Opinión

Junio en Londres y un Jubileo venezolano

Agustín Blanco Bazán
viernes, 29 de junio de 2012
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Junio empezó musicalmente mal para en Londres. Ilustres agrupaciones orquestales como la Academy of Ancient Music y la Filarmónica de la ciudad se subieron a las barcazas para navegar el Támesis en celebración del Jubileo por los sesenta años en el trono de Isabel II pero, ¡ay!, llovió tanto que nadie pudo escuchar nada. También pasaron desapercibidas las obras comisionadas a varios compositores para esta risueña imitación haendeliana, pero la BBC marginó esta novísima música acuática a favor de una obsecuente cobertura de la Familia Real y sus cortesanos. En medio de tanto fervor monárquico también pasó desapercibida la celebración en la catedral de Coventry del medio siglo del estreno del Requiem de Guerra de Benjamin Britten, que fue transmitido en cambio por varios medios europeos.

Las cosas comenzaron a mejorar cuando días después los londinenses celebraron el solsticio de verano con mejor tiempo y la presencia del Dalai Lama y Aung San Suu Kyi, seguidos, dos días después, por otra figura capaz de despertar similares estertores carismáticos en muchos melómanos. Gustavo Dudamel y la orquesta sinfónica Simon Bolívar volvieron al Royal Festival Hall con cuatro días de conciertos, ensayos abiertos al público, música de cámara, y actuaciones de orquestas infantiles de los barrios mas pobres de Londres. A los conciertos de Dudamel me referiré en la próxima reseña, pasando ahora a lo mas importante.

Este verdadero Jubileo musical fue bautizado con el nombre de Sounds Venezuela en reconocimiento al único país iberoamericano que ha sabido movilizar a su juventud con un programa de educación musical masiva. El Reino Unido lo hizo después de la segunda guerra, en respuesta a la iniciativa de figuras como el filósofo y economista John Maynard Keynes para quién era precisamente las épocas de crisis económica las que justificaban gastos e inversiones en un crecimiento que incluía la música como disciplina esencial. Es gracias a esta convicción que una pléyade de compositores e intérpretes británicos han enriquecido la vida cultural de su país y del mundo. Simon Rattle, Mark Elder, Ivor Bolton y muchos mas no se cansan de insistir que ellos no hubieran existido como artistas en un clima como el actual, tan propicio a los banqueros y tan empeñado en cortar la contribución pública a la enseñanza de instrumentos, la educación de voces o la promoción de agrupaciones instrumentales.

El portador de la antorcha keynesiana en Venezuela parece ser José Antonio Abreu, que recibió de pie aplausos en su honor antes de comenzar cada concierto de la Simon Bolivar y hasta inspiró un simposio cuyo nombre lo dice todo: “Reunión Cumbre del Festival: el arte cambiará el mundo.” El Festival, del cual Sounds Venezuela es sólo una parte, se llama Festival of the World un nombre tal vez algo pomposo pero sus organizadores se empeñan en explicarlo convincentemente. La convicción de Abreu de que un instrumento musical es un arma contra la pobreza y el crimen fue proclamada desde el primer día con fervor proselitista por Jude Kelly, la talentosa directora artística del South Bank, el complejo de teatros cines y salas de concierto (entre ellos el Royal Festival Hall) edificado en el emblemático solar donde el Festival of Britain inaguró en 1951 una era de inigualada prosperidad social en un país aún hoy paralizado por el elitismo de clases.

El South Bank se encuentra entre el Támesis y Lambeth, uno de los barrios más pobres y de mayor diversidad étnica de Londres. A algunas de las escuelas agrupadas en proyectos musicales, como Harmony Lambeth o London Music Master Bridge Project las conozco bien, por haber trabajado en la zona durante 25 años. También conozco el típico deambular de adolescentes en busca de drogas mezclados con los padres en medio del bullicio de la salida de la escuela de los niños que volví a ver, esta vez con sus violincitos y sus flautas, durante el Festival, tocando desde el Danubio Azul hasta algunas piezas venezolanas aprendidas para la ocasión. Los mas despreocupados y regocijantes eran los de entre cuatro y ocho años, distraídos mirando al techo durante los discursos iniciales, y después jugando divertidos con sus instrumentos, haciendo sonar los violines como maúllan los gatitos y siguiendo el compás con sus arcos y sus pies y sus hombros cuando no tocaban. Fueron estos los que demostraron mayor regocijo cuando los miembros de la orquesta Simon Bolivar presentes entre el público decidieron aplaudirlos a los gritos y a rabiar. Los de nueve para arriba ya son algo mas ansiosos y preocupados. Los ejecutantes fueron tutelados no sólo por esos abnegados trabajadores voluntarios que enseñan sin recibir nada, sino también por músicos de la talla del chelista Julian Lloyd Weber y miembros de la Filarmónica de Londres.

¿Suena demagógico lo que acabo de describir? Seguramente sí, por lo menos para quienes prefieren adular el mecenazgo de los ricos y fruncen el ceño ante cualquier intervencionismo estatal, aún en materia de educación musical. En mi caso, prefiero aplaudir antes a Abreu que a Bill Gates y confieso que me impacientan quienes hacen también demagogia poniendo su nombre y su plata en proyectos de su elección, y pretendiendo que la iniciativa privada puede suplantar al estado aún en la enseñanza de música.

Al inaugurar el simposio donde se discutirían estos temas, Jude Kelly aludió a la crisis del capitalismo (¿alguien la duda?) y a la necesidad de seguir el ejemplo del Sistema. Todo esto sin perjuicio de agradecer a Master Card por el apoyo prestado al Festival, porque son bienvenidos quienes ayuden a cambiar la reticencia a aceptar que los niños instrumentistas de Lambeth merecen ser tratados tan bien como los de Eton o Harrow. Fue una importancia resaltada por los ilustres participantes del simposio, que todos los londinenses conocen bien. Camila Batmanghelidjh, la heroína local en materia de rehabilitación infantil cautivó con su explicación sobre el valor de la música para permitir a los niños abusados la transición de victimas de un trauma a la domesticación, comprensión y superación de éste último. Baaba Maal ilustró con ejemplos concretos la importancia de la educación musical en las comunidades africanas. Tim Robertson del Koestler Trust explicó con similar detalle la importancia de la música como arma de rehabilitación de los delincuentes en la cárcel y luego de cumplir su condena.

Y seguiría con una extensa lista de personalidades si no fuera porque alguien me advirtió risueñamente que tanto nombre me convertiría en una suerte de cronista social de izquierdas. Y tal vez lo sea, pero prefiero estos nombres a los de William y Kate, o Harry, o los "celebrities" que lograron impresionar tanto a los espectadores de la música acuática bajo la lluvia o del concierto enfrente al palacio de Buckingham. Soy muy crítico de algunos aspectos del populismo latinoamericano pero a veces lo prefiero al populismo monárquico. Entre el Jubileo Real y el Jubileo Venezolano me quedo con este último.

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