Bélgica

El de la triste figura

Jorge Binaghi
lunes, 17 de mayo de 2010
Bruselas, martes, 4 de mayo de 2010. Teatro de La Monnaie. Don Quichotte (Montecarlo, Ópera, 19 de febrero de 1910). Libreto de Henri Cain según un texto de Jacques Le Lorrain (sobre la obra de Cervantes) y música de J.Massenet. Dirección escénica y vestuario: Laurent Pelly. Escenografía: Barbara de Limburg. Luces: Jean-Jacques Delmotte. Intérpretes: José van Dam (Quijote), Silvia Tro Santafé (Dulcinea), Werner Van Mechelen (Sancho Panza), Julie Mossay (Pedro), Camille Merckx (Garcias), Gijs van der Linden (Juan), Vincent Delhoume (Rodríguez), Bernard Villiers (jefe de los bandidos) y otros. Orquesta y coro (preparado por Martino Faggiani) del Teatro. Director: Marc Minkowski
0,0001958 Recuerdo cuando Ghiaurov eligió terminar su concierto de presentación en el Palau de la Música en Barcelona con la escena final de esta obra que sólo conocíamos -algunos- por una grabación de Christoff y Berganza en italiano y otra en estudio del propio Ghiaurov, Crespin y Bacquier (al que logré ver en escena en la bellísima producción de Faggioni en el Liceu algún tiempo después: todavía recuerdo el final del cuarto acto)…Uno pudo así entender qué tenía en mente Massenet y cómo podía haber sido esa primera vez hace cien años con el protagonista en el que había pensado todo el tiempo -al punto de citar una frase del Boris precisamente en el momento de la muerte-, un tal Feodor Chaliapin (es probable que a algunos -espero que no sean muchos- no les suene o vagamente el nombre; vale la pena perder el tiempo escuchando algunas de sus grabaciones históricas hechas con medios antediluvianos).

Y de medios antediluvianos hablando, casi no puede darse la primera función -en presencia de la princesa Matilde, que aguantó el chubasco principescamente- por un fallo en el ordenador del escenario. Luego de una hora, la vieja acción manual obró el milagro: qué lección, que nadie va a querer aprender (si fuera sólo en esto….). La obra volvió también a los cien años de su estreno ‘in loco’ (pocos meses después de la primera mundial, y mejor que no me ponga a averiguar cuándo se dio por última vez porque la relación de La Monnaie con la ópera francesa es de diván de psicoanalista ortodoxo). El motivo fue que el gran van Dam quería despedirse de la escena -seguirá haciendo conciertos- con este personaje. Como sea, y aunque la obra sea ‘de vejez’ -y no de la de Verdi precisamente-, esta ‘comedia heroica en cinco actos’ (bien cortos, eso en sí es ya una virtud que otros no aprendieron en su vida) tiene grandes momentos, buenos momentos y otros de correcta factura aunque de no mucha inspiración (el libreto no siempre da la talla, tampoco…claro que con el original con el que se metía no era fácil salir airoso).

En todo caso, todos y cada uno trabajaron -se nota, cómo se nota- dejándose la piel. Empezando por Minkowski, que ha hecho una verdadera creación, y puntualmente la orquesta le ha respondido de forma casi lujuriosa. Siguiendo por el coro (su nuevo maestro, Martino Faggiani, está volviendo a imprimirle colores que recordaba pero que hace tiempo no escuchaba) y todos los comprimarios (entre los que destacaban los cuatro participantes del programa de perfeccionamiento de jóvenes cantantes).



© 2010 by Johan Jacobs

Tro Santafé hizo una Dulcinea tal vez demasiado española (no sólo por la pronunciación, sino por una emisión demasiado ‘opulenta’ y ‘directa’, que de vez en cuando volvió a exhibir alguna rigidez en zona aguda), sin que eso impida decir que la mezzo está pasando un muy buen momento, y que tal vez este tipo de papeles finalmente le sean más congeniales que los del barroco. Imagino que cualquier barítono o bajobarítono quiere cantar Sancho Panza al menos por la defensa exaltada de su ‘maître’ (no me gusta decir ‘amo’ o ‘señor’: lo impiden esa obra mayúscula de la humanidad y la famosa quijotización de Sancho y sanchificación de Alonso Quijano). Con razón. Junto con la escena de la muerte y la de los bandidos, diferente pero complementaria de la de los molinos de viento, pese a la sensualidad de las intervenciones de Dulcinea, este momento es de los que justifican toda una ópera (mucho más que los anteriores, cómicos, reservados al personaje). Van Mechelen lo hizo más que muy bien, muy juvenil y sonoro.

Y cómo no, está el protagonista: a estas alturas, van Dam que se autodenomina ‘bajo’ pero que en el programa aparece como ‘barítono’ cuando lo cierto es que ha sido cada vez más un típico bajobarítono, tiene problemas en los registros extremos, pero más en el grave que en el agudo. Eso no le ha impedido tener un éxito descontado, pero más importante fue que logró realizar aún un excelente trabajo de interpretación gracias a su fraseo, a su dicción, a la interpretación (sorprendente en el episodio de los molinos de viento aunque le faltara la fuerza vocal), que suplieron, si no disimularon siempre, el desgaste natural e inevitable (a uno a veces le gustaría que le pusieran delante al Tiempo, preferentemente con la cara de uno de esos seres que nos amargan la vida aunque no los conozcamos personalmente, para darle de tortas hasta cansarse). Brilló en particular en la escena de la muerte y, sobre todo, en el encuentro con los bandidos, un sobrecogedor final del tercer acto.



© 2010 by Johan Jacobs

¿Falta algún ingrediente más? La puesta en escena, claro. Pelly, siempre con algún detalle ‘personal’ del que uno prescindiría de mil amores (en este caso son los ‘caballos’ con los que baila Dulcinea en el cuarto acto, e incluso uno toca la guitarra), es un director de escena notable y supo escuchar la música (tal vez más que el texto, y eso fue una suerte). Su idea de que van Dam encarne al mismo tiempo al protagonista, a Cervantes y a Massenet funciona magníficamente, el decorado en base a páginas de libros que asumen diversas formas (los bandidos saliendo debajo de ellas como si fueran montañas fueron un momento sublime, más incluso que el aspa que bajaba en el momento del ataque a los molinos) es sencillo, complicado, funcional y poético. Luces y trajes terminan por conformar uno de los más bellos, sentidos y sensatos espectáculos que haya visto en todos estos años en La Monnaie. Lástima que cuando esta reseña se publique ya se habrá transmitido por ‘Arte’ en directo, aunque aún quedan para más adelantes las transmisiones por las emisoras francófona y flamenca (en fechas distintas naturalmente).

Sería ideal que la despedida de un gran artista sumada a la presentación estupenda de una obra ‘rara’ de un autor más importante que lo que se suele pensar hoy y basada en ese texto sutil, desmadrado, enorme, de don Miguel (tampoco demasiado apreciado él durante su vida), sirviera para que la ‘loca cordura’ volviera a Europa, al mundo, a Bélgica. Tal vez un ‘sueño imposible’ como cantaba otro ‘Quijote’ mucho más reciente, pero permítasenos al menos soñar al calor de este espectáculo.
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