Polonia

Del abuelo Mozart a sus nietos Chopin y Schumann

Maruxa Baliñas
lunes, 20 de septiembre de 2010
Christoph Prégardien © Palau de la Música Catalana Christoph Prégardien © Palau de la Música Catalana
Varsovia, viernes, 13 de agosto de 2010. Estudio de concierto de la Radio Polaca Witold Lutoslawski. Christoph Pregardien, tenor. Andreas Staier, piano de época. Wolfgang Amadeus Mozart, Ridente la calma K 152, Sehnsucht nach dem Frühling K 596, Der Frühling K 597, Sei du mein Trost K 391, Abendempfingung an Laura K 523, y An Chloe K 524. Fryderyk Chopin, Smutna rzeka op. 74 nº 3, Pierścień op. 74 nº 14, Piosnka litewska op. 74 nº 16, Dwojaki koniec op. 74 nº 11, Wojak op. 74 nº 10, Z gór, gdzie dźwigali op. 74 nº 9, y Hulanka op. 74 nº 4. Ludwig van Beethoven, An die ferne Geliebte op. 98. Franz Schubert, Canción op. 59. Robert Schumann, Eichendorff-Liederkreis op. 39. Festival Chopin y su Europa 2010
0,0003379 Cuando uno escucha a un mismo tenor con poco más de 48 horas de diferencia y haciendo un repertorio relativamente similar, no espera encontrar grandes diferencias estilísticas entre un concierto y otro. Y sin embargo, Christoph Pregardien rompió la norma. Si en esu primer concierto predominó Schumann junto a los muchos más modernos lieder de Mahler y Killmayer, en una aproximación musical más bien desenfadada -con el Ensemble Kontraste sustituyendo los acompañamientos orquestales [leer reseña] de un modo muy interesante-, en este segundo concierto su acompañante era Andreas Staier con un piano de época, y el centro del concierto estaba en las canciones chopinianas, acompañadas de otras pertenecientes a algunos de los compositores que más influyeron en su estilo: Mozart, Beethoven y Schubert.

El concierto se abrió con seis canciones de Mozart, que Pregardien enfocó desde la perspectiva de la múisca históricamente informada, con una técnica que en el más antiguo de los lieder interpretados, Ridente la calma K 152, se aproximaba mucho a la de los castrati, recordándonos que uno de los pocos profesores 'formales' que tuvo Mozart fue precisamente un castrato y que para Rauzzini escribió Mozart algunas de sus mejores obras en estos años iniciales de su carrera. Aunque por supuesto lo que predominó en la interpretación de Pregardien fueron los lieder mozartianos cantados como antecedentes directos de los schubertianos, destacando especialmente Sehnsucht nach dem Frühling K 596, que por momentos me recordó ya a El rey de los alisios por su armonía y libertad rítmica. En esta primera tanda destacó también An Chloe K 524, muy bien conjuntada entre ambos intérpretes y con ese estilo que se asocia siempre a Mozart. Por cierto, que el piano era 'de época', pero de época chopiniana, no mozartiana, por lo que en estos primeros lieder mozartianos su sonido resultaba a medio camino entre lo moderno y lo históricamente informado.



Fotografía de Wojciech Grzędziński. © 2010 by Narodowy Instytut Fryderyka Chopina

El concierto continuó con siete canciones chopinianas, cuatro de las cuales coincidían con las cantadas menos de dos horas antes por Aleksandra Kurzak [leer reseña]. La comparación era casi inevitable y sin embargo no fue un factor determinante. Ambos cantantes hicieron cosas distintas pero tan bien defendidas que sonaron igualmente lógicas y naturales. Y así cuando Kurzak hacía sonar la Canción lituana como una canción popular llena de dramatismo y en cambio Pregardien la cantaba con mucha más ligereza y refinamiento, uno veía tan correcta la aproximación desde el punto de vista de la atracción por el folklore propia del primer romanticismo como desde la canción de salón donde lo popular sólo se disfruta adecuadamente cuando ya se le ha sacado el 'olor a establo'. Sin duda a esta diferenciación entre las versiones de Kurzak y las de Pregardien contribuyó también el que Kurzak las cantó en polaco y Pregardien lo hizo en alemán (la edición original de Fontana en la editorial Schlesinger de Leipzig, 1859, incluye ambas versiones del texto).

En estas canciones chopinianas Staier sonó mucho mejor, y sobre todo desaparecieron totalmente esos pequeños errores que habían enturbiado algunas de las canciones mozartianas. Aunque se cantaran en la primer parte, estas canciones de Chopin eran el centro del concierto, y ambos intérpretes lo vieron así e hicieron sus mejores esfuerzos en ellas, cosa que el público agradeció con unos aplausos tan cálidos como los del final del concierto.

Pocas veces se recuerda que An die ferne Geliebte op. 98 de Beethoven es el primer ciclo de lieder, tal como a partir del siglo XIX se entendió el género, con las seis canciones que lo constituyen interrelacionadas hasta el punto de construir una narración -musical, pero narración- propia. Pero no fue esta la única innovación de Beethoven, quien además dotó al ciclo de un gran 'patetismo', en el sentido original del término, o sea, gran intensidad de sentimiento o pathos. La interpretación de Pregardien y Staier miró simultáneamente al pasado y al futuro ya desde An die ferne Geliebte. Al pasado, a Haydn en concreto, con los contrastes en tempo, dinámica y carácter que tanto recordaban las 'sorpresas' haydinianas y en general su estilo retórico. Al futuro por su emotividad y capacidad de comunicación, que eran puramente románticas.



Fotografía de Wojciech Grzędziński. © 2010 by Narodowy Instytut Fryderyka Chopina

Del grupo de canciones de Schubert destacaría nuevamente la características que más aprecié de Pregardien en este concierto, su flexibilidad estilística y la enorme variedad que daba a sus interpretaciones, de modo que en algunas canciones sonaba declamativo, incluso un poco ampuloso, y uno pensaba automáticamente en el romanticismo moderado de Goethe, mientras en la canción siguiente podía ser un modelo perfecto de flexibilidad dinámica y rítmica, o de sencillez, por momentos su voz sonaba casi demasiado abierta e inmediatamente volvía a controlar perfectamente la calidad del sonido. Staier se lució especialmente en este grupo de lieder y casi por primera vez en todo el concierto comenzó a ser un rival serio para Pregardien.

El concierto finalizó con el ciclo Eichendorff-Liederkreis op. 39 de Schumann, y desde el primer lied Pregardien adoptó un tono dolorido y oscuro, cargado de desolación que nos hizo comprender que la naturalidad beethoveniana se había terminado. Sonaron especialmente cargados de emoción In der Fremde, la canción que abre el ciclo, y Waldesgespräch, quizá la más bonita de todas ellas junto con Wehmut. El final del ciclo fue simultáneamente menos triste y más desesperanzado, una curiosa combinación que resulta muy realista, por otra parte.



Fotografía de Wojciech Grzędziński. © 2010 by Narodowy Instytut Fryderyka Chopina

Los abundantísimos aplausos hicieron que Pregardien concediera dos propinas: la primera del Schwangesang y la segunda de Beethoven sobre texto de Goethe, Neue Liebe, neues Leben Op 75 nº 2, si no me equivoco. Sólo en esta última canción se notó un cierto cansancio en Pregardien, quien ante la vivacidad impuesta a la canción tuvo que graduar muy bien el aire para poder pronunciar nítidamente todo el texto.

Para terminar, y reconozco que ya es ser caprichosa, eché de menos que Pregardien, en alguno de sus dos conciertos, nos mostrara la otra gran fuente de la canción chopiniana, la mélodie francaise, tan popular en su entorno juvenil en Varsovia y tan cercana a él por motivos familiares y sobre todo personales (aunque no hay datación muy exacta de todas las canciones chopinianas, se sabe que la mayoría de ellas provienen o de sus años juveniles en Varsovia y en menor número de sus últimos años en París). Centrarse sólo en la vertiente germana, aunque haya sido tan importante para Chopin, es hurtarnos parte de su historia. 
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