España - Valencia
Si todos los domingos ofrecieran estas misas...
Rafael Díaz Gómez
Valencia, domingo, 6 de febrero de 2000.
Palau de la Música, Sala Iturbi. Cuarto concierto de abono de la temporada de invierno. Johann Sebastian Bach: Misa en si menor, BWV. 232. Heike Meppelink, soprano. Maria Cristina Kiehr, soprano. Claudia Schubert, contralto. Marcel Beekman, tenor. Detlef Roth, bajo. Gulbenkian Choir. Orquesta del siglo XVIII. Director: Frans Brüggen.
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Ignoro el conocimiento que Bröggen tendrá de la idiosincrasia valenciana. Así que no puedo saber si su versión de la Misa en si menor del domingo pasado fue un desafío consciente o inconsciente hacia el público del Palau. Mucho gustan por aquí los excesos sonoros y los desbordamientos de las pasiones (mascletadas y certámenes de bandas, por ejemplo). De esta guisa, las versiones historicistas, históricamente fundadas, o como quieran llamarse, que llevan en candelero ya demasiados años, tantos como para que aburra el mantenimiento de la polémica que suscitan, bordean en esta tierra el límite de la sospecha. Cuando el concierto hubo acabado, muy rápidamente, tras un aplauso cortés, abandonaron la sala muchos de los congregados en el sector del anfiteatro. Sin embargo fueron mayoría los que, permaneciendo en la sala, reconocieron que se había asistido a un acontecimiento musical de primera magnitud.¿Por qué compuso-compiló Bach su más famosa misa? No le demos más vueltas: para que nos pudiéramos dar el gustazo con interpretaciones como la de Bröggen. No ya tanto por su fidelidad histórica, conseguida o no, sino por su sustentación como pura y gozosa música. Fue la del holandés una versión despojada de oropeles pero tensa, nervuda y diamantina. Parecía engrandecerse estéticamente a medida que se desarrollaba, dado el impulso unitario que confirió a esa sucesión de momentos tan aparentemente diversos que constituye el todo de esta gran obra. Desde una economía directorial casi franciscana todos los músicos rindieron al máximo, formando, aquí sí, una unidad de destino en lo universal. ¡Si hasta cuando al primer flauta se le cayó la silla en el segundo Osanna in excelsis el ruido que ocasionó entró a tiempo cual hábil timbal!Excelente el coro Gulbenkian por afinación, precisión, ductilidad y belleza tímbrica. Sus veintiocho componentes resolvieron, a mi entender, la papeleta a la orquesta en el Kyrie I, pues ésta había comenzado hilvanando de forma un poco tosca los contrapuntos, y se fueron, aún más, creciendo paulatinamente. Los dos primeros momentos corales del Gloria denotaron que por muy vivo que fuera el tempo impuesto por Bröggen ningún cantante (tampoco los instrumentistas) le iba a dejar de sostener la mirada. El Gracias agimus tibi pareció proyectarse hasta el número final de la partitura, que retoma , como se sabe, su misma música, dando cuenta de una preparación a larga escala. Visión global que, por otra parte, no impidió el disfrute del Credo como un organismo autónomo sólo por la presencia de la masa coral. Si no hubiésemos escuchado más que este Credo la experiencia habría merecido la pena.La orquesta, sin que apenas dejara escapar una impureza, supo hacer que su sonido descarnado resultara brillante. Siempre mantuvo claro el entramado interlineal y supo realizar un bajo continuo que a pesar de fundamental sonó muy ligero. Los instrumentistas encargados de acompañar a los solistas vocales cumplieron su papel de una forma magistral: el flauta del Domine Deus, los oboes del Qui sedes ad dextram Patris y del Et in Spiritum sanctum Dominun, la trompa del Quoniam tu solus sanctus y la cuerda en todos los demás episodios.También las voces solistas rayaron a gran altura. Los cinco cantantes saldaron con soltura sus cuentas ante las no pocas dificultades técnicas con las que Bach dotó sus respectivos números. Además sortearon sin caer en la falta de tensión los tiempos lentos que en ocasiones impuso Bröggen (necesitado de un asiento a partir del Credo para dirigir estas partes a solo). Sobresalieron más las mujeres y entre ellas la contralto, Claudia Schubert, que hizo los honores a su apellido con una calidez y expresividad envidiables en sus tres intervenciones, pero muy especialmente en el Agnus Dei.Puede que alguien pensara que en esta Misa del Palau la relación entre música y emoción quedó descompensada a favor de la primera, como si el acercamiento del director holandés fuera meramente esteticista. No lo creo yo, pues doy fe que los afectos se vieron conmovidos sin descanso. Así que lo dicho, si todos los domingos ofrecieran estas misas, las iglesias volverían a colgar el cartel de completo.
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