España - Galicia

Un Barbero con cierto desconcierto

Hugo Alvarez Domínguez
jueves, 13 de octubre de 2011
Santiago de Compostela, miércoles, 28 de septiembre de 2011. Auditorio de Galicia. Gioachino Rossini: Il Barbiere di Siviglia, drama buffo en dos actos con texto de Cesare Sterbini, basado en la obra homónima de Beaumarchais. Estrenado en el Teatro Argentina de Roma el 20 de Febrero de 1816. Curro Carreres, dirección escénica. Sergio Loro, escenografía. Gabriela Salaverri, vestuario. Baltasar Patiño, diseño de iluminación. Antonio Perea, coreografía. Reparto: Juan Antonio Sanabria (Conde Almaviva); Alessandra Volpe (Rosina); Damiano Salerno (Figaro); Paolo Bordogna (Doctor Bartolo); Simón Orfila (Don Basilio); Leticia Rodríguez (Berta); Axier Sánchez (Fiorello); Pablo Mato (Un Oficial); Fermín Novo (Un Notario). Capella Compostelana. Real Filarmonía de Galicia. Antoni Ros Marbá, dirección musical. Temporada de abono de la Real Filarmonía de Galicia. Ocupación: 100%
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Conflictiva, por motivos musicales y extramusicales, la nueva aventura operística de la Real Filarmonía de Galicia, que volvía a ofrecer un título completo y escenificado cinco años después del anterior. Casualmente, entonces había sido Le Nozze di Figaro, de Mozart, y ahora llegó el turno de Il Barbiere di Siviglia, de Rossini; y, también casualmente, ambas propuestas compartían a sus dos máximos responsables: los directores musical -Antoni Ros Marbá- y escénico -Curro Carreres-.

Il Barbiere di Siviglia es un título muy representado, puesto que es conocido y querido por casi todos los públicos, y cuenta con un buen número de cantantes actuales de primer nivel, nacionales e internacionales, que la tienen en su repertorio habitual. Es de esos títulos que, o se monta muy bien o mejor no montarlo y decantarse por otra ópera, porque de este Rossini, quien más quien menos tendrá alguna experiencia previa con la que comparar… Y, en concreto, sin salir de Galicia, muchos recordamos aquel legendario Barbiere coruñés de 1999 con Rockwell Blake, María José Moreno y Carlos Chausson dirigidos por Alberto Zedda. Casi nada, y, a pesar de los doce años transcurridos, aquellas representaciones -29 y 31 de Mayo de 1999- siguen vivas en la memoria de cuantos tuvimos la suerte de presenciarlas. Más de uno, de hecho, las recordaba antes de que esta representación comenzase. Esta versión compostelana estuvo en las antípodas de aquella coruñesa, y no hace falta ni siquiera remontarse a ningún recuerdo para ver claros errores de planteamiento a la hora de pensar estas funciones.

Es sabido que el presupuesto de la Real Filarmonía impide la contratación de primerísimas figuras del canto, y, en este sentido, la apuesta por cantantes jóvenes podría ser interesante si estos se seleccionasen bien. Pero si se va a trabajar con un reparto en su mayoría joven y poco experimentado, lo que es fundamental es tener una batuta muy conocedora de la obra, que trabaje a conciencia con ellos y les ayude a dar lo mejor de sí. Y aquí vino uno de los problemas, quizá el más importante. Porque Antoni Ros Marbá suele ser un buen director, pero esta noche demostró sentirse absolutamente ajeno al espíritu rossiniano: el suyo fue un Barbiere de tempi lentos, falto de chispa y ligereza, cosas bastante fundamentales cuando hablamos de óperas cómicas del cisne de Pésaro. Pero no se quedó ahí: su concepto del clásico crescendo rossiniano es, como mínimo, discutible -porque, aunque existe y se distingue, no está ejecutado de manera que se pueda apreciar con la claridad necesaria…- y la articulación parece por momentos poco clara. Así las cosas, la mayoría de los cantantes se vieron bastante perdidos en un mundo en el que sólo los más experimentados pudieron intentar pelear por terminar la función enteros y con comodidad relativa. Y si ya fue difícil en general que los cantantes siguiesen los complicados tempi del maestro, la guinda llegó en los concertantes, que en esta ópera son abundantes, extensos y complicados, y que acabaron desembocando casi siempre en un auténtico desconcierto donde cada solista iba por su lado, la orquesta por el suyo y Ros Marbá intentaba imponer su visión propia… Pero la cosa era imposible: un verdadero desconcierto.

En el reparto, hay que empezar destacando a Simón Orfila, que elevó el papel secundario de Don Basilio a la categoría de protagonista, porque fue casi el único que mostró una voz realmente poderosa y bien educada, demostrando conocer la parte al dedillo, y cantando no sólo con brillantez sino también con tranquilidad y comodidad: el mejor cantante sobre el escenario, como lo supo reconocer el público, que le ovacionó sonoramente tras 'La Calunnia', y también le recibió con cariño al final de la representación. Junto a él, desde otro prisma, también Paolo Bordogna supo sacar adelante con acierto el papel de Don Bartolo: los medios son más bien ingratos, pero salvó la papeleta porque, como su colega, conoce la parte, la tiene rodada y la canta sin dudar. Su material recuerda en no pocos aspectos al de Enzo Dara, y se nota que ha estudiado la versión del mítico bajo italiano a conciencia. Logró, además, la proeza de cantar el sillabato de 'A un dottor della mia sorte' tal y como está escrito, aún cuando Ros Marbá estaba empeñado en marcar un tempo muchísimo más lento, que habría ahogado a casi cualquier cantante. Cabe reseñar que su papel en esta ópera es, por material, claramente este: sus planes de debutar Figaro en un futuro muy próximo no parecen demasiado acertados… Veremos.

El trío protagonista fue mucho más conflictivo. Debutaba como Almaviva Juan Antonio Sanabria, un tenor que normalmente afronta papeles secundarios, y que cantó el papel con timbre grato de tenorino, de voz no especialmente grande pero muy bien proyectada, y con algún detalle de cierta elegancia en algunas frases, pero sin esconder ni ciertas imprecisiones en la coloratura ni un ascenso al agudo bastante conflictivo. Por supuesto, no cantó el 'Cessa di piu’ resistere', y fue una sabia decisión. Se le agradece la entrega, pero el papel le queda todavía grande. Debería probar, de momento, con roles más sencillos, porque el material parece que está.

Imposible de todo punto la Rosina de una Alessandra Volpe que muestra un desorden técnico bastante preocupante: de voz, en general, alarmantemente entubada -tiende a liberarse un poco en el agudo-, ha de luchar con graves problemas de colocación y emisión, con un timbre falto de homogeneidad y con unas coloraturas que la superan. Bastante hizo con acabar la función en un personaje que exige mucho -pero mucho- más de lo que ella puede dar.

Por problemas con el barítono originalmente contratado, compareció en el último momento Damiano Salerno para interpretar el rol de Figaro. La evidente falta de ensayos le perjudicó más que a ningún otro cantante a la hora de entenderse con los imprevisibles tempi de Ros Marbá -su 'Largo al factotum' ya puso este aspecto en evidencia…-, y, visto lo visto, en este aspecto, se le podría intenta disculpar. Vocalmente, aunque los medios son poderosos, debe cuidar una afinación con una tendencia a calar casi sistemáticamente los finales de frase ciertamente desaconsejable, y procurar liberar un sonido ocasionalmente algo engolado.

Entre los secundarios, agradó la Berta vocalmente sana y técnicamente ordenada -sinceramente, mucho más que otros elementos protagonistas del reparto- de Leticia Rodríguez, y por ello es de ley felicitarla. Más bien discreto el Fiorello de Axier Sánchez, e irrelevante el Oficial de Pablo Mato.

Cumplió adecuadamente la Cappella Compostelana, mientras que, a pesar de la conflictiva dirección orquestal, la Real Filarmonía se portó en general con corrección, a pesar de algunos excesos de la sección de percusión en el Finale I.

Nada hacía presagiar el escándalo que propició la anodina puesta en escena de Curro Carreres. Sobre el escenario, apenas una plataforma central inclinada, algún elemento de mobiliario -escenografía de Sergio Loro- y un amplio juego de iluminación -gran trabajo de Baltasar Patiño-. Lo mejor, el vestuario de Gabriela Salaverri, en una propuesta minimalista y esencial, no exenta de alguna gracieta bastante innecesaria -Berta y Fiorello dándose el lote por los rincones en varios momentos de la ópera sin venir a cuento, la sustitución de la tempestad por un baño que sugiere un desnudo de Rosina que, por supuesto, nunca se ve, acción en la platea…- que no aportaba nada a la narración. Y, al final, lo que ya en toda Galicia deben saber: mientras Rosina canta “costó sospiri e pene un si felice istante”, el coro irrumpe en escena portando varias pancartas ligadas al movimiento 15-M. Un detalle que no representa nada especialmente lógico en la acción, y parece, sí, una provocación gratuita pensada a mala idea -y es que últimamente hay tantas y tantas en el mundo operístico…- pero que está ahí como broche de oro.

Y hasta aquí la ópera. O, al menos, la ópera en programa. Porque, lo crean ustedes o no, parece que el actual alcalde de Santiago de Compostela, Gerardo Conde Roa -presente en la sala- se sintió ofendido cuando uno de los integrantes de la producción señaló a los técnicos en el saludo final… Al finalizar la función, Conde Roa protagonizó -increpando al citado sujeto, que se defendió- un incidente público más propio de Cavalleria Rusticana que de Il Barbiere di Siviglia, y que, en cualquier caso, jamás debería tener lugar en un teatro de ópera entre personas públicas. Lo triste es que este descafeinado Barbiere se comenta y se recordará más por su inesperado epílogo que por la función en sí… Sea como fuere, el caso es que la ópera terminó saliendo en todos los medios de comunicación imaginables: como mínimo, para reflexionar.

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