Polonia
Un piano, dos compositores y tres pianistas
Inés Mogollón
Ya el incesante movimiento de gente que se notaba en el exterior de los estudios de la radio polaca indicaba la expectación que suscitaba este concierto: adolescentes a la busca de autógrafos, autoridades, policía, taxis, aficionados preguntando por una entrada de último minuto, revendedores, críticos, políticos, cámaras, la dirección del Instituto Chopin, celebridades acechando el photocall de Lexus -marca de coches de lujo patrocinadora del Festival- famosos pianistas, las miradas en el guardarropa, las risas en la cafetería … en fin, fue un público variopinto el que abarrotó el auditorio Witold Lutowslawski de la radio Polaca -de una excelente calidad acústica- para recibir a Martha Argerich, a Maria Joao Pires, a Jaunsz Olejnizac y a Frans Brüggen con la orquesta del siglo XVIII, todos reunidos en un solo concierto por cortesía del ‘Festival Chopin y su Europa’.
Y no crean que esto fue todo, no; una vez completo el auditorio, para mi sorpresa y cuando ya estábamos todos sentados, se abrieron de nuevo las puertas de la sala y se dio paso a cientos de jóvenes que, sin molestar, se sentaron a su vez en las escaleras del patio de butacas. Así, el auditorio tenía un aspecto realmente magnífico, digno de ver. Hacía tiempo que no tenía la suerte de encontrar un público tan joven y entusiasta para la clásica. Resultó realmente reconfortante.
El pianista Janusz Olejniczak fue el encargado de abrir la velada con el Concierto para piano y orquesta en Fa menor Op. 21 de Chopin. La adecuación y la competencia estilística estaban garantizadas pues Olejniczak se ha especializado en la interpretación filológica del legado chopiniano, como se puede comprobar escuchando sus referenciales grabaciones, incluidas dentro del proyecto discográfico ‘The Real Chopin’ íntegramente grabado en instrumentos originales, método que ha redefinido radicalmente la imagen sonora de Chopin.
Observando a Olejniczak pensé que si Chopin hubiera vivido en nuestro tiempo, sus maneras no serían muy diferentes a las de este pianista polaco, idea que compartió su compatriota y director de cine Andrzej Zulawski cuando eligió a Olejniczak para interpretar al compositor en la película Le note blue, rodada en 1991. La comprensión profunda y práctica de la herramienta que tenia entre manos ( un piano Erard de 1849, número de serie 21118, de siete octavas ) sus formas contenidas, el elegante rubato que subraya el detalle, la sabia acentuación del "factor polaco", el volumen camerístico y un ideal expresivo eficazmente declamatorio, tan fácilmente observable sobre la partitura y tan relegado en las interpretaciones convencionales, me recordaron las palabras de Luca Chiantore acerca de Chopin cuando escribe que, a la luz de los testimonios directos, probablemente no ha habido ningún otro compositor que interpretara su música de manera tan distinta a como estamos acostumbrados a oírla hoy en día. Y sí, la versión de Olejniczak resultó fresca, llena de matices nuevos y reveladora de un Chopin misterioso, todavía oculto.
Después de Chopin y ya en la segunda parte, Maria Joao Pires ofreció una soberbia versión del Concierto en Do menor, Op. 37, de Beethoven, una lectura magistral que nos recordó por qué Pires deslumbró con su Beethoven en aquel lejano 1970, cuando se consagró internacionalmente al ganar en Bruselas el concurso que celebraba el segundo centenario del nacimiento del compositor.
La visión estructural de su interpretación, fruto de un conocimiento profundo y detallado del texto y su desarrollo, descubría los materiales temáticos y sus elaboraciones, desmadejando las funciones y los polos armónicos gracias a una claridad de exposición que permite rastrear los nexos discursivos, la lógica profunda que rige la redacción de la partitura. Las versiones de Pires siempre son así, analíticas, introspectivas y a la vez de una musicalidad admirable, cualidades que se alzan sobre una ejecución luminosa y a una articulación ligera y ambarina realmente perfectas, puramente clásicas, siempre dentro de estilo.
La consecuencia inmediata es que el discurso fluye con naturalidad, sin artificio, perfilado por un fraseo exquisito y muy personal y un uso del pedal continuo, que Pires administra en pisadas muy cortas que ligan el sonido -tan bello- y lo aleja del romanticismo.
En la cadenza del Allegro con brio, con sus trinos en ambas manos y un juego de imitaciones que demandan una uniformidad realmente difícil de arbitrar mientras se toca, Pires exhibió un virtuosismo, una imaginación sonora y una capacidad interpretativa realmente extraordinarios. Sin desviarse en ningún momento del camino marcado por Beethoven, Pires desplegó sobre el texto original su propia invención en un alarde de imaginación sonora que en directo resultó estremecedora. Pires es sin duda una de las grandes pianistas del siglo XX. En el segundo movimiento, el siempre esperado Largo en Mi mayor que ostenta la línea de canto más mozartiana que Beethoven escribió, Pires consiguió que el discurrir del tiempo, literalmente, se parara y, por un momento, pareció que en el auditorio no respiraba nadie más que ella.
El contraste -y tanto en términos de forma como de sensibilidad- del proceder de Maria Joao Pires con el vigoroso pianismo de Martha Argerich no pude ser mayor. Argerich no se para en aspectos que, evidentemente, considera satélites; lejos de negociar con cualquier criterio histórico o musicológico, sólo fiel a si misma, en un evidente conflicto de intereses cayó sobre el Érard como una tormenta de granizo, con tal desafuero, que me hizo temer por la integridad de tan delicado instrumento, a todas luces insuficiente para su característico modo de hacer.
La presencia de Argerich resulta impactante a varios niveles; de entrada, en lo puramente físico, con esa melena ya legendaria y un bello rostro que dice cada nota; en el aspecto escénico, por esa gestualidad teatralizada que dirige al público para cautivarlo y, desde luego, a nivel técnico, aspecto en el que hace alarde de un ataque preciso como pocos he oído, incisivo y claro, resultado de una articulación basada en el movimiento del brazo y de la muñeca. En todos y cada uno de estos matices, Argerich es sensacional. Como aquellos famosos virtuosos del romanticismo que conseguían hipnotizar a la audiencia con su personalidad, la pianista se sitúa siempre más allá del texto y de la interpretación, en una orilla donde ella es el concierto, el espectáculo.
Con el Concierto en Do mayor, Op.15 de Beethoven no tuvo su mejor tarde; empezó por empujar el pedal con una violencia fuera de lugar y por aplicar unos tempi impulsivos y caprichosos que hicieron que la orquesta se arrastrara tras ella y sus veleidades pero, ¿qué más da?: la fuerza expresiva -Argerich grita cada nota-, el vigor y la tensión que despliega esta pianista electriza a su público.
Lo cierto es que cuando Argerich se levantó de la banqueta -gracias al cielo sin haber roto nada- habíamos disfrutado de un concierto que sintetizaba las grandes líneas de trabajo del pianismo del siglo XX: el canal historicista, la escuela clasicista deudora del style brillant, y la de herencia romántica con su virtuosismo trascendente, todos enmarcados por una orquesta -la del siglo XVIII- formada por instrumentos originales. Por cierto, qué mayor está Frans Brüggen; no me gustó verle así; tenían que asistirle para entrar y salir del escenario, tuvieron que empujarle para subir al podio donde, una vez sentado, sólo movía las enormes manos, auxiliado en todo momento en la dirección por el concertino Marc Destrubé, que hizo un trabajo excelente. La orquesta del Siglo XVIII, muy vinculada al Festival’ Chopin y su Europa’, publicó, hace apenas un año, un doble DVD -producido por el Instituto Chopin y editado por Glossa- que incluye todas las obras concertantes escritas por Chopin; el DVD se grabó en directo en la sala de Conciertos de la Filarmónica de Varsovia, precisamente con el Érard seleccionado para esta velada y los pianistas Nelson Goerner, Kevin Kenner y Janusz Olejniczak; es un producto musical de excelente calidad: si lo encuentran, no lo dejen pasar.
Para finalizar el concierto -tres horas y media más tarde- y ya en la propina, ambas pianistas nos regalaron -tras lo que parecía una pequeña y divertida discusión sobre las partituras más apropiadas- con una adaptación para cuatro manos del tercer movimiento Allegro molto de la Sonata K. 38 de Mozart, que tocaron muy molto y terriblemente allegro, y un arreglo, también a cuatro manos, de la Danza de Anitra y La mañana de Peer Gynt. En ese momento recordé que hace ocho años, en un concierto de piano que Maria Joao Pires ofreció en Valladolid acompañada por el pianista Ricardo Castro, la propina fue también esta adaptación de la obra de Grieg, lo que dejaba al descubierto lo poco que hay, pese a la puesta en escena, de espontáneo en estos conciertos, y cuánta experiencia y profesionalidad hay detrás de la excelencia.
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