chang con la Sinfónica y Caballé-Domenech. La orquestación de Shostacóvich fue sentida de dentro afuera: cada músico participante se implicó en la obra zambulléndose en la partitura en complicidad con la solista para que cada aficionado presente pudiera sentir cada aspecto concertante de la obra. Los solos de los vientos extraordinarios: impresionante los del corno inglés y enorme el dúo de la tuba con el violín solista. Así, cuando Chang atacó la larga cadenza, la energía implícita en sus delicados comienzos tuvo toda su expresión en manos de la extraordinaria violinista. Sólo entonces, el silencio se convirtió en materia; en una sólida y gruesa alfombra sobre la que paseó solemne la música de Shostacóvich servida por Sarah Chang.

El último movimiento, ‘Burlesca’, fue el triunfo de la energía, del sarcasmo y de la grandísima técnica orquestal del músico ruso. La interpretación de Chang y Caballé, también llena de hondura, arrancó una larga y muy sentida ovación del auditorio. No era para menos. La OSG, bajo la batuta de Josep Caballé-Domenech, estuvo a la gran altura de la solista, que es mucha, mucha altura. Fue una gran versión. De las que hacen afición. Nacida, como dice el inicio del Salmo 121, “desde lo hondo”.

Gran obra, gran trabajo

La Sinfonía nº 2 de Sibelius es una obra de notable duración. Como su música no es de las más programadas, no es tampoco de las más conocidas. O sea, que es de las que dependen mucho de la interpretación para ser apreciadas de tres posibles formas: admiradas como un gran trabajo de su autor; escuchadas con respeto; o simplemente soportadas como un trabajo grande. Con un gran trabajo de dirección, Caballé-Domenech nos hizo gozarla como la gran obra que es.

La cuerda sonó compacta, tanto en el Concierto de violín como en la Segunda sinfonía. Por momentos brillante, también tuvo otros en que las necesidades de la partitura la tornaron aterciopelada o cortante como un ejército armado de alfanjes. Siempre dúctil a los requerimientos del director, fue la base sobre la que las maderas, animadas o plañideras, mostraron siempre su hermoso color. Los metales sonaron como hace tiempo que no se oían, redondos, broncíneos y una gran disciplina dinámica propiciada por el gesto preciso y detallista que les llegaba desde el podio.

El director hizo una versión llena de esa belleza única y sencilla que da la lógica. Desde la serenidad nacida en una correcta respiración de la obra, desde la grandiosidad que nace de la serenidad y vuelve a ella para crecer luego larga y generosamente apoyada en una modulación tonal, como la fuerza se multiplica en el fulcro de una palanca.

Como queda escrito arriba, fue un gran trabajo de dirección. El mismo que hizo los honores de una lectura correcta a las dos Danzas meigas de Rogelio Groba que abrían el programa.
Comentarios
Para escribir un comentario debes identificarte o registrarte.