España - Madrid

Concierto de inauguración del curso del IIMCM

Juan Krakenberger
jueves, 11 de noviembre de 2010
Madrid, miércoles, 3 de noviembre de 2010. Auditorio Sony de la Fundación Albéniz. Grupo Poulenc (Ory Schneor, flauta, Bengü Aktan, oboe, Carlos Pastor Vidal, clarinete, Alber Catalá, fagot, y Vicent Ricart, trompa). Cuarteto Piatti: Charlotte Scott y Michael Trainor, violins, David Wigram, viola, y Jessie Anne Richardson, violoncello) y Trío Metamorfosis (Nora Stankovsky, violin, Natalia Díaz, violoncello, y Georgios Fragkos, piano). Franz Danzi, Quinteto de Viento op 59 Nº3. Franz Joseph Haydn, Cuarteto de cuerdas op 33 Nº4. Dimitri Shostacovich, Trio para piano y cuerdas Nº2 op 67. Asistencia: 95% de la platea
0,000166 Hace ahora cuatro años que la Fundación Albéniz, a través de la Escuela de Música Reina Sofía, creó el IIMCM (Instituto Internacional de Música de Cámara de Madrid) y con este concierto se inaugura el quinto curso. El cultivo intensivo de la música de cámara es, en efecto, la clave para una buena formación del futuro profesional músico, y los resultados están a la vista: los jóvenes que allí se presentan son excelentes, en todo sentido. Que para este logro sea indispensable haber gozado previamente de una formación instrumental de calidad, está fuera de duda. Repito por enésima vez que eso -particularmente en el campo de las cuerdas altas (violín/viola)- no se logra aún en España, salvo excepciones muy escasas, y por eso no nos debe sorprender que el cultivo de la música de cámara en los Conservatorios esté bajo niveles mínimos, tanto en calidad como en cantidad. Para que mejore hace falta un cambio radical de la enseñanza de cuerdas altas: aquí empezamos tarde y mal.

Este concierto se inició con uno de los varios quintetos de viento que compuso Franz Danzi (1763-1826). Danzi fue violoncellista y compuso quince óperas. No cabe duda de que dominaba su oficio de compositor, y el hecho que no se hiciera más famoso -sus óperas ya no se representan- es que su música, bien hecha y académicamente impecable, no es capaz de provocar emociones, ni siquiera alegrías: todo lo que nos cuenta es bastante previsible, a pesar de su pleno dominio de la armonía y el contrapunto. El quinteto que escuchamos tiene los cuatro movimientos de rigor: 1) Andante sostenuto-Allegro, 2) Andante, 3) Menuetto, y 4) Allegretto. El primer movimiento trae una introducción pausada que lleva a la exposición del ‘Allegro’, que fue repetido: esto me pareció un error, porque así tuvimos que escuchar nuevamente unos cuantos minutos de esta música desprovista de inspiración. Y eso, a pesar de una interpretación muy eficaz, que supo aprovechar algunos contrastes dinámicos para animar las cosas. El ‘Andante’ que sigue se basa en una melodía expuesta por el oboe, que sufre luego variaciones sonoramente muy bien logradas debido a una inteligente instrumentación, pero lo básico, la música propiamente, es más bien aburrida. El ‘Menuetto’ tiene un tempo relativamente rápido, el ‘Trío’ es más pausado, y formalmente todo está en su sitio, pero eso no aumenta el interés por falta de genio. Y como no podía ser menos, el ‘Allegretto’ final, desenfadado y con algunas excursiones de tipo virtuosista, busca superficialmente el lucimiento de los intérpretes, y lo logra.

En efecto, los cinco integrantes de este Quinteto Poulenc tocaron esta obra, que dura algo más de 25 minutos, de manera impecable. A la oboísta y al fagot ya los habíamos escuchado recientemente en un concierto anterior, de música barroca, y ellos, con sus compañeros, dejaron una excelente impresión. Pero, habiendo tantos buenos quintetos de viento en el repertorio, ¿por qué tenía que ser una obra tan académica como esta de Danzi? Nutridos aplausos premiaron la labor de los intérpretes.

Las cosas mejoraron, en el terreno musical, con la segunda obra: el Cuarteto de cuerdas op 33 Nº4 de F. J. Haydn (1732-1809). Haydn, el ‘padre’ del cuarteto de cuerdas, fue además innovador: en vez del Menuetto/Trío de siempre, introdujo aquí el Scherzo. La obra tiene los cuatro movimientos habituales: 1) Allegro moderato 2) Scherzo (Allegretto) 3) Largo, y 4) Presto. Se trata de uno de los seis cuartetos agrupados bajo ese opus 33 que en cierta manera es la presentación de Haydn como el ‘inventor’ del cuarteto de cuerdas. Sus obras anteriores para ese conjunto aún los llamaba “Divertimenti”. Este Nº4 del opus 33 es menos conocido que otros de este grupo, que se han hecho más famosos. Excepción hecha del último movimiento, que se suele tocar como ‘propina’: es brillante, y sirve para el lucimiento del primer violín.

La versión del Cuarteto Piatti, inglés, fue técnicamente impecable, y también el fraseo fue excelente. Donde sí me hubiera gustado algo más de entrega fue en el aspecto puramente sonoro: contrastes dinámicos más pronunciados, un violoncello más impactante como base, mayor participación de las voces centrales (segundo violín y viola). Puede ser que se deba a la calidad de los instrumentos del conjunto, eso me resulta difícil juzgar. Pero la actuación fue muy correcta, la labor de la primer violín sobresaliente, y en consecuencia cosecharon nutridos aplausos del público asistente.

Y después del intermedio la obra final: el Segundo Trío, op 67, para violín, violoncello y piano de Dimitri Shostacovich (1906- 1975), que data de 1944 y refleja musicalmente los horrores de la guerra. Hay pasajes de un patetismo impresionante, y una clara alusión al holocausto citando temas de innegable tinte judío. Este trío ganó en su día un “Premio Stalin, de 2ª categoría”. Seguramente el contenido era demasiado político para merecer un galardón mayor: son bien conocidas los roces del compositor con el régimen de Stalin. Este trío consta de cuatro movimientos: Andante, Allegro con brío, Largo y Allegretto -estos dos últimos trozos se tocan sin solución de continuidad-.

La versión que nos brindó el Trio Metamorfosis fue electrizante: no solamente hubo perfecta coordinación entre los tres ejecutantes, hubo unanimidad de criterios en cuanto a la interpretación, lo cual culminó en una expresividad fuera de serie. El oyente vivía esta música muy de cerca, y es precisamente así que esta obra adquiere su trascendencia: la vida, cruda y dura, como consecuencia de guerras y conflictos. Llamó particularmente la atención el desbordante clímax logrado en el cuarto movimiento -¡vaya momento de exaltación!- que sirve de contraste para la sublimación del final, con sus armónicos que evocan el inicio de la obra.

Hay que felicitar a los integrantes del Trío Metamorfosis: esta fue una versión de gran altura que dejó una honda impresión en los asistentes. Los aplausos fueron prolongados y sinceros.

El IIMCM acoge actualmente a nada menos que catorce cuartetos de cuerda y veinticuatro grupos con piano, lo que constituye una prueba palpable del éxito de esta iniciativa. Tampoco debe sorprender que los maestros que allí guían y enseñan sean, todos, de gran categoría. Debemos pues felicitarnos que semejante iniciativa se haya establecido aquí en Madrid, para el enriquecimiento de la vida musical de la capital.
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