Opinión

XIX Otoño Musical Soriano (I): los conciertos

José del Rincón
jueves, 6 de octubre de 2011
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Con el inevitable homenaje póstumo a Odón Alonso, la presente edición del Otoño Musical Soriano se inauguró con un Réquiem alemán de Brahms que se dedicó a la memoria de quien impulsara la creación del festival soriano y lo dirigiera con acierto durante tantos años.

A pesar de que el propio Brahms firmó la reducción para piano a cuatro manos que se interpretó en Soria, no pude dejar de echar de menos el original orquestal. Y aunque la dirección de Gorka Sierra fue impecable, me decepcionaron las voces de la Coral Cármina, cuya calidad no me pareció acorde con su fama y a las que vino un poco grande el Réquiem. Respecto a los solistas, me gustó más la soprano Olatz Saitúa que el barítono Josep Ramon Olivé. Excelentes Jordi Armengol y Josep Surinyac, aunque no pudieron hacer el milagro de que su piano sonara como una gran orquesta.

La fórmula de la agrupación coral acompañada por el piano volvió a repetirse en el concierto de clausura, con coros de ópera y zarzuela cantados por un Coro Nacional de España muy bien dirigido por Joan Cabero y bien acompañado por el pianista Sergio Espejo. Con algunos efectivos más y después de un año de rodaje con su actual director titular, el Coro Nacional me produjo mejor impresión que en la pasada edición, a lo que contribuyó no sólo el programa -más asequible y efectista- sino también la entrega de los cantantes, que pusieron más carne en el asador que el año pasado. La profesionalidad y la calidad individual de las voces del coro madrileño fue lo que marcó la diferencia con la Coral Cármina. Eché de menos la orquesta en unos números más que en otros.

En el capítulo relativo a las jóvenes orquestas, participaron dos formaciones sorianas y una centuria madrileña. La Joven Orquesta Sinfónica de Soria tocó dirigida por su nuevo titular, Salvador Blasco, cuya excelencia es equiparable a la de sus dos anteriores directores. Blasco dirigió muy bien la obertura de El cazador furtivo, de Weber, acompañó de forma modélica a ese músico con mayúsculas que es Jesús Ángel León en una extraordinaria ejecución del Primer concierto para violín de Max Bruch e hizo una versión sobresaliente de una sinfonía tan difícil como la Quinta de Beethoven, obra que es necesario dirigir con una energía y un dramatismo inusitados, pero que requiere aún buena parte de la limpieza con la que es necesario interpretar a Mozart. Sigue siendo un pequeño milagro que en una ciudad tan pequeña como Soria haya una joven orquesta tan buena.

La Orquesta Lira Numantina acudió a este Otoño con una sección de cuerda muy reforzada. Por primera vez, esta joven orquesta ha sonado tan bien como la JOSS, con un singular programa en el que estuvo dirigida en la primera parte por su titular, Carlos Garcés, y en la segunda por Enrique García Asensio. Garcés dirige cada día mejor (así lo demostró en unos sorprendentes Cuadros de una exposición, de Musorgski-Ravel) y consiguió no desmerecer al lado del veterano director valenciano. Con todo, éste dejó bien claro quién es quién, exhibiendo un inmenso oficio y una madura musicalidad en todas la obras que dirigió; buena muestra de ello fueron los movimientos lentos, como 'La muerte de Ase', de la primera suite del Peer Gynt de Grieg. El joven fagotista Carlos Tarancón tocó sin pestañear y con probada musicalidad una obra tan difícil como el Concierto para fagot de Rossini. Esta misma orquesta, dirigida por su joven titular, intervino también en un concierto didáctico dirigido a escolares de primaria y secundaria, que pudieron disfrutar de los citados Cuadros de una exposición con un buen guión de Curro Díez muy bien representado por los actores Inés Andrés y Nicasio García.

La Joven Orquesta Sinfónica de la Comunidad de Madrid se presentó en Soria con cerca de cien integrantes, a los que se sumaron los miembros de dos agrupaciones corales de la propia Comunidad: el Joven Coro de Mujeres y los Pequeños Cantores. Si la JOSS y la 'Lira' han conseguido ganarse un sitio en la programación del Otoño y no desmerecer de las orquestas profesionales que lo frecuentan, la formación madrileña ha conseguido igualar los resultados de estas últimas con una Tercera de Mahler memorable a cuyo resultado no fueron ajenos la mezzosoprano María José Suárez y, sobre todo, la persona que dirigió aquella tarde los tres conjuntos: Jaime Martín. Con su dilatada experiencia como músico de orquesta y su callada labor a la sombra de Neville Marriner en el concurso y en la Orquesta de Cadaqués, Martín se ha convertido en un gran director, aunque su carrera como tal sea aún incipiente, al menos si la comparamos con su trayectoria como flautista. La dificultad para llevar a buen puerto una obra tan monumental como la Tercera de Mahler no fue óbice para que Martín y los tres conjuntos (la orquesta y los dos coros estuvieron en un nivel de excelencia similar) lo lograran.

Dos orquestas adultas intervinieron en esta edición del Otoño. La primera fue la Sinfónica de Bilbao, cuyos músicos demostraron estar en muy buena forma y se dejaron la piel en una Quinta de Chaicovsqui magníficamente dirigida por Günther Neuhold, titular de la agrupación. Neuhold también acompañó con esmero a Paco Montalvo, que tocó sin despeinarse una obra del calibre del Primer concierto para violín de Paganini. El jovencísimo violinista cordobés es dueño ya de un virtuosismo fulgurante y esperamos que no tarde mucho en pulir algunos detalles técnicos y en adquirir la madurez musical necesaria para llegar a lo más alto.

La segunda de estas orquestas fue la Sinfónica de Castilla y León, que, tras varios años de cierta abulia en Soria, recuperó el sonido de sus mejores tiempos gracias a la labor del joven director británico Andrew Gourlay, reciente ganador del concurso de Cadaqués. Gourlay no sólo dirigió con una precisión, limpieza, fluidez, elegancia, energía y musicalidad encomiables a la formación castellanoleonesa, sino que interpretó un programa que supuso un soplo de aire fresco en una ciudad demasiado dada a refocilarse una y otra vez en la rutina del gran repertorio, Quinta de Chaicovsqui incluida. Obras de Vaughan Williams y Richard Rodney Bennet sonaron junto con la Rapsodia sobre un tema de Paganini, que pasa por ser una de las obras más conocidas de Rachmaninov pero que se programa menos que los conciertos segundo y tercero de su autor. Gourlay acompañó muy bien a ese estupendo pianista que es Alex Alguacil, que tal vez sea menos conocido de lo que debiera fuera de su Cataluña natal.

Días después de este concierto, la OSCyL volvió a ofrecernos otro programa, dirigido en esta ocasión por José Luis Temes, con obras de Mozart y Bretón. Sus músicos demostraron mucha mejor disposición que el año pasado, cuando fueron dirigidos por el mismo Temes, que hizo gala esta vez de una mayor identificación con el lenguaje postromántico del autor salmantino que con el clásico del salzburgués, a pesar de lo cual cuajó un buen primer movimiento de la Sinfonía Praga. La Tercera sinfonía de Tomás Bretón es una obra curiosa y original (en el sentido de que no se puede percibir ninguna influencia externa clara), pero un tanto sosa y sin la inspiración y el gracejo de La verbena de la Paloma.

A medio camino entre los conciertos de gran formato y la parte más camerística de este festival podría situarse el concierto en el que Inma Shara dirigió a la Camerata Pro Arte. Y digo esto porque, aunque la citada camerata es una orquesta pequeña (de 15 miembros), la vasca la condujo con los mismos gestos con los que podría haber dirigido el Réquiem de Berlioz o la Octava de Mahler. A caballo entre la dirección propiamente dicha y la danza, Inma Shara dosificó bien las dinámicas, pero su sentido del rubato me resultó excesivo. Tampoco consiguió transmitir a los músicos la ligereza que a veces exigía la partitura (por más que su gesto sí pareciera indicarlo), ni logró de las cuerdas el debido empaste, ni pareció preocuparse de las continuas desafinaciones de sus pupilos, ni tampoco pudo evitar que los músicos hicieran continuos acentos como consecuencia de la brusquedad de su gesto al marcar el primer pulso de cada compás. El concertino y habitual director de la agrupación, Victor Ardelean, tocó muy bien la parte solista del Concertino 1+13, de Montsalvatge.

El recital más esperado de todo el Otoño fue el que ofreció Barbara Hendricks, muy bien acompañada por Love Derwinger. Técnica y musicalmente estuvo todo en su sitio, pero el lied centroeuropeo de la primera parte y de la primera propina me dejó frío. Algo más me gustó la segunda mitad, con canciones de Samuel Barber y de Falla, a pesar de la peculiar dicción española de la soprano afroamericana. De todas las cantantes de más de sesenta años que he escuchado cantar lied a lo largo de mi vida, tan sólo he sido capaz de emocionarme de principio a fin con Victoria de los Ángeles; la Hendricks sólo me conmovió con el espiritual negro que cantó como tercera propina.

Por más que viniera acompañado por un pequeño grupo de muy buenos instrumentistas, no me atrevería a incluir en este bloque camerístico a Diego El Cigala, que actuó con amplificación artificial en un polideportivo. Tal vez porque no me gusta el flamenco, disfruté algo más con las mezclas que El Cigala realiza con la copla, el bolero, el tango y el jazz que en el concierto que ofreció José Mercé hace un año en el mismo recinto, a pesar de que el cantaor jerezano llenó más el escenario y demostró una mayor entrega y más dominio de los tiempos muertos que el madrileño.     

Nota: las actividades paralelas a los conciertos, así como una valoración global del festival, será objeto de un artículo aparte.

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