España - Asturias

Los amigos de Peter

Hugo Alvarez Domínguez
martes, 13 de marzo de 2012
Oviedo, sábado, 4 de febrero de 2012. Teatro Campoamor. Peter Grimes (opus 33), ópera en un prólogo y tres actos de Benjamin Britten, con libreto de Montagu Slater, basado en el poema The Borough, de George Crabble. Estrenada en The Saddler’s Wells Theatre, de Londres, el 7 de Junio de 1945. David Alden, director de escena; Paul Steinberg, diseño de escenografía; Briggite Reiffenstuel, diseño de vestuario; Adam Silvermann, iluminación; Maxine Braham, coreografía. Reparto: Stuart Skelton (Peter Grimes); Judith Howarth (Ellen Orford); Peter Sidhom (Captain Balstrode); Rebecca de Point Davies (Auntie); Gilliam Ramm (1st Niece); Tineke Van Ingelgem (2nd Niece); Michael Colvin (Bob Boles); Matthew Best (Swallow); Carole Wilson (Mrs. Sedley); Philip Sheffield (Reverence Horace Adams); Leigh Melrose (Ned Keene); Darren Jeffery (Hobson); Sergio Monferrer (John); Joaquín Carballido (Doctor Crabble); Bram de Beul (Un Bailarín). Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Coro de la Ópera de Oviedo (Patxi Aizpiri, director del coro). Corrado Rovaris, director musical. Nueva Producción de la Ópera de Oviedo, en coproducción con la English National Opera y la Vlaamse Opera. LXIV Temporada de la Ópera de Oviedo
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Aún con las reservas que se le puedan poner a esta función, lo cierto es que los Amigos de la Ópera de Oviedo dieron un importantísimo paso al frente incorporando un nuevo título a sus temporadas, con Peter Grimes de Benjamin Britten. Un título difícil pero fundamental dentro de la Historia de la Ópera, que aquí se sirvió a un nivel razonablemente alto, en un cierre de temporada que, pese a la tibia acogida del público -incapaz de reaccionar con el entusiasmo que la función merecía hasta el final, y, aún así, no siempre con la calidez deseable-, supuso un nuevo acierto tras un periodo bastante irregular. Esta vez, esta función y la pasada Norma elevaron el nivel de una temporada ciertamente mejorable en su conjunto.

Se contrató para la ocasión una brillante producción escénica firmada por David Alden, que ya había podido verse en la ENO y en la Vlaamse Opera. Un montaje brillante, descarnado y atrevido, que cuida especialmente la caracterización psicológica de los personajes, y que no descarta perfilar con ironía la sociedad en la que vive Peter Grimes. El Grimes de Alden no es ningún bicho raro, sino simplemente un tipo que vive en una sociedad en la que a nadie le gustaría vivir: un tipo marginado porque no se presta al juego de chismorreo en el que entran todos los demás. No tiene amigos, no encaja, y posiblemente eso sea lo que acaba por volverle loco, incluso más que las muertes de los aprendices.

El pueblo de esta versión -no solo los solistas, sino del primer al último moralista, pues todos tienen peso e identidad propia en la acción- aparece perfilado como una panda de cotillas que está deseando que algo ocurra para poder ir a comentarlo a la taberna. Todo ello, en una sugerente escenografía inclinada y de tintes claustrofóbicos que firma Paul Steinberg, brillantemente iluminada de forma lúgubre por Adam Silvermann, que juega continuamente con luces, sombras. En este espacio, David Alden consigue montar las diferentes escenas con ligeros cambios que suceden, las más de las veces, a la vista del espectador, de forma ordenada y fluida.

Alden, en este montaje descarnado y exigente para los cantantes-actores, consigue hacer una poderosa lectura crítica de esta ópera: nunca antes la sociedad en la que vive Peter, esa sociedad que le margina y le lleva hasta la locura, nos había resultado tan divertida, y tan repulsiva a la vez. Este enfoque, que juega mucho con la ironía, permite, como digo, realizar una profunda relectura de la problemática real de ese pueblo. Posiblemente nunca nadie se haya tomado a estos personajes tan a risa … y el resultado, sin embargo, es incluso más poderoso que si se los tomase en serio. Además, Alden consigue un redondo espectáculo de teatro, donde hay momentos de tensión dramática casi insoportable -toda la escena final del segundo acto está presentada en un espacio ciertamente angustioso-; momentos de profunda emoción -el monólogo final de Peter, o la impagable mirada que cruzan Ellen y Balstrode al final, ante un Peter completamente ido: se dicen tantas cosas en una mirada sin pronunciar palabra…-; e incluso queda sitio para una ironía que lleva a la reflexión, en las escenas del pueblo -la de la taberna de Auntie, o el comienzo del tercer acto-. Por otra parte, es también un acierto ejecutar el interno de coro y trompa durante la escena final de Peter desde el hall del teatro, por el gran efecto que produce oír esas llamadas casi fantasmagóricas desde la puerta de entrada, como si todos fueran a aparecer por la platea en cualquier momento. En conclusión: un espectáculo extremo, redondo y poderoso, difícilmente mejorable en términos teatrales. Obviamente, lo que pide el regista es exigente, y solo podría conseguir el éxito con un reparto que se entregase a la causa. Aquí, lo tuvo. Todos, desde el protagonista hasta el último coralista, lo dieron todo para contar algo real, fresco y cercano. Sobre el escenario, nadie dudó en entregarse, en una producción que, aunque funciona, es físicamente muy compleja para cualquiera.

El papel titular recayó en Stuart Skelton, un tenor espléndido, que no parece tener demasiada competencia en este rol a día de hoy: la voz es poderosa, y squillante, de verdadero tenor dramático -obviamente se mueve en un enfoque más cercano a Jon Vickers que a Peter Pears-, y pasa la masa orquestal y coral sin problemas; pero, sin embargo, sabe plegarse a sutilezas cuando el papel así lo requiere, con hermosas medias voces muy bien ejecutadas, demostrando un completo dominio de su instrumento. Además, juega a su favor su poderosa presencia escénica: tiene el físico exacto para resultar creíble en el papel del rudo marinero protagonista, y es un excelente actor, que pasa por las mil facetas dramáticas que pide el personaje; ya desde el primer acto, cuando aparece en la taberna con la mirada perdida, demuestra que hará algo grande, pero su escena de la locura final es un prodigio vocal y escénico, que consigue ese silencio sepulcral que solo se produce en los teatros cuando se asiste a algo verdaderamente excepcional. No se entiende por qué no está ya paseando este personaje por los mejores teatros mundiales, pero, en cualquier caso hay que agradecer haber tenido la oportunidad de verle aquí. Un descubrimiento.

Junto a él, Judith Howarth fue un perfecto contrapunto como una Ellen Oford musicalmente sensible, de emisión pulcrísima, agudo fácil y brillante y presencia etérea, pero sin miedo a imponerse a la masa en los concertantes. Su aria del tercer acto fue un dechado de delicadeza, y como personaje estuvo siempre presente, atenta y creíble. Lo mismo puede decirse del Balstrode de Peter Sidhom que podrá no tener una voz poderosa en exceso -aunque sí muy bien timbrada y proyectada-, pero creó un personaje de fuerte presencia escénica y, en este caso -no como en otras producciones- también lleno de una humanidad y dignidad que favorecen mucho al carácter del rol. Debo insistir en el cruce de miradas final entre Ellen y él, porque fue un momento de una fuerza dramática incomparable.

Como bien se sabe, Peter Grimes es una obra llena de roles menores de tremenda dificultad, por la gran cantidad de escenas de conjunto que contiene esta obra. El amplísimo reparto de secundarios presentado aquí -todos extranjeros, y mayoritariamente asiduos de teatros británicos- mostró unos niveles de excelencia que justificaron su contratación. Pocas veces se ha visto sobre un escenario un equipo de secundarios tan amplio y de tal solvencia vocal y actoral, que en muchos casos podría haberse hecho cargo sin problema de roles de mayor enjundia. Habría que mencionarlos a todos, y son muchos, pero destacaron especialmente el rotundo y aterrador Hobson de Darren Jeffery, la estupenda Mrs. Sedley de Carole Wilson -no solamente muy bien cantada, sino también actuada de manera espléndida, a medio camino entre el cinismo y la comicidad-, la divertida Auntie de Rebecca de Point Davies, el puntual Reverendo de Philip Sheffield, el incisivo Ned Keene de Leigh Melrose, el sonoro Bob Boles de Michael Colvin o las sobrinas de Gilliam Ramm y Tineke van Ingelgem -aplicadas en general, pero en liza ocasional con la afinación por culpa de la dirección de orquesta, y la orquesta en sí misma-. Hay más, obviamente, pero sirvan los aquí mencionados como ejemplo de un elenco que, en general, funcionó vocal y actoralmente -y esto es especialmente relevante en una producción como la que aquí se presentaba- como un reloj.

Soberbio trabajo también del Coro de la Ópera de Oviedo, un conjunto que ofrece prestaciones dispares, y que aquí rindió a gran nivel, en una partitura muy larga y difícil, destacando por afinación, encuadre y empaste en todas sus cuerdas. Además, echaron el resto físicamente, sin amilanarse ante unas exigencias escénicas a las que no cualquier coro podría haber hecho frente; es más, parecían disfrutar con lo que estaban haciendo. Hay que felicitar muy sinceramente al director del coro, Patxi Aizpiri, porque se nota que ha hecho un trabajo a conciencia sobre esta ópera, y el trabajo ha dado sus frutos sobradamente. Enhorabuena.

Pudo haber sido una función que rayase la perfección, de no ser por el mediocre rendimiento de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias que, sencillamente, no estuvo a la altura requerida en una ópera en la que la parte orquestal es fundamental. Aquí falló en general el empaste, muchas veces la afinación -lo de las cuerdas en la Passacaglia, por poner un ejemplo especialmente notorio, es para hacerlo mirar urgentemente…- y, por consiguiente, no estuvo clara la distribución de planos sonoros. Así las cosas, Corrado Rovaris -un director casi siempre honesto- tuvo que enfrentar una papeleta francamente ingrata, e hizo lo que pudo para capear el temporal -cosa que fue más bien imposible en muchos de los fundamentales interludios-, concertando con voluntad y cuidando de los cantantes, pero no pudo evitar por ejemplo que el conjunto femenino del segundo acto estuviese constantemente a punto de perder la afinación. Tampoco se le puede culpar a él, porque cuando el foso no ayuda, no hay mucho más que hacer. No cabe duda de que, con otra orquesta en el foso, hubiera podido mostrar su talento mucho más de lo que aquí le fue permitido. Una lástima. Visto lo visto, quizá hubiera compensado contratar una orquesta foránea, dada la dificultad del título, para redondear el resultado final.

A pesar de todo, es innegable que se pudo disfrutar de una notable representación. Primero, por esa fuerza indiscutible que tiene esta ópera, que siempre engancha y conmociona; después, por la honestidad y entrega de los solistas y el coro; y, por último, por el acierto pleno del montaje de David Alden. Si la orquesta hubiera estado a mejor nivel, podríamos estar hablando de algo memorable. Con todo, nadie dudará que estas representaciones constituyeron uno de los puntales de la temporada ovetense que terminaba con este título.

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