España - Madrid
El Sonor Ensemble en el CDMC
Juan Krakenberger
El concierto se inició con Tríptic á cinc, para dos violines, clarinete, viola y violoncello, sentados en semicírculo en este orden. Esta obra, que dura unos 10 minutos, fue escrita en 1991 pero la compositora la sometió a una revisión, hace menos de un año. Se trata, en efecto, de tres trozos, de diferente carácter. El primero parte de una célula de dos notas descendientes, de intervalo grande, que sobresalen de los clusters instrumentales, con mucha viveza. El segundo trozo, un lento expresivo, introducido por un solo del clarinete, luego discretamente acompañado sotto voce, es una pieza muy delicada: ¡Buena música! Y el tercero empieza con un murmullo, tiene un pasaje tocado con sordina, y logra un clima de gran sensibilidad lírica. Tres piezas compuestas con muy buen gusto, que recibieron muy buena acogida por el público presente que aplaudió a la autora, presente en la sala, y a los músicos, sabiamente dirigidos por Luis Aguirre.
Siguió una obra de Luciano Berio, de 1964, completada con un trozo de 1973: se trata de sus Folk Songs escritas para su esposa, la célebre cantante Cathy Berberian. Estas once canciones, dos en inglés, una en armenio, una en francés, tres en italiano, dos en occitano y una en azerbaiyano, prevén un grupo formado por seis músicos, tocando el arpa, la percusión, la flauta (o piccolo), clarinete, viola y violoncello, que acompañan a una mezzosoprano, en este caso la islandesa Gudrún Ólafsdóttir, que nos deleitó con su voz y su arte.
Todas las canciones son bien diferentes entre sí, tanto en la forma como en la sonoridad. Para enlazar algunas de ellas, Berio compuso breves pasajes, entre otras no. El carácter popular es el común denominador, y Berio trata que su música -a pesar de su lenguaje moderno- exprese esto, y lo logra con una maestría admirable. ¡Qué bonitas son estas canciones! Ternura, alegría, nostalgia, tristeza: todo es relatado con recursos musicales sencillos que deleitan al oyente. Destacan la séptima ‘Ballo’ por su ritmo de tres arrasador, y la décima ‘Lo fiolairé’, que permite a la voz gran libertad en el estribillo de sílabas expresando gozo y exuberancia. Por supuesto, la última canción (nº 11) prepara un clímax final, y el acorde con que termina es el único en el cual la percusión se hace oír contundentemente, con brillantez. Final explosivo que arranca aplausos de entusiasmo. Y no era para menos: tanto la cantante como el conjunto instrumental, todo muy bien animado por el director Luis Aguirre, nos hicieron pasar un rato de lo más agradable. Veinticinco minutos de pura delicia: ¿quién lo hubiera sospechado en un programa de música contemporánea?
Después del intermedio se interpretó Jenseits…Diesseits (Más allá – más aca) de José Manuel López López, para piano, flauta piccolo, clarinete, percusión y trío de cuerdas. Data de 1992 y se mueve en torno a sonoridades, que prevalecen sobre organización rítmica o elaboración de motivos. Yuxtaposición de tesituras altas y bajas, como en el piano por ejemplo, el uso del piccolo sobre clusters de las cuerdas, en fin, un permanente cambio de luz que mantiene el interés del oyente. No es tan fácil elaborar un tejido solamente con materia sonora, y esto el compositor lo logra con mucha habilidad. La versión fue muy buena, y el compositor, presente, agradeció a los músicos sus respectivas intervenciones, y al público su aplauso.
Luego escuchamos un estreno absoluto de una obra, recién comenzada, de Oliver Rappoport, un joven malagueño (1980). Se trata del primer movimiento -Reflejos del silencio- de un tríptico que está componiendo. El nombre lo dice: esta obra juego con el silencio, y para ello hasta se apagaron las luces en la sala, quedando solo la iluminación individual de cada atril, estando todos los músicos esparcidos sobre el escenario, cada uno distante del otro. Lo que se escucha es impactante, porque la pieza provoca una cierta expectación hacia lo que pueda suceder. Las tensiones así creadas van en aumento, y hacia el final podría decirse que la cosa es un tanto ‘resultona’. Pueda ser que cuando el tríptico se haya completado, esto queda más diluido. De todos modos, la escucha fue interesante y el joven músico, presente en la sala, agradeció los aplausos del público, felicitando a los intérpretes.
Y para terminar, una obra de un compositor danés, Ib Norholm, (1931), llamada Tolv minutter of Deres Tid, Oktet op 124, (Doce Minutos de su tiempo), para piano, violín, flauta, arpa, clarinete (o clarinete bajo), trompeta, viola y violoncello. Tres breves trozos que, en conjunto no duran más que los doce minutos a que alude el título, nos ofrecen primero tranquilidad y sosiego, sin intervención del piano; luego -siempre dentro de una gran sencillez- el piano empieza a mover las cosas en torno a un motivo breve de pocas notas que se repite, se imita, se invierte, pero con un desenlace muy tranquilo, hasta que los sonidos desaparecen en un silencio. (Fue en este momento que sonó un teléfono móvil -¡mala suerte!- y la magia del momento se frustró.) El tercer trozo es rítmico, con cuatro notas iguales seguidas obstinadas dando pié a una música triunfante, positiva. Este último fragmento termina con brillantez, y siendo así cosechó aplausos animados del público.
La interpretación de esta pieza, como de todo el programa, fue muy satisfactoria. No cabe ninguna duda que Luis Aguirre, el director, ha sabido elegir un elenco de doce músicos -casi todos pertenecientes a la ONE- que funcionan muy bien en conjunto, y hacen honor a su nombre: Sonor Ensemble. Y que Aguirre es además un excelente animador de estas músicas que dirige con gran soltura. En resumen: un concierto muy bueno, con la obra de Berio deparando al oyente un inmenso placer. ¡Felicitaciones!
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