Reino Unido
Transitando dimensiones
Redacción
Dirigida por Stéphane Denève, la obra se desplegó magnífica con inapelable discurso narrativo, como un fresco de múltiples y enormes dimensiones en el que las dosis de emoción han de dispensarse con tino y exactitud. Denève supo encontrar y hacer sentir el ánimo e intimismo de los textos de Owen en la voz musical de Britten, encapsulándolos, más allá del imponente impacto producido por la colosalidad de la obra, en la privacidad de una oración. Un oficiante hallando intimidad en plena conflagración, musicalmente hablando.
Britten estuvo iluminado al yuxtaponer parte de los tradicionales textos en latín de la Missa Pro Defunctis, a cargo de un gran coro y orquesta, y un coro de niños, con los versos del poeta Wilfred Owen, cantados por un tenor y barítono acompañados por una orquesta de cámara, en este caso, dirigida también por Denève. Los textos del poeta inglés, que en carne propia sufrió las heridas de la Primera Guerra Mundial, hablan sobre “la futilidad de la guerra, su innecesaria crueldad, y la pena por aquellos cuyas vidas quedaron truncadas por una carnicería a gran escala”. Owen murió en acción en 1918.
Del trío de solistas destacaba, por derecho propio el inglés Ian Bostridge. “La he cantado más de cincuenta veces… se ajusta a mi voz lírica y ligera, pero que logra ser a la vez intensa y dramática”, comentaba en una entrevista publicada días antes de la función. Ante la idea de que hubiese un paralelismo con Peter Pears, el compañero de Britten, para quien éste escribió la mayoría de roles para tenor, Bostridge fue tajante. El compositor es central en su repertorio. “No me pongo otro traje cuando cantó a Britten. El fantasma de Pears ya no plantea un problema hoy en día… la música de Britten ha salido al mundo y ha sido interpretada por grandes artistas. Quiero pensar que me involucro personalmente con el material, expresando quién soy y cómo la percibo”, le respondía a Kenneth Walton del diario The Scotsman. Con todo, el espíritu de Pears pareció quedar convocado en el Agnus Dei, y Bostridge fue el médium. El reparto de solistas lo completó la soprano letona Marina Rebeka y el barítono noruego Audun Iversen, que sorprendieron gratamente por la empatía demostrada con la obra y por las cualidades expresivas de sus voces.
Orquesta y coro de la RSNO abrieron fuego con el Requiem Aeternam, la infausta solemnidad de la orquesta, bañada por un coro transformado en hálito sombrío, se apacigua con la candidez de unas voces infantiles. Estratégicamente ubicadas en el exterior de la galería del Usher Hall, el coro juvenil de la RSNO puso el tono extraterrenal. El alivio no perdura mucho pues entra Bostridge, cuya imperfectible dicción clavó en la amargura de los versos de Owen, “Qué tañido de campanas este para aquellos que mueren como ganado…” En Dies Irae, las fanfarrias de los metales estuvieron simplemente ominosas, puntillistas como metralla, mientras el barítono Iversen, pese a su juventud, atendió a la gravedad del asunto con circunspección, estilo y voz plenos de la requerida adustez. Por su parte, Marina Rebeka, poseedora de una voz de proyección prístina e incisiva, logró conmover hasta la médula alzándose como otra voz del más allá, espectral, en cada una de sus intervenciones.
El War Requiem culminó su tránsito entre las dimensiones reales y metafóricas con una orquesta y coro de la RSNO poderosos, seguros y de impecable homogeneidad, una orquesta de cámara, conformada por los solistas de la RSNO, soberbia y electrizante. Conducidos hasta el Libera Me, todos se desataron en un clímax que Denève dosificó con sensibilidad dinámica, y cierta agridulce euforia que mágicamente se desvaneció en la paz del “Amén” final.
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