España - Madrid
Puro placer
Juan Krakenberger
A parte de la gran calidad de todos los integrantes, lo que esta vez me llamó mucho la atención fue la versión del Cuarteto de Ravel que escuchamos hoy, en manos del Cuarteto Voce, y que hace menos de un mes fue interpretado por otro cuarteto, el Amaryllis, en este mismo marco. Las dos versiones fueron óptimas y sin embargo muy diferentes entre sí. Esto quiere decir que el maestro Pichler deja libertad creativa y artística a sus alumnos, lo que seguramente es doblemente apreciado. Resumiendo, la versión del Amaryllis cuidó, sobre todo, la sonoridad impresionista, dentro de un clima ensoñado. Los jóvenes franceses que integran el Cuarteto Voce, en cambio, destacaron los contrastes dinámicos, y dieron énfasis al juego de las voces interiores, las secuencias contrapuntísticas y las sutiles variaciones en torno a los temas principales de los diferentes movimientos. Como se trata de una obra maestra del repertorio, ambas maneras de acercarse a esta música son, por supuesto, justificadas y el resultado fue extraordinariamente bueno, en ambos casos. Me resultaría difícil expresar una preferencia, la escucha de ambas versiones fue eso: ¡Puro placer!
Y antes de entrar en detalles, quisiera aún pedir la comprensión del amable lector de mundoclasico.com por la casi exclusiva dedicación de mis crónicas al cuarteto de cuerdas. A mi edad de 86 años no me interesan ya los grandes fastos sino la esencia musical, y no cabe duda de que los compositores hay dedicado sus mejores esfuerzos en este orden al cuarteto. Lo que sí extraño es la ausencia de los críticos musicales de la capital a estos conciertos: el hecho de que se trata de alumnos excepcionales debería atraer mayor interés. Como ya destaqué en mi crónica anterior, aquí se produce un fenómeno sin par en el mundo, y me produce cierta perplejidad que yo sea el único en informar de ello y destacarlo.
A continuación, comentaré brevemente lo escuchado:
Mozart, Cuarteto K 465 'Las disonancias', por el Cuarteto Piatti: Charlotte Scott y Michael Trainor, violines, David Wigram, viola, y Jessie Ann Richardson, violoncello. Este conocido cuarteto de Mozart recibió una preciosa interpretación, que desde los primeros compases subyugó al oyente: el uso juicioso del vibrato -o de ninguno- en este Adagio que introduce el Allegro del primer movimiento sonó a gloria: ¡qué música genial! Luego, este Allegro se desarrolló con un fraseo muy cuidado y contrastes dinámicos muy atinados. Lo mismo vale para el movimiento lento, declamado con mucha musicalidad, subrayada por la discreción de las notas bajas del violoncello que subrayaron así la emotividad de los pasajes cantados. Del Menuetto destacaría la pureza de los unísonos, y el contraste, muy acertado, con el Trío. Y el Allegro final, donde el primer violín tiene pasajes de gran lucimiento, constituyó la coronación lúcida a una gran versión de esta magnífica música. ¡Puro placer!
Beethoven, Cuarteto op 18 nº3, por el Cuarteto Amaryllis: Gustav Frielinghaus y Lena Wirth, violines, Lena Eckels, viola, y Yves Sandoz, violoncello. Este conjunto -que ya tiene más de diez años de existencia- reconfirmó una vez más sus grandes cualidades. Lo que más me llamó la atención es como supieron subrayar estos primeros amagos de romanticismo que ya a esta altura salieron de la pluma de Beethoven. Se trata de una obra de su primera etapa, clásica por excelencia: breves frases del primer movimiento, y angustia expresiva en el segundo. Muy emocionante, por cierto. Después del breve Allegro / Trío (tercer movimiento), en el cuarto -Presto- destacó la formidable técnica del conjunto que permitió imprimir a su carácter boyante una brillantez inusitada. Nuevamente: ¡Puro placer!
El mismo conjunto nos ofreció en seguida una obra del compositor georgiano Giya Kancheli (1935), Chiaroscuro, en su versión para cuarteto de cuerdas. Esta obra dura unos diez minutos, y data de 2010. Kancheli escribe música tonal, muy expresiva. El 90% de la obra es tranquila, con pasajes que alternan entre p y pp: solo hay unos contrastes fuertes breves y un pasaje vigoroso algo más largo hacia el final. La versión supo traducirnos la emoción que respira la obra, que se escucha con agrado y placer.
Ravel, Cuarteto en fa mayor, por el Cuarteto Voce: Sarah Dayan y Cécile Roubin, violines, Guillaume Becker, viola y Florian Frère, violoncello. Como ya expuse en el segundo párrafo arriba, esta fue una versión muy personal de este cuarteto francés, que ya trabaja juntos desde hace unos siete años. No buscaron una sonoridad ensoñada: más bien buscaron expresividad mediante contrastes sonoros que subrayaron tensiones y crearon así una sensación luminosa de esta preciosa música. El fin del primer movimiento, ¡precioso! Del segundo movimiento, de forma A-B-A, destacaría la contundencia de los pizzicati, con lo cual la alternancia de disonancias y transparencias ganó en efectividad. La parte central (B), muy emotiva y tocada con sonoridad impresionista, contribuyó al enorme contraste que se produce al retomarse la parte A, inicial. Del tercer movimiento, lento, quisiera destacar el bello sonido de la viola, muy bien acompañada por los otros instrumentos. ¡Qué belleza de música! Y el movimiento final, nuevamente muy excitante, con su ritmo trepidante de 5/8, interrumpido por pasajes emotivos en ¾. Tocarlo con el desenfreno con que lo hicieron es asumir grandes riesgos, pero salieron totalmente airosos: la versión fue sencillamente apabullante. Nuevamente: ¡Puro placer!
Y para terminar este largo programa -más de dos horas de música- escuchamos de Beethoven su Cuarteto nº8 op 59 nº2 ‘Rasumovsky’ en la versión del Cuarteto Cavaleri: Anna Hapham y Ciaran Maccabe, violines, Ann Beilby, viola, y Rowena Clavert, violoncello. Este cuarteto londinense ya tiene unos tres años de trabajo conjunto a sus espaldas, y esto se nota. Su afán de tocar esta música destacando lo ‘moderno’ del lenguaje beethoveniano -en su segunda etapa- tuvo resultados inusitados: ritmos bruscos, contrastes casi atonales, acentos inesperados, y todo ello surgió de forma natural dentro del discurso de esta excitante música. Por ejemplo, en ocasiones acentuaron una disonancia con cierto énfasis, para que la resolución armónica que sigue proporcione satisfacciones mayores. El efecto es sorprendente. Del primer movimiento quisiera destacar los unísonos, no solamente limpios sino bien sonantes, y del tercero el tempo elegido, muy recio y rápido, lo que le da un aire moderno a esta música. Lo mismo vale para el Finale: Presto: tocado así nos damos cuenta que Beethoven fue un innovador genial en su tiempo. Nuevamente: ¡Puro placer!.
Hay que felicitar al maestro Pichler por haber actuado de imán para atraer estos conjuntos jóvenes, y la sabiduría de sus enseñanzas, que dejan mucho juego y libertad a los que se perfeccionan con él. Prueba de ello es que a pesar de la hora, el público se quedó hasta el final, para disfrutar. ¡Felicitaciones a todos!
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