Reino Unido
La ópera del mar
Agustín Blanco Bazán

En su libro La música de Benjamin Britten (J.M. Dent and Sons Ltd. London 1979), el musicólogo Peter Evans compara el mar de Peter Grimes con el de Billy Budd. El primero interfiere como trasfondo emocional en una acción dramática centralizada en los prejuicios de un pueblo costero. En Billy Budd, el mar se convierte en protagonista principal y el espectador no puede escapar por un momento de la sensación de claustrofobia que sufren todos los personajes. La metáfora inglesa de estar “at sea” alusiva a estar perdido en medio de una situación errática y sin escapatoria es útil para comprender la esencia de esta obra. En el primer acto de Tristán e Isolda solo es posible salir de este tipo de encrucijada bebiendo un filtro que empuja las pasiones al puerto donde finalmente explotarán. En Billy Budd esta resolución no llega nunca. Solo es posible anclar la acción dramática en la evocación ensayada en el prólogo y el epílogo por Vere, el capitán del Indomitable que ya en tierra y esperando la muerte junto a su hogar, trata de justificar su conducta durante aquel fatídico viaje sin principio ni fin descrito en los “actos” de la ópera, de una tripulación naval inglesa en un mar infestado por el enemigo revolucionario francés a fines del siglo XVIII. Pero aún el comienzo del prólogo y el final del epílogo son interrogantes, y con ello toda la obra termina siendo un dilema sin solución. De Vere trata de justificarse: ¿por qué no impidió la ejecución de Billy Budd, el marinero que falsamente acusado de traición por su superior Claggart, mata a éste último accidentalmente con una bofetada que le hace golpearse contra el suelo? La obra termina como empezó, con Vere recordando el verano de 1797 cuando era comandante del Indomitable, sin que el anciano haya logrado apaciguar totalmente su conciencia.
Siguiendo una concepción escénica inaugurada en Inglaterra por la producción de Michael Grandage en Glyndebourne en 2010, también David Alden propone un cuadro escénico más abstracto para metaforizar la claustrofobia de un mar tan incierto como los prejuicios y miedos de los tiránicos oficiales del Indomitable. Ambas puestas ubican la acción dentro del casco, en el vientre del navío, sin que, como ocurre con la mayoría de las escenografías figurativas tradicionales, le sea posible al espectador subir a cubierta para mecerse con el mar y admirar el firmamento. Esta abstracción es aún mas profundizada por Alden, que propone un casco no de madera sino de metal oxidado, similar a un buque tanque, con vestuarios contemporáneos de fajina en la tripulación rasa e intemporales uniformes para los oficiales. De Vere viste de un blanco tan ascético como la blancura minimalista de su habitación y su antítesis, el villano Claggart, usa un largo sacón negro de cuero tal vez demasiado obvio como reminiscencia de una perversidad estilo Gestapo. Y hay algo de expresionismo alemán en los contornos precisos y abruptos de esta regie de personas, por ejemplo cuando Claggart aplasta con su violencia psicológica al anónimo “novato” para convencerlo de tentar a Billy a un motín y así conseguir la destrucción de éste último.
© 2012 by Henrietta Butler
Edward Gardner acrecienta la intensidad de la abstracción escénica con magistral suspense, énfasis en detalle y tiempos de estudiada lentitud pero de sostenido poder premonitorio. Las texturas salen diferenciadas y con expresiva variación cromática en su interpretación de todo lo que esta partitura sabe describir tan magistralmente: la belicosidad y la frustración de estos marinos que terminan viendo en un marinero de infantil inocencia como Billy Budd los aspectos más esperanzados y también amenazantes de la libertad y la dignidad de esos “derechos del hombre” franceses, que en la cubierta del Indomitable equivalen a subversión y traición al rey británico. Bajo la batuta de Gardner, los interludios fueron claros, tersos y expresivos, los tutti contundentes, y cautivante la expresividad de los diálogos, armonías y contrapuntos de cuerdas y vientos que hacen a la esencia de la partitura.
Gracias a su experiencia y conocimiento de la obra, Alden evitó las frecuentes y equivocadas exacerbaciones “camp” con que otros directores malinterpretan la ambigua homosexualidad que palpita en las relaciones entre el protagonista y quienes lo admiran o envidian. Billy no se sacó nunca la camisa para mostrarse semidesnudo y Claggart jamás traicionó su animosidad hacia Billy como lascivia. Solo durante su famoso soliloquio 'O Beauty', atrae Claggart fugaz e involuntariamente el pañuelo rojo de Billy a su vientre, como si quisiera ayudar o contener una sensualidad reprimida y que amenaza explotar. Pero nada más, y está bien que así sea, porque en esta obra la sexualidad es una expresión marginal y secundaria del conflicto entre la belleza de la inocencia y la fealdad de los prejuicios que dominan a esta comunidad masculina sin rumbo en el océano. Bien dice Claggart que está obligado a destruir a Budd como única forma de preservar su fortaleza de reprimido y represor ante el embate de la inocencia y la espontaneidad representados por Billy Budd.
Matthew Rose interpreta este personaje con voz oscura y penetrantemente proyectada, y su presencia escénica es a la vez contenida, feroz y convincente en su perversa forma de razonar. Con este personaje, Britten ha dado al mundo de la ópera su mejor villano. Claggart supera a Iago, porque no se restringe a expresar sus pasiones como éste, sino que llega a explicar sus motivaciones con claridad. Y Rose lo interpreta como hacía Ruggiero Raimondi con Scarpia, o Piero Capuccilli con Iago: parco, oscuro, impenetrable y con calculados exabruptos de ferocidad.
© 2012 by Henrietta Butler
Kim Begley vocaliza histriónicamente los parlandi de Vere, un personaje fatalmente destinado a sufrir de una marginalidad similar a un coro griego. Vere abre y cierra la obra con sus reflexiones y durante la mayor parte de la acción permanece distanciado en su camarote leyendo los clásicos, reflexionando sobre el destino y dando órdenes. También se distancia de la acción con cobardía cuando Billy le pide que lo salve y los oficiales jueces le piden consejo antes de pronunciar su condena. Sólo Peter Pears en la producción de la BBC (disponible en DVD) logra transformar a Vere en un personaje central, al mostrar que también en él hay una apasionada atracción hacia Billy Budd, solo que diametralmente opuesta a la de Claggart. En el caso de Vere, belleza e inocencia son dos valores supremos que se ve obligado a suprimir cuando rehúsa conmutar la pena de muerte al protagonista y es en este momento en que la blancura escénica de este De Vere parece emparentarse con la negrura de Claggart. En un acertado toque de dramaturgia, la regie de Alden integra a Vere en el momento culminante en que Billy desaparece caminando hacia la izquierda con la soga al cuello mientras que Vere entra haciéndolo por el mismo lado en dirección opuesta. Solo que no lo hace con su uniforme de capitán del Indomitable sino ya como el anciano en ajada robe de chambre que le hemos visto en el prólogo y seguirá usando en el epílogo. Luego vemos a los verdugos tirar de la cuerda, ante el estupor del coro que se precipita enseguida con su célebre melisma a un verdadero motín que Alden instruye reprimir salvajemente, como si se tratara de un naufragio final de lo bueno en medio de la perversión. De Vere desaparece en medio del tumulto volviendo al proscenio justo a tiempo para cerrar el epílogo.
Billy Budd fue interpretado por Benedict Nelson con convincente presencia escénica, atractiva impostación tímbrica y claro fraseo para su monólogo final ('Look! Through the port comes the moon-shine astray!'). Le faltó en cambio la fuerza y apoyo vocal suficientes para proyectar con buen volumen e incisividad sus momentos de exultante bravura como 'Billy Budd, King of the birds! Billy Budd, King of the World!' Y en esta obra de tantos personajes secundarios pero fundamentales para llevarla a buen puerto, se destacaron, entre otros, los experimentados Jonathan Summers (Mr. Redburn) y Gwynne Howell (Dansker). También merecen mención el Flint de Darren Jeffery y Marcus Farnsworth, el anónimo “novato” que trata de tentar a Billy Budd a instigación de Claggart.
Sin cubiertas de madera, paisajes marítimos y capitanes con tricornios, la regie de Alden logra mas que ninguna otra penetrar en el verdadero océano de Billy Budd. Es un océano de pasiones y esperanzas musicalizadas genialmente por uno de esos raros compositores capaces de utilizar el pentagrama para penetrar con contrapuntística sensibilidad en las contradicciones del alma.
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