Ópera y Teatro musical
Una semana de contrastes
Enrique Sacau
La producción de Piero Faggioni de La Fanciulla (estrenada aquí en 1977) se mantiene fiel a la tradición de la ópera y sitúa la acción en las montañas del Lejano Oeste norteamericano. Haciendo esto, Faggioni acentúa la relación entre el argumento y su localización. De hecho, sería difícil seguir la acción de La Fanciulla si tuviera lugar en cualquier otro lugar: el carácter de Minnie, en particular, es inseparable del contexto geográfico del drama. En su libro fundamental sobre Landscape and Gender in Italian Opera [Paisaje y género en la opera italiana], Emanuele Senici trata sobre la relación genérica que existe entre la representación de la virginidad y los paisajes montañosos. En el capítulo dedicado a La Fanciulla, Senici se refiere a Minnie como un personaje cuya personalidad es el resultado de la combinación de la pureza (manifestado por el hecho de que la soprano, que vive en una choza en las montañas, nunca ha sido besada) y la tosquedad (que proviene de que es la propietaria de una taberna frecuentada por buscadores de oro). ¿Qué otra piadosa virgen (operística) tendría las agallas de apuntar con su pistola contra el sheriff para frenar sus avances? Un director escénico enfrentado al reto de poner en escena La Fanciulla podría ciertamente arriesgarse a no mantener la tradición: sería posible hacer una buena La Fanciulla prescindiendo del Lejano Oeste, pero sacar a Minnie de su contexto podría tener el coste de que su carácter se volviera imposible de entender.
Por su parte, La Calisto no tiene tradición, lo que quiere decir que el público no tiene unas expectativas concretas. Como muchas ópera pre-modernas, no fue representada en la época que va desde su estreno al siglo XX, y –escrita en el seicento- sus personajes y situazioni resultan muy lejanos para una sensibilidad moderna. David Alden tiene razón en modernizar el drama convirtiéndolo en un espectáculo kitsch, que añade un gran puñado de sal al libreto original. En esta producción, estrenada en Munich en 2005, la acción tiene lugar en el siglo XX, en parte en un bar y en parte en el lujoso vestíbulo de un hotel (o rascacielos). La producción de Alden, fuertemente sexual, era visualmente seductora y estaba realizada con efectividad, y se podía adivinar fácilmente que los movimientos de los cantantes en el escenario, meticulosamente planeados, eran el resultado de unos ensayos muy intensos. Desgraciadamente, la reposición de La Fanciulla mostró la falta de ensayos.
Mientras dos conceptos dramáticos tan diferentes funcionaron igualmente bien, la parte musical de ambas representaciones no estuvo tan equilibrada. La excepción fue la dirección de orquesta. En ambos casos los directores mantuvieron las riendas bien sujetas y dieron una buena cabalgada a todo el público. Dirigiendo La Fanciulla, Antonio Pappano destacó en su atractivo planteamiento del primer acto, una tarea nada sencilla porque a veces es difícil para el público mantener la atención sobre una serie de canciones y acontecimientos aparentemente poco importantes. Pero estos acontecimientos son importantes en cualquier caso para comprender las relaciones entre Minnie y los mineros, que más tarde se vuelve crucial para comprender por qué la ayudan en el tercer acto. Pappano hizo maravillas en el foso y nos mantuvo clavados en nuestros asientos. En La Calisto, Ivor Bolton demostró lo mismo: trabajó intensamente con la Orchestra of the Age of Enlightenment (que toca con instrumentos originales) para hacer que los frecuentes recitativos secos sonaran matizados y llenos de sentido al tiempo que acompañaba con efectividad a los cantantes.
Eva-Maria Westbroek y Coro de ROH
Fotografía © 2008 by Catherine Ashmore
Fotografía © 2008 by Catherine Ashmore
Desgraciadamente, los cantantes de La Fanciulla -al menos para los estándares del Covent Garden- fueron muy malos. Como Minnie, Eva-Maria Westbroek tardó algún tiempo en calendar la voz. Incluso aunque mostró en algunos momentos su timbre brillante e hizo una interpretación bastante buena de su papel, durante la mayor parte de la ópera su afinación no fue todo lo buena que debería. José Cura, cantando Dick Johnson, lo hizo mucho mejor hace cinco años. Esta vez apenas se le oía cuando cantaba en piano y no resultó especialmente seductor cuando cantó su única aria en toda la ópera, ‘Ch’ella mi creda libero e lontano’. Cura no suele ser un cantante sutil, pero este es uno de los papeles que suele cantar mejor. ¡Qué pena que no estuviera a su nivel! Silvano Carroli fue mucho peor como Jack Rance, hasta el punto de que sospecho que debía estar enfermo. Problemas obvios de afinación, fraseo pobre y una actuación estática provocaron una representación sorprendentemente floja.
Los cantantes de La Calisto, por otra parte, fueron realmente buenos. La primera reaparición de Veronique Gens en la Royal Opera House desde su debut en 1995 fue debidamente premiada con una sonora ovación. A su mismo nivel estuvieron Lawrence Zazzo, un contratenor de voz agradable que cantó el papel de Endimione, Joao Fernandes como Giove, Monica Bacelli como Diana y los siempre graciosos Dominique Visse y Guy de Mey. Pero la cantante que se adueñó de la representación fue Sally Matthews en el papel protagónico. Tanto su canto como su actuación fueron sensacionales. Vocal y dramáticamente mostró perfectamente la evolución de Calisto desde una virgen gazmoña a una mujer lujuriosa y enamorada, y después una víctima de los caprichosos deseos de los dioses. Esta cantante formal se creció y ofreció una interpretación memorable.
Pero sobre todo esta semana gozosa en el Covent Garden fue un antídoto contra el dogmatismo operístico. Tanto la representación moderna como la tradicional mostraron, una vez más, que ambas corrientes pueden coexistir fructíferamente en la misma temporada y ser igualmente válidas. La opera es, sobre todo, un circo que contiene más libertinaje y menos etiqueta de lo que la mayoría creen. Un auténtico gustazo.
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