España - Valencia
Este año lo estrenamos todo
Julián Carrillo

Pues ya estamos aquí otro año. A la serie de estrenos musicales habitual en el Festival de Música de Alicante se une este año el de nuevas sedes para sus actividades. Alicante, a través de una mayor implicación de las instituciones locales y provinciales, parece decidida a hacer más suyo el festival, ofreciéndole escenarios inéditos como el nuevo Auditorio de la Diputación Provincial, el Museo de Aguas o el de Arte Contemporáneo. Locales que se suman al Centro Cultural Las Cigarreras (antigua Fábrica de Tabacos) que, inaugurado el pasado año, se consolida como sede del Encuentro Profesional de Música Contemporánea.
El Encuentro es una verdadera feria musical, en el más serio y realista sentido del término. Durante su celebración, Las Cigarreras es punto de encuentro y lugar de promoción y cierre de tratos entre compositores, intérpretes, organizadores y editoriales. Al tiempo, en su espacio La Caja Negra se celebran breves -que no pequeños- e intensos conciertos matinales: en los dos primeros (sábado 16 y domingo 18), la Academia de Música Contemporánea de la Joven Orquesta Nacional de España habrá interpretado, entre otras, las obras encargadas ex-profeso por el Instituto de las Artes Escénicas y de la Música del Ministerio de Cultura español (INAEM) a los ganadores de los premios “Promoción de estrenos para jóvenes compositores”. El del lunes 19 tiene como protagonista al Colectivo de Compositores de la Escuela de Composición y Creación de Alcoy.
Sonidos, luces… y penumbras
Volvemos al principio: el viernes 16 de septiembre, el Auditorio de la Diputación presentaba su aforo (1500 localidades) prácticamente completo. Es de desear que este abarrote no haya sido causado solamente por las lógicas invitaciones oficiales derivadas de la puesta de largo del local, más la lógica expectación de una ciudad como Alicante ante la apertura de un nuevo espacio para el arte. El auditorio tiene algunos defectos: alguno fácilmente subsanable, como la absoluta falta de asientos en vestíbulo y zonas de paso; otros son simplemente inaceptables en pleno siglo XXI en un edificio de esas características, como la ausencia en la inmensa mayoría del patio de butacas (al no haber estado en el primer piso desconozco si se da la misma situación) de alguna iluminación que permita, por ejemplo, leer el programa del concierto (o simplemente ver bien los escalones para evitar caídas).
A su favor, hay que destacar que la sala principal tiene una buena acústica para la música sinfónica: el sonido rueda muy bien y llega suficientemente compacto, pero permitiendo una correcta distinción de líneas y planos sonoros… Cuando se producen, claro; que no siempre es el caso.
Vayamos por partes: la inauguración sinfónica tuvo como protagonista a la orquesta de la casa, que para algo la ONE es una de las decenas de “unidades de producción” del INAEM, ente organizador del Festival. Una orquesta con una plantilla de 133 músicos entre titulares, contratados e invitados para la ocasión: un instrumento realmente poderoso y tan apetecible para un joven director como un Ferrari para un joven piloto; una fuente de tentaciones dinámicas para un joven director como Nacho de Paz.
Abrió programa El vuelo de Volland, del compositor madrileño Jorge Fernández Guerra. Se trata de un encargo de la ONE estrenado en 2000. La orquesta incluye, junto a vientos y cuerdas, dos arpas, celesta, mandolina y numerosos efectivos en la percusión. Fernández Guerra logra crear un ambiente lleno de misterio con las breves intervenciones de los metales, sobre el suave fondo que proporcionan las cuerdas antes de desarrollar su canto. Las ocurrencias del diablo (Volland, en la novela de Mijaíl Bulgákov) se manifiestan aquí y allá a lo largo de la obra como detalles que destacan sobre las masas sonoras sostenidas de fondo. Correcta interpretación de De Paz y la ONE, en una primera toma de contacto con el local lleno y la correspondiente variación acústica respecto de los ensayos.
Of thee I sing (“A ti te canto”, en español) es presentada por su autor, el alemán Stefan Lienenkämper, como una especie de homenaje al canto. La verdad es que, a lo largo de toda su extensión, el de los instrumentos es de cortos vuelos, incluido el de la viola d’amore amplificada, con un papel bastante limitado que Lienenkämper se limitó a defender sin demasiado entusiasmo. Destaca más, por llamativa y eficaz, la disposición de planos sonoros, mediante la disposición de las baterías de percusión y la amplificación y reparto de altavoces en el perímetro de la sala. Por lo demás, la obra resultó bastante aburrida.
Tizas y maestros
Que Sofia Gubaidulina es una verdadera maestra de la composición del último tercio del siglo XX no lo discute ya nadie con un mínimo e sensibilidad hacia la música. Fairytale Poem, escrito en 1971, tiene un origen sencillo y humilde como la tiza protagonista del cuento que plasma: una ilustración sonora radiofónica para un cuento checo. Accediendo a publicarla como pequeño poema sinfónico independiente, Gubaidulina nos regaló una pieza deliciosa y llena de poesía musical. La obra tiene un magistral tratamiento del sonido y una increíble capacidad de evocación de imágenes visuales que hace imaginar las peripecias de la muda protagonista: una tiza escolar que, reducida a un mínimo trocito, se siente sepultada en lo que resulta ser el bolsillo de un niño, del que sale para acabar reducida a la nada al convertirse en los trazos con que el niño dibuja en el suelo sus ilustraciones de un cuento de hadas. La interpretación permitió sentir estas cualidades sonoras y poéticas en una lectura bien medida de De Paz.
El plato fuerte del concierto, la Sinfonía nº 15 de Shostakóvich, fue “cocinado” por el joven director asturiano con lo que podríamos llamar un exceso de “grasa dinámica” y falto de esa riqueza de matices que hace de un buen alimento un plato exquisito. De tal forma, se hizo algo indigesto para más de un oído delicado, aunque la mayoría de los asistentes aplaudió a rabiar. A destacar el irónico ambiente del allegretto inicial, con ese ritmo evocador del inicial de su Concierto nº 1 para chelo, y el tono sombrío del segundo, adagio. En el tercer movimiento logró un buen equilibrio entre lo alegre y lo grotesco. Tras esto, el sarcasmo y dolor personal sentidos al ver acercarse el fin de sus días, que Shostakóvich expresa con tanta finezza con que en el adagio-allegretto final, estuvieron a punto de desaparecer en el remolino de excesos dinámicos desatado por De Paz.
El joven piloto estuvo a punto de estrellar el Ferrari, al abusar de su potencia; afortunadamente, como dicen los ciclistas, los daños sólo fueron “de chapa y pintura”.
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