España - Madrid

El don de la oportunidad

Paco Bocanegra
viernes, 19 de junio de 2009
Madrid, jueves, 11 de junio de 2009. Auditorio Nacional. Edita Gruberova (soprano). Friedrich Haider (piano). José Luis Estellés (clarinete). Recital de lied. Obras. W. A. Mozart: ‘Als Luise die Briefe ihres ungetreuen’, ‘Amadeus Liebhabers verbrannte’ KV. 520, ‘Das Veilchen‘ KV. 476, ‘Oiseaux, si tous les ans’ KV. 307, ‘Dans un bois solitaire’ KV. 308, ‘Ridente la calma’ KV. 152, ‘Un moto di giogia’ KV. 579; F. Schubert: ‘Der Jüngling an der Quelle’ D. 300, ‘Der Fluss’ D. 693, ’Im Haine’ D. 738, ‘Lied der Mignon’ D. 469, ‘An Sylvia’ D. 891, ‘Gretchen an Spinnrade’ D. 118, ‘Der Hirt auf dem Felsen’ D.965; A. Dvorak: Ocho Liebeslieder, Op. 83b; R. Strauss: ‘Die Nacht’ Op. 10 nº 3, ‘Allerseelen’ Op. 10 nº 8, ‘In goldener Fülle’ Op. 49 nº 2, ‘Zueignung’ Op.10 nº 1. Organizador: Asociación Cultural de Salzburgo. Aforo: 2324 localidades. Ocupación: 15%
0,0001484 Jamás se ha de menospreciar el don de la oportunidad. Esta es al menos la reflexión que suscita la organización por la Asociación Cultural de Salzburgo en el Auditorio Nacional de Madrid de un recital de lied más bien caro, fuera de ciclo, un día de fiesta y a las diez y media de la noche. Resultado: un estrepitoso -por diversos síntomas anunciado- fracaso de convocatoria. Y todo ello a pesar de, puesto que sería aventurado afirmar que precisamente debido a… la presencia de Edita Gruberova como reclamo.

El comienzo del recital no pudo ser más frío, con una concurrencia, que difícilmente superaría unos tres centenares de personas, desperdigada y como huérfana en la inmensidad de la estupenda sala sinfónica diseñada por García de Paredes.

El entusiasmo acudió de cualquier manera puntual a la cita, pues es sabido que la Gruberova posee esa claque tan característica, dispuesta incluso a aplaudir después de cada canción del ciclo y ya desde la primera. Mas ni siquiera la soprano alemana estaba dispuesta a soportar tan excesivo homenaje y el gesto cortante, como malhumorado, utilizado para abortar tanta alabanza marcó el tono de la velada.

El primer bloque, dedicado a Mozart, con piezas tan hermosas como Ridente la calma o Un moto di gioia, defraudó por el hecho de ser, en principio, adecuadas a la vocalidad y la personalidad de la cantante, al menos la de las antiguas grabaciones. Con tal de que Gruberova se hubiese limitado a cantar por el gusto de hacerlo, en unas melodías que benefician su timbre, habría convencido. Pero el empeño en levantar unas páginas bien elocuentes por sí mismas la situó continuamente al borde cuando no directamente dentro del terreno de la cursilería.

Lírico ligera de grandes dotes, pero extremadamente amanerada, el gusto de Gruberova, con los años cada vez más extravagante y artificioso, lo cual seguramente explica su predicamento entre los fans, ha adquirido un individualismo cuanto más preponderante y ajeno a lo estrictamente musical más jaleado. Su pésimo belcanto así lo atestigua. El problema, dado que una buena cantante en un repertorio determinado puede resultar equivocada en otro, es que este tedioso personalismo parece contaminar desde hace mucho tiempo todo lo demás.

La simplicidad es un planeta extraño para ella. Edita Gruberova, experimentada liederista, en la actualidad parece incapaz de conformarse con esa sencillez que emana de la veracidad y la honestidad, rasgo imprescindible en el lied en general y no digamos en Schubert en particular, donde no hay ni trampa ni cartón y descubrió todas sus cartas. Valgan como ejemplo la fallida An Sylvia o un desperdiciado El pastor sobre la roca, a pesar de la intervención del clarinetista José Luis Estellés.

En honor de la verdad he de afirmar que encontré a la soprano más sincera y contenida en Dvorak; empero no fue sino un espejismo. Esta buena predisposición se esfumó con los lieder de Strauss, donde desafinó en Die Nacht, estuvo intolerable en Zueignung y en general refractaria a toda sobriedad, siempre fielmente secundada por su marido al piano, cuya supeditación a las intenciones de Gruberova fue su logro más destacable.

Con todo, lo peor vino con la propina, la Villanelle de Eva dell’Acqua, un esperable muestrario de sonidos arrastrados en arcos ascendentes, entubados, inconexas y caprichosas coloraturas y todos los consabidos aderezos de su sus característicos ornamentos y amaneramientos. Gruberova debería escuchar a Rita Streich en esta pieza.

El recital, además de inoportuno, finalmente se reveló innecesario.
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