Reino Unido

Venezolanos en la cima

Agustín Blanco Bazán
martes, 3 de julio de 2012
Gustavo Dudamel © Orquesta Filarmónica de Los Ángeles Gustavo Dudamel © Orquesta Filarmónica de Los Ángeles
Londres, sábado, 23 de junio de 2012. Royal Festival Hall. Orquesta Sinfónica de Venezuela Simón Bolivar bajo la dirección de Gustavo Dudamel. 23.6.2012: Ludwig van Beethoven, Obertura Egmont y Sinfonía número 3 “Heroica”. Benjamin Britten, The Young Person´s Guide to the Orchestra. Edward Elgar, Nimrod. 26.6.2012: Bryn Terfel, bajo-barítono. Esteban Benzecry, Rituales amerindios. Richard Strauss, Una sinfonía alpina. Richard Wagner, final de El Oro del Rhin.
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Dudamel y la Simón Bolivar son culto en Londres y para algunos entre los cuales me incluyo, una molestia de ello es la tendencia de un público enfervorizado a aplaudir entre medio de los movimientos de una sinfonía, en este caso, los aplausos que siguieron el primer y el segundo movimiento de la Heroica. Cuando una vez me quejé de esta tendencia cada vez mas generalizada ante un manager de conciertos la respuesta fue predecible: “¿Y por qué no? ¿Por qué no permitir que el público se exprese como lo siente? ¿Por qué imponer a las generaciones jóvenes y entusiastas ese rigor de seriedad mortuoria que aleja a las masas de la música?” Gracias a Dios, el mismo Dudamel desalentó a los aplausistas al final del Scherzo con sólo mantener la batuta levantada por un segundo, antes de desatar con sostenido rigor de fraseo el torrente sonoro en sol menor que abre el Allegro Molto. Siguió un rondó de contenida expresividad y una lectura a la vez diferenciada y unificadora de las diferentes secciones, desde la fuga hasta la coda final, con cornos de asertiva aspereza y tiempo urgente pero nunca precipitado. Similarmente asertivo fue el tiempo en la marcha fúnebre que permitió momentos de recóndita intimidad para el fraseo de oboes y una acabada variación cromática en un fugado de texturas abiertas donde se escuchó un fraseo de chelos maravilloso en su calidez.

El arranque de la sinfonía, como el de la obertura de Egmont que abrió el concierto confirmó la impresión de que Beethoven admite lecturas tan diferentes como válidas todas ellas. De nada sirve comparar a la Simón Bolivar y Dudamel con otros directores o sonidos de tradicionales orquestas europeas. Estos venezolanos tienen su Beethoven, tan válido y sensiblemente ejecutado los mejores de la actualidad, distinto de las versiones de, por ejemplo Furtwängler, Sawallisch o Böhm y mas bien emparentado con la sanguínea vitalidad de Barenboim o Mark Elder. “Que orquesta maravillosa, pero, confieso que me gustaría ver su lado mas tranquilo…” me comentó con típica parsimonia inglesa una asistente al primer concierto, después de una versión algo estereotipada y demasiado fuerte de la Guía de orquesta para jóvenes de Britten. Sospecho que la tranquilidad vendrá con el tiempo. La orquesta, aún cuando se anuncia más como “juvenil”, no pasa de los treinta años en promedio de edad de ejecutantes y su director tiene treinta y uno.

Dudamel neutralizó el maravilloso efecto final de la Heroica cometiendo el error de muchas orquestas extranjeras cuando visitan Londres, esto es, el ofrecer como Bis el "Nimrod" de las Enigma Variations de Elgar, una pieza con la cual los huéspedes piensan honran a Inglaterra, pero que puede llegar a ser insufrible para quienes deben escucharla hasta el cansancio en actos conmemorativos militares. Baremboin y la orquesta de Chicago tocaron "Nimrod" después de la octava de Bruckner y Termikanov y la Sinfónica de Leningrado lo hicieron después de la Leningrado de Shostakovich. “Fucking Nimrod” llamamos algunos a esta pieza, mientras nos preguntamos por qué los visitantes no se aventuran con un interludio de Peter Grimes, o simplemente evitan un bis después de composiciones trascendentales. De cualquier manera, los virtuosos sforzandi puestos en esta versión compensaron en algo la desaparición del espíritu beethoveniano.

Los ensayos abiertos al público proveyeron una oportunidad única de observar la relación entre Dudamel y la orquesta en la cual él mismo se entrenó como músico. El director sólo da las instrucciones necesarias y a veces comenta con risueña ironía lo que no le gusta antes de indicar que es lo que él quiere. En la Sinfonía alpina, por ejemplo, advirtió a los chelos que la excesiva energía puesta en el fraseo del “ascenso” no les iba a dejar aire para llegar a la cima de la montaña y pidió un cierto distanciamiento contemplativo frente a la cascada para que no pareciera un aluvión de rocas del cañón del Colorado. Varias instrucciones se concentraron en la importancia de no apurar los crescendi y de cuidar el volumen y la dinámica general en los famosos súbito pianos sin los cuales no hay buen Strauss. El balance entre el órgano y los demás instrumentos de viento fue motivo de repetidas instrucciones y en una de ellas el director pidió concentrarse mas en la expresividad que en las notas, aún a riesgo de desafinar, con lo que, por supuesto, consiguió mayor expresividad sin desafinación alguna.

El concierto final siguió a una larguísima mañana de ensayos que incluyeron repetidas relecturas de pasajes de la Alpina junto a la ejecución completa de Rituales Amerindios, una expresiva composición de Esteban Benzecry de variadísima polifonía y riqueza cromática. Como después de su ejecución les quedó fuerza a los ejecutantes para subir la montaña straussiana es un interrogante cuya respuesta no puede ser otra que adrenalina y entrega. Fue una ejecución inspirada y magistral en expansión sonora, unidad interpretativa y diferenciación de texturas, y variada en el tratamiento de detalle, por ejemplo, la premonición en los chelos en la entrada al bosque (nro.4), la tensión anticipatoria en la visión (14), el expresivo e intenso sostenuto en los cantabiles de las frases largas de la llegada a la cima (12 y 13) y el epílogo (21), y por supuesto, la fuerza y la diafanidad del extático amanecer (2) y el diferenciado rubato en la dificilísima sucesión de acordes que abren y cierran la obra.

En este caso, el anticlimax fue el final del Oro del Rhin como bis, con la aparición de Bryn Terfel disfrazado de Wotam, parche en el ojo y todo. Creo que Wagner instruyó en este pasaje fortissimo como “ff”, y no “fff”, como lo tocó la orquesta poco después de ensayar la partitura a primera vista en los ensayos. De cualquier manera el oro bajo el agua brilló con perceptiva transparencia en la interpretación de estos músicos tan asentados en su capacidad de proponer una visión nueva de obras que nunca deben ser pensadas como monopolio de tradiciones interpretativas europeas. “¿Y quién dijo que los venezolanos no podían subir los Alpes? ¡Que campeones!” me sorprendí pensando con típica competitividad argentina, mientras José Antonio Abreu, Dudamel y su orquesta recibían los aplausos finales.

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