España - Galicia
Otro tesoro de Nápoles
Hugo Alvarez Domínguez

Esta Partenope -actualmente en gira por España gracias a un proyecto conjunto del INAEM y el Napoli Teatro Festival- ya se ha visto en diversos puntos del país con un equipo muy similar al que la interpretó en A Coruña, y Mundoclásico.com recoge las reseñas de las funciones de León [leer reseña] y Santander [leer reseña], con elogios muy similares a los que se leerán en esta.
Parece paradójico tener que comenzar hablando de la puesta en escena, pero es que esta noche el equipo que encabeza Gustavo Tambascio se llevó el gato al agua con uno de los montajes más exquisitos que se hayan podido ver en la ciudad en años. Todo estuvo al servicio del goce visual, buscando reproducir fielmente lo que hubiera sido una función de esta ópera en el mismo siglo XVIII en que se estrenó: la escenografía de bellísimos telones pintados con estupendo uso de la perspectiva que firma Ricardo Sánchez Cuerda, los lujosamente detallistas figurines de Jesús Ruíz, las danzas barrocas que apoyaron la trama elegantemente sin recargar -Yolanda Granado- y la dirección escénica de Tambascio, basada en el código barroco de posiciones, remarcando así la naturaleza social de cada personaje. Mención aparte merecen las escenas de lucha que plantearon la coreógrafa Yolanda Granado y el maestro de armas Alejandro Robles: soberbiamente pensadas y ejecutadas con espectacularidad y precisión, redondeando un excelente espectáculo visual de los que se hacen cada vez menos. Fue sin duda alguna el equipo responsable de la puesta en escena el que se llevó los mayores vítores al final.
Varios autores barrocos se inspiraron en el texto de Silvio Stampligia para escribir sus versiones de Partenope, siendo tal vez la de Haendel (1730) la más popular en nuestros días. Cuentan que Haendel había asistido a la representación de la Partenope de Vinci, cinco años anterior, “inspirándose” -por decirlo suavemente- en la música del compositor napolitano para componer la suya. Esta anécdota sirve para ilustrar el éxito de esta ópera, que ahora, casi 300 años después de ser estrenada, vuelve a la vida gracias a ese paladín del barroco napolitano que es Antonio Florio, que suma otro éxito -y en A Coruña aún se recuerda aquel divertidísimo Pulcinella Vendicato de Paisiello en el Festival Mozart 2002- junto a su Capella della Pietà de’Turchini. Una orquesta que con apenas veinte efectivos consigue un sonido cálido, claro y transparente -maravillosas las cuerdas- y un director que no solo se preocupa por hacer sonar así a su conjunto, si no también por ayudar a sus cantantes sin perderles nunca de vista y atendiendo a sus necesidades de respiración para que puedan interpretar sus partes cómodamente. Y es que si se tiene en cuenta que Vinci contó para el estreno de esta obra con personalidades del calibre de Faustina Bordoni y Giovanni Carestini, uno podrá hacerse una idea de la exigencia de las partes principales, no siendo menor la de los papeles supuestamente secundarios. Para esta función, Florio contó con un equipo de su confianza, que en general ya tenía los papeles rodados en base a anteriores funciones. Un grupo que destacó ante todo por su inteligencia como cantantes.
La mayor novedad la constituía el debut en el papel titular de la mezzosoprano Marina de Liso -recogiendo el testigo de la contralto Sonia Prina, habitual intérprete del rol en esta producción-. Siendo De Liso más una mezzosoprano de timbre oscuro que una verdadera contralto, destacó por la calidez de su instrumento, su expresividad y los arrestos con que cantó, especialmente sus números di furore, para obtener un triunfo casi tan grande como el de la soprano Maria Ercolano, en el papel masculino de Arsace, destinado al castrato Carestini y que es acaso el que posee la escritura más compleja de toda la ópera: como sus compañeros, Ercolano destacó sobre cualquier otra cosa por su expresividad, la variedad de su sincero fraseo y su extraordinaria musicalidad; no tendrá la voz más hermosa del mundo, pero sabe cómo utilizarla para conseguir el máximo partido y canta de forma espléndida, cuadrando las coloraturas y resultando deliciosa en el canto spianato, como demostró por ejemplo en su bellísima interpretación del aria ‘Amante incostante’ -seguramente la mejor página de la partitura- que cierra el segundo acto. Por último Maria Grazia Schiavo fue una Rosmira -papel bastante complicado de tesitura fundamentalmente central y peligrosos ascensos esporádicos al agudo- con fenomenal presencia escénica, y voz bien timbrada en el centro, acaso un punto tirante en la zona superior y quizás un poco apurada de fiato -se resarció en su aria del tercer acto ‘Vuol’ tornare alla sua sponda’, donde estuvo estupenda- , uniendo maravillosamente su voz a la de Ercolano en el hermoso dúo del segundo acto, para otro de los momentos cumbre de la noche.
De entre los personajes secundarios, Stefano Ferrari cantó Armindo con gusto, aunque la colocación de la voz no sea del todo ortodoxa, caso inverso al de Eufemia Tufano (‘Emilio’), que debe luchar con un timbre ciertamente ingrato y de proyección escasa, pese a lo irreprochable de su técnica. Discreto Víctor Díaz como Ormonte.
Queda por comentar la inclusión de intermedios cómicos de Domenico Sarro que, siguiendo la habitual práctica del barroco, se insertaron antes del inicio de cada acto de la ópera seria. Corrieron a cargo de dos artistas preparadísimos: el mítico Pino de Vittorio -ningún espectáculo de los Turchini estaría completo sin que este hombre haga su aparición-, ataviado como la vieja Eurilla, y que realizó con grandísima vis cómica toda su parte hablada en itañol, no se sabe si es cantante o actor, lo que es seguro es un grandísimo artista que se las sabe todas, capaz de afrontar este tipo de roles travestidos con gracia, sin caer nunca en el exceso ni la caricatura, algo que es cualquier cosa menos fácil; junto a él, el español Marco Moncloa, curtido en la zarzuela y verdadero animal escénico -él fue por ejemplo el Lamparilla del Barberillo de Lavapiés de Calixto Bieito-, supo divertir y divertirse junto a su compañero, en el rol masculino de Beltramme, aportando además una estupenda voz baritonal. Junto a la música de Sarro –a la que se añadió un aria de Lo Zite ‘n Galera de Vinci a modo de prólogo a cargo de De Vittorio, y el fandango Tempestad grande amigo de José de Nebra en el primer intermezzo-, hubo lugar para morcillas varias, como menciones a Vittorio & Lucchino, o Rocío Jurado, y que alcanzaron su momento culminante cuando ambos parodiaron La zarzamora en un momento tan inesperado como irresistiblemente hilarante.
Fue un espectáculo monumental, auténtico, digno cierre para un Festival de Ópera que ha vivido en la del presente año una de sus ediciones globalmente más brillantes. Gracias por esta noche de ópera y teatro de los buenos.
Comentarios