Italia

In questo popoloso deserto

Paco Bocanegra
martes, 11 de marzo de 2008
Ancona, viernes, 29 de febrero de 2008. Teatro delle Muse de Ancona. G. Verdi: La traviata. Ópera en tres actos (1853). Libreto de Francesco Maria Piave, basado en el drama ‘La dame aux camélias’ de Alejandro Dumas (hijo). Dirección escénica: Arnaud Bernard. Escenografía: Alessandro Camera. Vestuario: Carla Ricotti. Iluminación: Patrick Méeüs. Reposición dirección escénica y coreografía: Gianni Santucci. Mariella Devia (Violetta Valéry), Saimir Pirgu (Alfredo Germont), Luca Salsi (Giorgio Germont), Aldo Orsolini (Gastone), Patricia Gentile (Annina), Giorgia Bertagni (Flora Bervoix), Andrea Porta (barón Douphol), Domenico Colaianni (marqués d’Obigny), Alessandro Guerzoni (doctor de Grenvil), Giovanni Maini (Giuseppe), Marcello Mosca (comisionado), Roberto Gattei (doméstico de Flora). Coro Lirico Marchegiano ‘V. Bellini’ (Maestro: David Crescenzi.). Orchestra di Fiati della Banda Città di Ancona. Orchestra Filarmonica Marchegiana. Director musical: Christian Badea. Producción de la Ópera Estatal de Praga. Ocupación: 100%
0,000292 Memorable Traviata en el Teatro delle Muse de Ancona, en otra de las interesantes propuestas ofrecidas por el coliseo que el año pasado programara una rareza como Il Pirata de Bellini, entonces como ahora con Mariella Devia como reclamo absoluto.

La soprano ligur se ha confirmado como una protagonista de relevancia histórica al revisitar una vez más La traviata; suya fue con justicia la función, realzada como estuvo además por un exitoso montaje.

Esta Traviata ha contado con una bella producción de la ópera de Praga bajo la dirección escénica de Arnaud Bernard repuesta en Ancona por Gianni Santucci, autor igualmente de la coreografía. La escenografía, obra de Alessandro Camera, consta de unos cuadros estilizados y elegantes, luminosos, de un aire onírico y ciertamente nostálgico, en los que la construcción de las diferentes escenas reposa sobre unos elementos modulares que conforman un fondo a modo de la boiserie semicircular y cóncava de un salón de época. Si en el primer acto ésta viene complementada por un espectacular sofá curvo en piel blanca (el color de la pared), en la primera parte del segundo los únicos detalles son un pequeño “tú y yo” en el extremo de un sendero de hojas caídas, tomando el clásico mueble romántico y el otoño como sencillas, pero efectivas metáforas de la felicidad que ha de acabar. El conjunto sugiere cierta abstracción y, por otra parte, una sublimación de las pasiones, en contraste con la sofisticación mundana apoyada por el vestuario belle-epoque de Carla Ricotti. A partir de entonces el ambiente se va ensombreciendo progresivamente y la perfección de la forma circular se quebranta con el desplazamiento de los mencionados módulos, cuyos laterales, hasta el momento ocultos, son de color negro.

La dirección escénica, en consonancia con esta atmósfera, se desarrolla sin estridencias y con algún detalle ingenioso (Saimir Pirgu, tras hacer mutis al final del primer acto, regresa cual ensoñación de ‘Violetta’ para cantar arrodillado sus réplicas durante la gran escena de ésta), así como también incoherencias -¿por qué nunca vemos a ‘Violetta’ mirarse al espejo cuando exclama ‘Ah, qual pallor!’?- y frivolidades, como las gitanas y los matadores de toros reconvertidos en una pandilla crapulosa o el confuso movimiento de la muerte y sus minutos previos.

El desempeño de la orquesta y coro locales de las Marcas fue por lo general correcto, si bien la dirección musical de Christian Badea, con tener hermosos momentos líricos (valga el ejemplo de los logrados preludios de los actos primero y tercero) se antojó por momentos rígida en su relación con los cantantes y sobre todo bastante errática en la elección de los tempi: la rapidez insólita del cuadro de la fiesta en casa de ‘Flora’ o el mecanicismo del reencuentro final y el posterior ‘Parigi, o cara’ restaron eficacia dramática a dos hitos de la ópera.



Fotografía © 2008 by Teatro delle Muse de Ancona

Mas, tornando a Mariella Devia, ¡qué gigantesca interpretación! Su talento artístico va mucho más allá del fenómeno vocal y ha llegado a un momento de su carrera en que se la tiene que comparar con el exclusivo número de “las grandes” que se enumeran con los dedos de la mano.

La profundidad y la individualidad de esta ‘Violetta’ aportan al personaje aspectos totalmente originales. Su fulmínea ‘Sempre libera’, cantada sin trampa ni cartón -con las dos estrofas al igual que ‘Addio del passato’- y asumiendo no pocos riesgos, pese a todo el entusiasmo provocado en los casi cinco minutos de aclamaciones, consistió en una formidable descarga de tensión anunciada. Pero el público no estaba tan prevenido, sin embargo, respecto a la elocuencia del sentido conferido a cada palabra, casi a cada sílaba, ya desde el famoso brindis y en ‘Ah fors’è lui che l’anima’, en un juego caleidoscópico del detalle que recuerda, con unos medios y personalidad completamente diferentes, a Maria Callas por la perfecta naturalidad con que los matices de expresión se imbrican en el escrupuloso respeto a la partitura.

La función, con todo, fue a más en consonancia con la imposición del tono elegíaco, pues Devia regaló momentos de inspiración sumamente feliz desde la entrevista con el padre y la impresionante media voz de ‘Dite alla giovine’, el lancinante ‘Alfredo, Alfredo, di questo core’ o un ‘Addio, del passato’ simplemente sublime. Donde la mayoría recurre al aspaviento, Mariella Devia apela a la sensibilidad y a la inteligencia y su agonía fue conmovedora. Absolutamente espléndida.

Bien a su pesar, me atrevo a afirmar, pues la modestia de esta señora es conocida, Mariella Devia eclipsó a sus compañeros de reparto. Los comprimarios no destacaron ni en lo bueno ni en lo malo y el resto se mantuvo dentro de una gama de grises entre la insuficiencia y la mediocridad.



Fotografía © 2008 by Teatro delle Muse de Ancona

Saimir Pirgu da muestras de buenas intenciones y posee cierta presencia, mas su interpretación de ‘Alfredo Germont’ no deja huella. Las carencias técnicas –‘De’ miei bollenti spiriti’- de una voz de timbre más bien corriente y la musicalidad natural, aunque aproximativa, de quien da la sensación de afrontar la parte de manera precaria no ayudaron al joven tenor albanés. Más interesante en el último acto, donde el color y una mayor flexibilidad vocal dibujaron el retrato creíble de la desesperación de ‘Alfredo’, Pirgu se inscribe en esa larga lista actual de cantantes en los que se intuye un futuro incierto por esa mezcla de escasa preparación e intrepidez tan característica.

Si no intrépido, un poco irregular se mostró Luca Salsi en el papel de ‘Giorgio Germont’, capaz de bellos momentos melódicos en ‘Di Provenza’, ayudado, esta vez sí, de una voz bella per se, pero a continuación destemplado y con detalles de dudoso gusto en la por lo demás fea, ingrata y a menudo cortada ‘No, non udrai rimproveri’. Sobre el resto, exceptuando la interesante voz de Andrea Porta como el ‘barón Douphol’, será mejor bajar el telón.

He de subrayar, para terminar, que puede sorprender la falta de presencia mediática de una cantante superdotada. Empero, no es de extrañar que una artista de la clase de Mariella Devia, mas allá de sus incontestables triunfos en treinta años haya sido y sea en cierto sentido minoritaria. Para explicarlo viene a la memoria un parlamento que Willa Cather pone en boca de la protagonista de su novela El canto de la alondra. ‘Thea’ -una soprano- explica a un viejo amigo:

“Mi vida está llena de recelos y decepciones, sabes. Llegas a odiar a las personas que hacen un trabajo despreciable y con todo salen adelante tan bien como tú (…) Si amas las cosas buenas visceralmente, lo bastante para renunciar por ellas a todo lo que hay que renunciar, entonces tienes que detestar la pacotilla con igual fuerza (…). Porque -continuó ya más calmada- las voces son algo fortuito. Hay muchas voces buenas en mujeres vulgares, con espíritus vulgares y corazones vulgares. Mira la mujer que cantó a Ortrud conmigo la semana pasada (…) Te doy mi palabra de que es tonta como un búho y tosca como un cerdo, y cualquiera que sepa algo de canto lo vería al instante. Y sin embargo es tan popular como la Necker, que es una gran artista. ¿Cómo puede satisfacerme el entusiasmo de un público al que gusta su atroz actuación y al mismo tiempo pretende que le gusta la mía? Si les gusta ella tienen que echarme a mí del escenario a patadas. Representamos cosas irreconciliables, absolutamente. No puedes esforzarte para hacer las cosas bien y no despreciar a quien las hace mal. ¿Cómo voy a ser indiferente? Si eso no importa, entonces nada importa”.

No obstante, ‘Thea’ termina diciendo que a pesar de todo se siente razonablemente feliz y “eso me salva”. En mi opinión, este párrafo revela admirablemente muchas cosas, entre otras por qué sin ir más lejos en España los teatros importantes no saben o no quieren elegir un reparto adecuado, o el público y la crítica con frecuencia parecen tan ignorantes.

La señora Devia, en cambio, no sólo nos resarce de la pacotilla, sino que ni siquiera da la impresión de ser consciente de estar tan por encima de toda esta morralla.
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