España - Cantabria
Festival de SantanderNoche de estreno: La casa de Bernarda Alba
Roberto Blanco
Ortega nos ofreció una verdadera ópera: cien minutos de duración, una acción continua, una formación sinfónica completa, coro y un reparto vocal importante, asumiendo con desenvuelta soltura las constricciones de un género cargado de historia, sin precipitarse nunca en el pastiche o en la nostalgia.
Julio Ramos confeccionó un libreto muy fiel al conocido texto lorquiano, cortando algunas frases del original, ampliando otras y convirtiendo al personaje de María Josefa en actriz en lugar de cantante.
Estructurada en tres actos (representados sin descansos) que sitúan en escena a los componentes de la casa de Alba, el lenguaje se hace áspero y a veces truculento, revelando también el gusto por el jazz de su autor. Pero las escenas íntimas son las más bellas, alcanzando aquí la música momentos de intensa emoción, como en los dúos de Martirio y Adela del segundo y tercer actos.
El lenguaje de Ortega utiliza armonías tradicionales y melodías reconocibles, como el leitmotiv de Pepe el Romano que atraviesa toda la obra haciendo presente a un personaje que nunca aparece, o los ritmos de habanera del primer acto, todo en beneficio de una potencia de expresión creciente, con una orquesta a la vez sobria y poderosa; y la escritura vocal permanece siempre natural, un continuo recitar cantando, lo que no quiere decir fácil.
© 2009 by Festival Internacional de Santander
El reparto vocal fue de primer orden, de la Bernarda a la vez irreal y muy presente de Raquel Pierotti a la aspereza trágica de Beatriz Lanza (Martirio), del brillo radiante y glacial de Montserrat Martí (Adela), a la composición delirante de Vicky Peña como María Josefa, o en fin, de la pureza de Magdalena (Marina Pardo) al desparpajo de Marina Rodríguez Cusí como La Poncia, sin olvidar las bien proyectadas voces de Hasmik Nahapetyan (Angustias) y de Marifé Nogales (Amelia) ni las intervenciones del Coro Lírico de Cantabria, breves pero bien enfocadas. Director y orquesta se emplearon a fondo en una partitura bien servida, con ecos jazzísticos pero también de Janacek o de Bartók.
Ortega ha tenido también la suerte de hallar en Román Calleja a un director de escena ideal, con todo lo que ello incluye, con una dirección de actores sencilla pero viva, creíble y eficaz, dominio del movimiento en escena e intensa exteriorización de las pasiones y los sentimientos. Los decorados de Jon Berrondo, el vestuario de León Revuelta y la precisa iluminación de Garma y Mojas fueron un ejemplo de buen hacer teatral, en un escenario claustrofóbico de grandes paredes que recrea el mundo cerrado y asfixiante de la casa de Bernarda Alba.
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