España - Euskadi
El kubo de Sofia
Ainhoa Uria
Todas las artes comunican y ese es su objetivo. Pero, al margen de la sensibilidad de cada uno, cuantos menos elementos materiales conlleve una obra artística más fácilmente se introduce en nuestras sensaciones, de forma que, visto desde los niveles de concreción de lo general a lo particular, la arquitectura sería el arte con los máximos elementos físicos (piedra, latón, cemento, acero…), y en tres dimensiones; la escultura vendría a ser lo mismo pero sin una funcionalidad al margen de la mera comunicación; la pintura va reduciendo su necesidad material, puesto que conlleva dos dimensiones, una menos, pero aún así, capaz de generarnos más niveles que sus simples alto y largo, creando así hasta cinco en, por ejemplo, Las Meninas de Velázquez o El Grito de Munch; la literatura sólo tiene el vil papel pero, ¿quién no se ha sentido subyugado ante los libros en infinidad de momentos, sintiéndose más y más cerca de la tinta que repta hoja a hoja, comparando la letra con su propia existencia?
Y sin obviar ningún arte, cuyo objetivo considero, funcional o no, imperativo de la necesidad del ser humano, llegamos a la música, muy compleja a nivel de codificación; cuanto más nos abstraemos de lo tangible, más efímero es el proceso y por lo tanto, nos vemos abocados a sentir en un tiempo record, en el que, tanto la composición como la interpretación, deben estar conectadas para nacer, crecer, evolucionar y morir. Y, como, por gracia o por desgracia, la repetición en música no existe, depende de nuestra experiencia estética y nuestra receptibilidad el que lo que oímos nos llegue. O, ¿acaso el arte nos puede seducir desde la incapacidad sensorial? Sí o no, es una de las preguntas que ni siquiera Sartre ni Beauvoir podrían contestar.
Dejando el existencialismo al margen, vamos a acercarnos al Kursaal. Fui al concierto con un amigo, que llamaremos el señor X, al que le encanta la música de Gubaidulina. Entramos con energía para escuchar la música de una mujer cuyos ojos, a pesar de su senectud, siguen mostrando fuerza. La situación psíquica que se sintió después del concierto fue de desconcierto total e incapacidad para poder articular palabra. La música de Sofia Gubaidulina en manos de Descalzo nos había elevado.
En primera línea de Playa en La Zurriola se encuentran dos rocas varadas recordando el antiguo Gran Kursaal Marítimo de San Sebastián, o como lo llaman todos los donostiarras, Los Cubos de Moneo. Esos cubos conforman el Palacio de congresos y el Auditorio de la capital gipuztarra, y, en concreto en el cubo pequeño, en una exposición de Miró que dura hasta el 12 de octubre, había un piano de cola.
El señor X estaba consternado porque no había ningún tipo de programa de mano o guión sobre el concierto, pero su alegría habitual volvió a su rostro cuando, con grave regocijo, observó que Sofía Gubaidulina se sentaba delante de él: “este es un momento histórico” - decía.
El pianista Ricardo Descalzo tuvo la oportunidad de conocer a Gubaidulina hace dos años en el Auditorio Nacional en un homenaje a la compositora y han trabajado juntos para que su música llegara a la Quincena Musical. La presencia de la compositora en el concierto, gran presión añadida, por cierto, nos comunicaba que lo que íbamos a oír a continuación era una interpretación que empatizaba con su obra completa para piano.
Fue un honor escuchar “su” música en “su” presencia, ante la que había conocido a Louis Armstrong y Duke Ellington y se había sorprendido de que tocaran contentos, desbancando así su opinión sobre la hegemonía de la profundidad de la música europea ante el resto de las sensaciones musicales.
Hay que destacar la multitud de articulaciones diferentes, sensaciones, intensidades, ataques y texturas que Descalzo veía en la música de Gubaidulina y su enorme expresividad, aparte de su capacidad de crecerse en condiciones que no eran muy propicias para la concentración. El señor X no estaba muy de acuerdo con la exposición de Miró, muy interesante en otro marco, pero foco de desconcentración para el público en este recital.
El acto constaba de tres partes: la primera fue un documental sobre la vida de Gubaidulina y el tratamiento que Descalzo ha hecho de su obra completa para piano, tanto en Hamburgo, casa de la compositora, como en Musikene con sus alumnos [leer reseña]. La segunda parte abre el recital con Chaconne (1962), Toccata-Troncata (1971), Invention (1974) y Musical Toys (1969) y la tercera fue exclusivamente para la Sonata (1965).
La Chaconne exudaba profundidad y una tensión que, una vez que atrapa, mantiene y va moviendo al oyente por las infinitas sensaciones por las que camina. Su ejecución requería muchos tipos de articulación diferentes consiguiendo contrastes e intensidades que superaban la monumental fuerza brahmsiana.
La Tocata-troncata cambia radicalmente de atmósfera. La recepción, tanto de la composición como de la interpretación, recreaba lo que podían ser preguntas al estilo del segundo movimiento de Carmina Burana.
Como siempre que el ser humano aparece en escena puede pasar de todo, al comienzo de la Invention, esa intervención humana se dejó ver. Unos molestos pitidos de los cajeros hicieron que el señor X negara con la cabeza apesadumbrado por el ruido infernal. El propio Descalzo tuvo que parar el recital y avisar con toda la calma del mundo, que el recital, así, no se podía entender y que por nuestro bien, paráramos ese ruido.
Los Musical Toys eran pequeñas piezas diferentes unas de los otras pero todas dentro de un ambiente giocoso. En esta obra pudimos ver diferentes tipos de sensaciones. Quintas paralelas dando color medieval, bajos imitando un contrabajo de jazz, armónicos de vibraciones de cuerdas por simpatía, pulsando teclas prolongadamente, dejando las cuerdas sin la oclusión de los apagadores y pudiendo vibrar por efecto de la energía generada por la vibración de otras cuerdas...
El descanso duró exactamente tres minutos y como se había anticipado previamente ante la sorpresa del señor X, el público, si lo deseaba, podría irse a escuchar a la Orquesta Filarmónica de Liverpool. Este acto enervó sobremanera al señor X, y lo consideró una falta de respeto a Doña Sofia.
Tras haber pedido un lapicero al público, Descalzo procede a preparar el piano; iba a interpretar la Sonata. Como detalle, cabe destacar que utiliza unas baquetas para percutir directamente en los bordones más graves del piano. El señor X lamentaba que el piano estuviera tan cerca del público puesto que restaba intimidad tanto al pianista como al público; la extrema cercanía puede que fuera algo agresiva. La Sonata es una obra de descomunal fuerza que va cargando de angustia desde el primer movimiento y no se sacia hasta el último sonido que casi hace caer a Descalzo del taburete. La verdad es que a lo largo del primer movimiento, se va cargando el ambiente con una tensión enorme que no acaba de explotar en ningún momento haciendo que casi nos incorporemos del asiento. El segundo movimiento es muy sutil pero hubo un pequeño momento en el que la concentración y la carga emocional se cayeron un poco notándose en las personas que estábamos escuchando, pero volvió con fuerza culminando la obra con la resolución de toda la tensión sensorial de la Sonata.
Salimos del concierto absolutamente abstraídos. La música todavía estaba haciendo su efecto. La concentración de la meditación todavía seguía cuando salimos de la Sala Kubo Kutxa y nos fundimos con la gente. Andábamos sin rumbo maravillados y destrozados por la tremenda tensión a que nos habíamos visto expuestos.
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