Francia

Poco ruido y muchas nueces

Jorge Binaghi
viernes, 13 de febrero de 2009
Joyce Didonato © Palau de la Música de Catalunya Joyce Didonato © Palau de la Música de Catalunya
París, jueves, 5 de febrero de 2009. Théatre des Champs-Elysées. Béatrice et Bénédict, Baden-Baden, Teatro, 9 de agosto de 1862. Libreto y música de Hector Berlioz sobre Much ado about nothing (Mucho ruido y pocas nueces) de Shakespeare. Versión de concierto. Intérpretes: Joyce Di Donato (Béatrice), Charles Workman (Bénédict), Nathalie Manfrino (Héro), Élodie Méchain (Ursule), Nicolas Cavallier (Don Pedro), Jean-François Lapointe (Claudio), Christophe Fel (varios roles), Jean Philippe Laffont (Somarone) y otros. Adaptación del libreto: Jean-Louis Martinoty. Orquesta Nacional de Francia y coro de Radio France (preparado por Matthias Brauer). Director: Sir Colin Davis
0,0001571 Cuestión de estadísticas. Si en cincuenta años de frecuentación de teatros líricos he visto dos veces (ahora y una anterior escenificada en Amsterdam) este título de Berlioz, ¿cuántas oportunidades más me quedan? ¿Cuántas de otras obras -del propio Berlioz, ahí está el Cellini visto una vez en concierto y no demasiado bien, porque hay que ver lo mal que se conocen o reconocen las exigencias de un autor como éste, o de otros músicos- no veré nunca o sólo una vez, de la forma que sea? ¿Cuántas versiones olvidables, mediocres, discretas, inútiles, me quedarán aún de títulos venerados y venerables, pero que deberían ser tratados con todos los honores y sobre todo evitar la rutina y la mediocridad? La respuesta la tienen los directores de los teatros (Dios nos proteja de ellos, en general) y, un poco, también el público.

La entrada era buena para este concierto de Radio France, pero distaba del ‘agotado’ del día anterior. En rigor, debería haber estado tan completo como entonces porque lo que se dio fue de calidad ‘equivalente’ (si puede establecerse una equivalencia entre Strauss y Berlioz). Es cierto que Berlioz nunca tuvo suerte en París, y esta obra no iba a ser excepción. Lo que oscila entre el disparate y la vergüenza porque es una joya basada en una parte de una joyita menor de Shakespeare (uno de esos autores que a Berlioz lo enloquecían con justicia).

Y nuevamente el concierto no hizo extrañar la escena porque aquí actuaron hasta el director de orquesta, los profesores y los miembros del coro. No sé si la idea se debe a quien adaptó -de manera excelente- el libreto, pero todo fue divertido, entrañable, ágil. Un recurso tan simple como el de que los cantantes interactuaran por momentos con coro, orquesta y director llenó de acción verdadera el escenario del teatro.

Y, detalle no desdeñable, qué música y qué ejecución. La obertura fue como un elixir. Que es lo que debe de haber tomado uno de los máximos valedores de Berlioz, Sir Colin Davis. A sus 82 años su paso será más cansino y sus maneras calmas, pero que le den una batuta (y por razones de libreto usó dos) y verán ustedes a un señor algo mayor de ‘fina estampa’ reír, sonreír y atender a todos los detalles. La orquesta y el coro no sólo cumplieron a un nivel muy alto con su cometido. Ver a las dos primeras violas (de sexo y edades distintos) seguir la batuta de Sir Colin entre contentos, alegres y arrobados es, este sí, un espectáculo más que ‘edificante’, confortante sería tal vez el término exacto. Ver la confianza de los cantantes en su apoyo, y lo distendidos que estaban, otro. Si decimos que no hubo subtítulos y que, pese a que los dos protagonistas eran de lengua materna inglesa, se entendió todo (incluso en las vacilaciones de un texto difícil el primer día, y aunque lo tuvieran a mano), la crítica quedaría ya lista y sería claro que se trató de algo estimulante.

Pero todavía hay que dejar constancia de algunas cosas. Será casualidad, pero al gran trío del día anterior se sumaba esta vez el de las tres voces femeninas en el segundo acto, y a los dúos del Caballero respondía el genial nocturno entre ‘Ursule’ y ‘Héro’, de lo mejor que Berlioz escribiera nunca. En cuanto a las prestaciones, ‘Somarone’ le da ocasión a Laffont de cantar poco y hablar mucho, cosa ideal en este momento de su carrera (la sátira de Berlioz -con tintas de autoironía- quedó tal vez un poco demasiado subrayada, pero estuvo bien). Hubo personajes hablados que se confiaron a tres jóvenes y notables actores.

Pero, repito, todos actuaron. Fue lo que salvó a Workman, el eslabón endeble del reparto, con un agudo definitivamente comprometido y una emisión que lo expone al accidente, y que nos regala notas fijas y blancas cada vez que la voz sube. Hay varios hoy, sólo en área inglesa, que podrían hacerlo mucho mejor en lo vocal e incluso serían válidos escénicamente (para no hablar de Groves, a quien ya he visto en el papel y es extraordinario, se me ocurren, sin afinar la puntería, los nombres de Miller y Lyons). La elección es más extraña si se piensa que para los otros roles masculinos, que son minúsculos, se pensó en nombres valiosos como Lapointe, Cavallier e incluso Fel (que apenas cantó al final).

En el sector femenino hubo una ‘Ursule’ muy musical pero de poco grave para la contralto que el autor pedía, al punto de que muchas veces su voz se confundía con la de Di Donato, que no es una mezzo oscura, pero eso es el único reparo que puede ponerse a la actuación vocal e interpretativa de Méchain. Manfrino es una muy buena cantante, de timbre impersonal, buen agudo y extensión, con un francés clarísimo que sólo dejó de serlo en la difícil aria inicial de ‘Héro’ en la que supo poner de relieve un buen manejo de la coloratura. Como actriz es deliciosa.

Pero todos los adjetivos del mundo no darían idea de la ‘Béatrice’ fenomenal de Di Donato, de movimientos nerviosos y espontáneos, de un francés en el que sólo algunas vocales (en particular la ‘u’) se le resistieron, y de una musicalidad, administración del timbre, técnica y sentido estilístico que hicieron de cada una de sus intervenciones -y con más razón de su gran aria del segundo acto, de una dificultad extrema aunque no lo parezca- una prueba mayúscula de su arte del canto y de su ‘decir’: hubo dos momentos en que me hizo pensar en Emma Thompson en el mismo papel del film de Brannagh.

Y que alguien que canta a Berlioz bien pueda hacer pensar en una gran intérprete (de Shakespeare, en este caso), bajo la mirada complacida de todo un Sir Colin, sería como para desear el imposible de que el incomprendido gigante de la música francés hubiera podido asistir a la función porque bien que lo habría merecido.
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