Polonia
Retrato del pianista adolescente
Inés Mogollón

Tomo prestado el titulo a James Joyce porque, palabra por palabra y con un pequeño cambio, describe con claridad a ese aspirante que, a día de hoy, es el joven pianista canadiense Jan Lisiecki. Empiezo por el retrato. En el caso de Lissiecki tenemos, más que una descripción completa de su figura -que también- , un diario de su entrenamiento como pianista. Sí, en Youtube le vemos progresar adecuadamente desde los diez años, luego a los trece, también a los catorce, desde luego a los quince y, cómo no, a los dieciséis. Ahora que tiene diecisiete acaba de grabar su video más comercial y delirante: subido en la azotea más alta de Berlín, toca, con serio peligro de su persona, el Andante del Concierto en Do mayor KV 467 de Mozart, cuya música cae sobre la ciudad en forma de pétalo contagiando su belleza -o algo así- a unos bailarines callejeros, a un grafitero que acaba pintando florecillas, a un músico del metro… en fin, ya les advertía arriba que es delirante. Pues este es el video promocional con el que Deustsche Grammophon celebra el fichaje de Lisiecki. Lo cierto es que la grabación se deja oír gracias a la labor de dirección de Christian Zacharias -que afortunadamente ni asoma por la maldita azotea - al frente de la Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks. El disco incluye los dos conciertos más populares y maltratados de Mozart: además del citado Concierto en Do mayor KV. 467, el KV. 466.
Este es el producto que se publicitaba ayer tarde en el décimo concierto de abono del festival ‘Chopin y su Europa’, que tiene lugar esos días en Varsovia. No es esta la primera visita de Lisiecki al Festival; nacido en Calgary de padres polacos, es este un intérprete mimado por el Festival. En la edición del año 2008, por ejemplo, se grabaron en directo con la orquesta Sinfonia Varsovia los dos Conciertos para piano de Chopin interpretados por Lisiecki en directo, versión que ha sido editada por el Instituto Nacional Fryderyck Chopin obteniendo el Diapasón de oro al ‘artista revelación’ del año 2010.
Pues bien, después de escuchar a Lisiecki también en directo, me reafirmo en mi título: desde luego Jan Lisieki es un pianista, pero a día de hoy, dista mucho de ser un artista, un creador. En realidad, mientras interpretaba el Concierto de Schumann -un compositor de pensamiento tan complejo y personal, con un pianismo difícil de interiorizar y madurar-, Lisiecki parecía estar ante el tribunal de su conservatorio, presentando una versión blanda, impersonal, sin fuerza ni penetración. En algunos aspectos complejos como el uso del pedal o la agógica, me pareció alarmantemente caótico. Sin ninguna reflexión musical que le personalice, Lisiecki no es más que un pianista a punto de terminar el grado superior, preocupado por dar todas las notas en su sitio; leía la partitura, no la analizaba. Así las cosas, su interpretación resultó aburridísima.
Pero no todo es culpa suya. Tiene diecisiete años recién cumplidos, es un adolescente (ya ven, otra vez Joyce), no tiene obligación alguna de ser nada más que un pianista profesional o, si lo prefieren, un virtuoso, que ya es bastante.
En realidad, el fenómeno Lisiecki responde a parámetros ajenos a lo estrictamente artístico. Últimamente, la industria discográfica aplica a la música clásica estrategias de difusión y promoción con las que obtiene importantes beneficios en productos musicales más ligeros. Esto significa colocar en los estantes ocupados por la música clásica portadas en las que aparecen chicas y chicos muy jóvenes, muy guapos, y con los dientes muy blancos, que atraigan a consumidores jóvenes -guapos o no- que compren o más probablemente, descarguen, la música que hacen estos colegas, una música culta pero asequible, claro. En resumen, Jan Lisiecki es un anuncio, no un gran pianista. O al menos, todavía no.
Para compensar, la orquesta Sinfonia Varsovia bajo la dirección de Zacharias ofreció una Cuarta sinfonía de Schumann espléndida. El sonido de esta agrupación nos llegó bellísimo y exacto gracias a que Zacharias es un director minucioso; resulta impresionante verle señalar con el índice directamente al instrumentista que debe lograr un efecto o que debe callarse. Todo fluye con naturalidad, con fuerza e inteligencia. Zacharias sabe lo que quiere y oye la música como debe oírse, con todo el cuerpo; en consecuencia, dirige la música también con todo el cuerpo, ofreciendo a Schumann la pasión que tanto habíamos echado de menos en la primera parte del concierto.
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