Argentina
Correcto Lohengrin
Gustavo Gabriel Otero
Continúa cumpliéndose la temporada Lírica del Teatro Colón sin sobresaltos, con calidad media y con conflictos laborales, gremiales y políticos que continúan pero que no provocan la parálisis del coloso artístico de la calle Libertad de la ciudad de Buenos Aires. Quizás las autoridades no estén tan equivocadas como una parte de la gente de la cultura dice, y tenga razón la mayoría superior al sesenta por ciento de los votos que plebiscitó la gestión política de la ciudad y renovó el mandato por otros cuatro años.
Después de muchos años de ausencia volvió Wagner a la cartelera porteña y eso ya provocó el regocijo del público. La rebaja de los precios de las localidades -tantas veces solicitadas por los distintos medios de prensa y en estas mismas páginas de MundoClásico.com- se convirtió en realidad y ello redundó en una sala llena, quizás por primera vez en este año 2011 en un espectáculo de producción del Colón. Para coronar las dos buenas noticias anteriores se contó con una batuta prolija, una razonable prestación de la orquesta, la excelencia del Coro Estable, la presencia de cantantes solventes y una puesta en escena suntuosa y tradicional. En suma lo que el público del Colón desea: buenas voces, buen espectáculo y belleza visual sin interpretaciones que lo hagan pensar o lo saquen de las tradiciones.
© 2011 by Teatro Colón
La versión
El Coro Estable cumplió una inobjetable faena y por primera vez desde el arribo de Peter Burian pudo lucirse con su prestación ya que es la primera ópera desde la llegada del gran maestro vienés que requiere grandes masas corales y tiene varios momentos de compromiso. En todo momento el coro se escuchó amalgamado, potente, afinado, sólido y sutil en los momentos necesarios.
La Orquesta Estable fue de menos a más con un inicio incierto y de afinación errática hasta llegar a un promedio de buena prestación. El maestro Ira Levin realizó una lectura correcta, quizás no demasiado sutil pero válida de la partitura.
El tenor Richard Crawley compuso un adecuado Lohengrin. De voz pequeña pero bien timbrada sabe sacar provecho de sus cualidades. Es importante destacar que el tenor anunciado originalmente (Michael Hendrick) no cantó y que John Horton Murray sólo se hizo cargo -con suerte dispar- del protagónico en la función inaugural.
© 2011 by Teatro Colón
La soprano danesa Ann Petersen fue una estupenda Elsa tanto por su figura angelical como por su compromiso escénico y su calidad vocal. El estadounidense James Johnson fue un Friedrich de Telramund de noble línea de canto y sobriedad escénica. Mientras que el bajo Kurt Rydl compone un potente Enrique I y, aunque su voz luce un poco fatigada, compensa con inteligencia y veteranía.
La mezzo Janina Baechle creó una Ortrud actoralmente diabólica y con problemas vocales. Su línea de canto es irregular y en muchos momentos su emisión se descontroló o desbordó. En algunos momentos llegó a perder la afinación. Seguramente conciente de su irregular desempeño decidió no salir a saludar al final de la representación.
El argentino Gustavo Freulien compuso un muy bien Heraldo con emisión pareja y segura y gran prestancia escénica. Es dable esperar una buena carrera del joven barítono si sabe dosificarla con inteligencia y elige los roles convenientes a su vocalidad.
Correctos los nobles de Brabante (Mathias Schulz, Carlos Ullán, Sebastiano De Filippi y Marcelo Boluña) así como las doncellas interpretadas por miembros del Coro Estable y los Pajes asumidos por integrantes del Coro de Niños del Teatro.
© 2011 by Teatro Colón
La puesta en escena de Roberto Oswald lució bella, suntuosa, impecable y eficiente. Su planteo visual se enmarca con diversas escaleras y practicables y la disposición de las masas se efectúa con criterios escenográficos. Razonable el portal de la Catedral, impresionante la escena de la procesión, tremendamente kitsch el tálamo nupcial y evanescente la aparición del cisne. Bello el vestuario de Aníbal Lápiz y muy buena la iluminación del propio Oswald.
Lo que luce anticuado es el concepto actoral de Oswald. No se ve un planteo que tienda a buscar actuaciones -en general los solistas se limitaron a cantar mirando hacia el público- salvo en parte en el segundo acto. Siempre se está ante una ambientación bella, bien iluminada y con suntuoso vestuario pero pobre teatralmente.
No obstante hay que destacar que Roberto Oswald sabe perfectamente lo que el público del Colón desea y el público conoce sobradamente lo que Oswald puede darle. Una simbiosis que resulta feliz para ambos siempre y cuando nadie quiera ver algo un poco distinto, que lo haga reflexionar o que le indique un planteo menos tradicional y escenográfico.
En suma: un Lohengrin musicalmente correcto con una puesta tan bella como anticuada.
Comentarios