España - Galicia
Don Giovanni a medio gas
Hugo Alvarez Domínguez

La puesta en escena, o la noche de los probadores del colchón
En tiempos de crisis, se contrató la producción que Pier Luigi Pizzi creó el pasado año para el Festival de Maccerata. El regista italiano ya presentó algunos espectáculos verdaderamente hermosos aquí en años anteriores, pero éste peca de una sobriedad por momentos excesiva; una cama y algunas sillas son los únicos elementos en un espacio escénico rigurosamente negro, inclinado y rodeado de espejos, que posee una curiosa trampilla en primer término que servirá a los personajes en según qué escenas. El montaje se completa con cortinajes negros que se abren y se cierran, dando paso a las diversas escenas, sin que haya realmente grandes diferencias ni visuales ni estéticas entre unas y otras; cortinajes que por cierto aquí fallaron en un par de momentos la noche del estreno, permitiendo -al menos desde mi posición- ver salir del escenario tranquilamente a los cantantes que habían tomado parte en la escena anterior. No ayuda demasiado la excesivamente oscura iluminación de Vincenzo Raponi -que tiene su único momento de lucidez en la entrada de Elvira, sugerentemente planteada-, mientras que el vestuario, que firma el propio Pizzi con la asistencia de Lorena Marin, sí es más interesante, especialmente los diversos y elegantes trajes de luto que luce Donna Anna, seguramente lo mejor de todo el montaje.
De la idea escénica de Pizzi hay algunos puntos que preocupan. El primero, su tendencia reciente a repetirse en las estéticas: los espejos, la cama y los fondos negros ya habían aparecido sin ir más lejos en su producción de La Cenerentola pensada originalmente para Montecarlo, y que pudo contemplarse aquí en 2005, aunque aquel montaje funcionaba mucho mejor que este. Cualquiera que haya visto ambos notará el paralelismo estético evidente. El segundo, la escasa caracterización psicológica de los personajes, algo que en un montaje de estética minimalista como es este, debería ser fundamental; solo Don Giovanni y Donna Elvira aparecen bien caracterizados, él como una especie de sátiro castigador y narcisista -se recrea mirándose en los espejos una y otra vez- que parece ver el sexo y el placer más como una mera necesidad que debe cubrir que como un elemento de placer -hay carga sexual hasta con Leporello- y ella como una neurótica de personalidad disfuncional, capaz de pasar de la carcajada al llanto en dos frases -un enfoque que ya nos han enseñado otras producciones-.
El resto de los personajes son meras figuras decorativas, a los que Pizzi no llega a dotar de una personalidad propia, excepción hecha tal vez de Leporello, que por momentos parece seguir la regla de su señor sobre el sexo como necesidad, no solo con la sugerida relación homo-erótica patrón-criado, sino también cuando intenta beneficiarse a Donna Elvira mientras canta el catálogo -otra idea que por cierto ya hemos visto en unos cuantos montajes recientes de esta ópera-.
Así las cosas, la omnipresente cama parece erigirse en una protagonista más de la función. Una cama que no importa ni de quién sea ni dónde esté realmente situada -otra de las incógnitas que el montaje deja sin resolver-, pero por la que pasan todos los personajes -salvo Don Ottavio y el Comendador- en algún momento, cual si fueran probadores de colchón. De esta misma cama bien podría llegar el Convidado de Piedra en la escena final, que queda aquí despojada de cualquier atisbo demoníaco: el Comendador se presenta entrando por una puerta inexistente -a la izquierda del espectador cuando los timbales que simulan las llamadas a la puerta suenan claramente a la derecha-, con una túnica blanca que bien podría ser su traje de dormir… y se va sin hacer ruido ni molestar a nadie, mientras Don Giovanni es arrojado a la trampilla por las furias, en una escena que carece de fuerza dramática desde cualquier punto de vista -hasta se me hizo simpática…- y debería ser revisada, siendo probablemente el peor momento de una propuesta que no termina de funcionar en líneas generales.
La música, o un sucedáneo mozartiano
Musicalmente, se asistió a una versión muy desigual donde, en lo vocal, Ildebrando D’Arcangelo -que había cantado Masetto y Leporello repetidas veces antes de ser el burlador- pudo descollar sin problemas: tiene el físico ideal para el personaje, la voz de bajo es hermosa, robusta y está bien proyectada y hace cuánto se le pide como actor, desde las flexiones iniciales hasta varios saltos y caídas resueltas con suma agilidad. Se lució especialmente en una hermosa versión de ‘Deh, vieni alla finestra’, imponiéndose además en los concertantes. Un poco más de variedad en el fraseo -algo que probablemente llegará con el rodaje del personaje- le ayudaría a redondear un acercamiento ya de por sí bastante interesante.
La otra gran triunfadora de la noche fue María José Moreno, que demostró con su recién incorporada Donna Anna -la debutó en Jerez a principios de este año, tras haber cantado Zerlina anteriormente- la evolución vocal que atraviesa: sin llegar a ser todo lo lírica que uno desearía en este personaje, la voz ha ensanchado considerablemente en el centro, sin renunciar a un cómodo registro agudo, y el volumen es importante, lo que le permite también estar presente en los concertantes. Además, muestra un perfecto conocimiento del estilo mozartiano. Pero sin duda lo mejor de su interpretación fue su alta carga dramática, esa capacidad para dar sentido a cuanto dice y hacerlo teatralmente creíble. Su mejor momento fue el accompagnato ‘Don Ottavio son morta!’, precisamente por eso, por la garra con que lo dijo, descollando también en su gran aria final, ‘Non mi dir’, posiblemente el momento mejor cantado de la noche.
El Leporello de Andrea Concetti actúa muy bien, sabe construir un personaje simpático y se compenetra con D’Arcangelo en el escenario. Vocalmente posee una de esas voces sin una belleza tímbrica especial, que funcionan bien en este tipo de personajes buffos, aunque a uno le cueste imaginárselo cantando otro tipo de partes más serias. Su lectura del ‘Catálogo’ fue sonora, pero no mucho más.
El resto del reparto fue más problemático. La Elvira de Monica Bacelli respondió con adecuación al perfil neurótico que esta propuesta escénica otorga a su personaje, sin perder nunca la elegancia de dama de alta alcurnia que debe tener. Sin embargo, canta con una peligrosa tendencia a entubar, pese a lo agradable del sonido, lo que dificulta la proyección de la voz, que se pierde en los concertantes. Además, el exigente canto legato de sus dos arias la puso en no pocos problemas: al ‘Mi tradí’ llegó visiblemente cansada y sufrió para terminarlo, despiste con el texto incluido. Cierto es que la batuta tampoco la ayudó.
Ni el Don Ottavio de Alexei Kudrya ni la Zerlina de Manuela Bisceglie terminan de tener todo lo que se requiere para hacer justicia a sus partes. El tenor ruso -vencedor de Operalia 2009-, en la clásica tradición del tenorino mozartiano y rossiniano, tiene voz pequeña -desaparece casi por completo en los conjuntos-, y, pese a lo hermoso del timbre en las arias, presenta serias deficiencias técnicas: el fiato no siempre es suficiente y la tendencia al golpe de glotis en los finales de frase es frecuente. Por su parte, la soprano italiana, con un agradable timbre de lírico ligera, alterna frases interesantes con otras donde salen a relucir defectos esporádicos de colocación de la voz o portamenti inapropiados -como se pudo apreciar en ‘Batti, batti’-; asimismo, los graves del personaje la exceden notablemente. Ambos son jóvenes y evidentemente aún hay trabajo por hacer.
El Masetto de David Rubiera pasó sin pena ni gloria, al contrario que el Comendador de Gudjon Oskarsson, todo un experto en el papel que, teniendo la estatura física y los graves adecuados para el personaje, pinchó notablemente en la parte aguda de su escena final, desluciendo el que probablemente sea el momento clave de la ópera. Parece ser que se encontraba indispuesto, pero en ningún momento se anunció así al público. Una lástima.
El programa de mano anuncia al Coro de la Sinfónica de Galicia, aunque lo que se vio sobre el escenario fue un cuarteto durante todas las partes corales, a excepción del coro masculino de la escena final, que fue reforzado desde el foso. No se entiende a qué obedece reducir a cuarteto la parte coral, con las dificultades que esto conlleva para imponerse. Si en ocasiones faltó sonido, no puede culparse de esto a los integrantes del mismo, sino a quien haya tenido la idea de hacer esta reducción sin justificación aparente.
La Sinfónica de Galicia sonó con la pulcritud general acostumbrada y el continuo de Aaron Zapico y David Ethéve fue también destacable, mientras que el tercer encuentro coruñés de Víctor Pablo con esta obra resultó desconcertante: faltó, lo primero, una idea discursiva general, pero además falló el pulso en muchos momentos, y los tempi pecaron de exceso de lentitud, lo que puso en problemas a algunos cantantes -Kudrya y Bacelli en sus arias del segundo acto particularmente-, creando una incomodidad general que se notó en los momentáneos pero notorios desajustes que se produjeron en ambos concertantes finales de acto; además, el sonido obtenido del foso fue a veces excesivo, perjudicando la imposición de las voces.
Me interesa destacar un aspecto negativo referente al paupérrimo programa de mano, en el que figuran exclusivamente los datos técnicos de la representación: la sinopsis argumental -necesaria para aquellos que se enfrenten con la ópera por primera vez- y las biografías de los cantantes han desaparecido. Se pueden consultar en el libro del Festival, sí, pero creo que es información que bien podría estar incluida en el programa individual, como ha sucedido hasta ahora. El público se mantuvo bastante frío durante la mayor parte de la representación, pero aplaudió generosamente al final, especialmente a D’Arcangelo, Moreno y la orquesta, en lo que resultó ser un Don Giovanni bastante desangelado. Otra vez será… O no.
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