Francia

Saldando deudas (II)

Jorge Binaghi
viernes, 23 de octubre de 2009
París, domingo, 11 de octubre de 2009. Opéra Garnier. Mireille (Paris, Théâtre Lyrique, 19 de marzo de 1864), libreto de M. Carré y música de Ch. Gounod sobre el poema de F. Mistral. Regisseur: Nicolas Joel. Escenografía: Ezio Frigerio. Vestuario: Franca Squarciapino. Iluminación: Vinicio Cheli. Coreografía: Patrick Segot. Intérpretes: Inva Mula (Mireille), Charles Castronovo (Vincent), Franck Ferrari (Ourrias), Alais Vernhes (Maître Ramon), Sylvie Brunet (Taven), Nicolas Cavallier (Maître Ambroise), Amel Brahim-Djelloul (Clémence), Anne-Catherine Gillet (Vincenette) y otros. Orquesta y coro (director: Patrick Marie Aubert) del Teatro. Dirección de orquesta: Mark Minkowski.
0,0002412 La nueva temporada, comienzo de la actuación de Nicolas Joel como director de la casa, comenzaba simbólicamente con otra reparación: la llegada del prestigioso título de Gounod, que nunca ha logrado entrar a formar parte establemente del repertorio de ningún gran teatro, a la Opéra. Algo que debía hacerse, pero que, una vez hecho, merece algunas reflexiones (no importa si la primera representación tuvo algunas manifestaciones contrarias, si la crítica encontró reparos, ni si el público acudió y aplaudió a rabiar). No sé si conviene, en una ocasión como esta, que el director ejerza también en calidad de director de escena. Puede y suele hacerse, y Joel lo ha hecho en una casa de prestigio como Toulouse. Pero París y Toulouse -aunque sea por el formato y la repercusión internacional nada más- no son iguales. Y por lo mismo, se puede entender que Joel acuda a artistas (cantantes, decoradores, directores de orquesta) que aprecia y con los que ha trabajado mucho (preparar esta temporada no le habrá sido nada fácil, no sólo por su estado de salud, afortunadamente restablecida ahora).

Dicho eso, la puesta en escena, aunque pudo ser mejor en el paso del acto I al II y, sobre todo, en la decepcionante escena del desierto, no estuvo mal. Con Mireille no pueden hacerse milagros, ni aunque fuera dramáticamente intachable (no lo es; cuando la música es ‘bonita’, a veces es impropia -como en la escena del castigo de ‘Ourrias’, de un romanticismo del que Weber o Berlioz habrían sabido sacar gran partido; si se toma la larga obertura, sólo refleja parcialmente la atmósfera de la ópera, y en particular el primer acto: podría valer como fragmento sinfónico o incluso música de ballet, pero ya puede estar bien dirigida que plantea de entrada los problemas de la ópera: falta de dramatismo, falta de adecuación a las situaciones, salvo en el marco lírico, costumbrista, y en el religioso -un poco reiterativo y exagerado del acto final). El regreso de Frigerio a la Opéra (de la que se había alejado no por propia voluntad) es bienvenido aunque no sea este uno de sus grandes trabajos.



Alain Vernhes (Ramon), Inva Mula (Mireille), Anne-Catherine Gillet (Vincenette), Charles Castronovo (Vincent) y Nicolas Cavallier (Ambroise)
© 2009 by Opéra national de Paris/ Agathe Poupeney



Mark Minkowski realizó una buena labor con la orquesta, pero uno se pregunta si es este el repertorio que más le conviene. Su Gounod me resultó demasiado ‘rítmico’, por ejemplo, y no veo mucho, por ejemplo, cómo podría resultar su Faust o su Roméo. Supongo que es a él que se debe el corte de una de las dos arias famosas de la obra, la de la ‘hirondelle’. El argumento es que Gounod fue obligado a introducirla por exigencias de Mme Carvalho, la protagonista y esposa del empresario. El caso es que la introdujo. Para las sopranos es tal vez un alivio porque es un aria muy aguda y brillante, pero no sé qué ocurriría si en la próxima exhumación de Roméo se decide suprimir el ‘vals de Juliette’ con argumentos parecidos.

En el rubro cantantes, defender a Mireille significa contar con los más grandes cantantes, no sólo con excelentes profesionales o buenos o eficaces elementos. Incontestablemente, no se puede encontrar mejor ‘Ramon’ que Alain Vernhes, que ha enriquecido el personaje desde que hace un años se lo escuchara en Lieja (la provincia ha sido más fiel a Mireille que París). Inva Mula es una buena, muy buena cantante, y una artista válida, pero la voz es bastante gélida, avara de colores, en particular en el agudo. Supongo que es difícil persuadir hoy a una gran soprano de que estudie un rol difícil que tal vez logre cantar un par de veces más (si no se encuentra en posición de imponerlo, como ha sido el caso de Fleming y Thais). Charles Castronovo sigue manifestando que es un tenor de cierto interés, con tendencia a engolar y a veces a forzar -este último aspecto pareció mejorado- pero la voz es más bien pequeña y probablemente los nervios lo traicionaron en el otro fragmento que ha sobrevivido de la obra, ‘Anges du paradis’. Franck Ferrari tiene en ‘Ourrias’ un personaje ideal para sus características vocales, escénicas y de figura, pero incluso así su canto fue demasiado vociferante y sin siquiera un volumen enorme; tampoco fue extremadamente violento, malvado, ni la escena del arrepentimiento y muerte careció de relieve. Sylvie Brunet tiene probablemente en personajes como ‘Taven’ un buen refugio y es una buena actriz, pero aún así se notó que su voz, realmente de soprano, presenta problemas de color y de emisión en el agudo, y el grave no es de auténtica mezzo.

Muy bien estuvieron Gillet en la hermana del protagonista y Brahim-Djelloul (una voz realmente delicada) en esa ‘Clémence’, cuya única finalidad parece ser la de cantar su canción en el primer acto para desaparecer sin más, un poco como el padre del tenor, ‘Ambroise’, lo que es lástima porque Cavallier estaba en muy buena forma vocal y trazaba un personaje excelente con las pocas pero decisivas intervenciones que Gounod le confía en el segundo acto. Tal vez convenga dejar descansar bastante tiempo a esta Mireille luego de haberle rendido los honores que se le retacearon. Hay mucho donde pescar o repescar en la ópera francesa e incluso en otros títulos del autor (pienso en Safo o La reine de Saba).
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