España - Valencia

Diotima: Excelentísimo Señor Cuarteto

José-Luis López López
lunes, 5 de noviembre de 2012
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Alicante, miércoles, 26 de septiembre de 2012. Auditorio de la Diputación (ADDA), Sala de Cámara. Cuarteto Diotima: Yung-Peng Zhao, violín I; Guillaume Latour, violín II; Frank Chevalier, viola; Pierre Morlet, violoncello. Obras: Lurralde, de Ramón Lazkano; Cuarteto nº 4, de Thomas Simaku; Silent Flowers, de Toshio Hosokawa; Cuarteto nº 4, de Arnold Schönberg. 28 Festival de Música de Alicante 2012. Asistencia: casi lleno.
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El Cuarteto Diotima ha cambiado de violín II por dos veces en, aproximadamente, un año. En agosto de 2011 Vanessa Szigeti sustituyó a Naaman Sluchin, con considerable éxito; pero es que, menos de 12 meses más tarde, Vanessa Szigeti –ignoramos las causas‒ “desaparece” del Cuarteto, y su lugar lo ocupa Guillaume Latour. El acoplamiento de un nuevo miembro a un “mecanismo” tan delicado como es el cuarteto de cuerdas no es fácil; pero así como la Szigeti se integró rápidamente en el conjunto, desde el punto de vista sonoro no se la echa de menos con la presencia, en su lugar, de Guillaume Latour, independientemente de los valores intrínsecos de las piezas interpretadas. Excelentísimo Cuarteto.

Mas no todas las obras tienen la misma calidad, pese a que los Diotima saquen lo mejor de ellas. Así (no fueron ingenuos al ponerlo de “telonero”) el cuarteto Larralde (Territorio) de Ramón Lazkano (San Sebastián, 1968) nos pareció estimable, pero el que menos de los cuatro programados. Con 23 min de duración, estreno en España, escrito en 2011, nos sonó a “constructo”, técnicamente bien estructurado, pero con escasa vena “poética” interior. Cuerdas en agudo, sonido “desmenuzado e inestable”, en el que predominan los “golpes”, un ritmo lento u balbuceante, “pizzicati”, alternando como latigazos. Demasiado igual a sí mismo todo el tiempo, apagándose en un final pianissimo.

El Cuarteto nº 4 (2011) de Thomas Simaku (nacido en Albania en 1958 y nacionalizado británico en 2000), también estreno en España, expone (en unos 21 min) una sola línea sonora, desplegada en abundante variedad de formas e intensidades (como dice el autor, líneas rectas, líneas temblorosas, líneas irregulares, corrientes recargadas de armónicos, y así sucesivamente). Se percibe más energía “detrás” de la mera fisicidad del sonido que en la obra anterior. Interesantes “pizzicati” de viola y cello en su parte central. Nuevos ataques de energía, con pausas ppp que concluyen en silencio, marcando el final de cada movimiento (sin nombre): en número de cuatro, más dos interludios, intencionadamente colocados antes y después del tercer movimiento lento. En ocasiones, se producen alternancias forte/piano extremas. El final, precedido de un estallido ffff, es un pppp que finalmente se apaga. Escrita expresamente para los Diotima, es una obra con “aura”.

Toshio Hosokawa (1955), con media docena de cuartetos de cuerda, del que Silent Flowers (1998) es el tercero, es uno de los compositores japoneses que más cultiva este género. En cargo del Festival de Donaueschingen, su título evoca dos artes tradicionales niponas; el Ikebana y el Teatro Nō. Sin embargo, también esta obra debe mucho a las Seis Bagatelas de Anton Webern y al cuarteto Fragmente-Stille, an Diotima de Luigi Nono (“a los que oigo, dice Hosokawa, como flores que brotan de un lecho de silencio…”). Música, explica el compositor, “caligrafiada sobre un fondo blanco de tiempo y espacio”. Ciertamente, es una ofrenda de delicadeza, en la que los distintos elementos inspiradores están perfectamente ensamblados.

Concluyó la velada con el Cuarteto nº 4, Op. 37 (1936) de Arnold Schönberg (1874-1951). También anduvieron listos los intérpretes al ponerlo, sobre seguro, como broche de oro del programa. El más extenso del concierto (32 min), se divide en cuatro movimientos, con las formas habitualmente consagradas: 1.- Allegro molto. Energico, emparentado con la forma sonata; 2.- Comodo, haciendo el papel de Scherzo; 3.- Largo, de forma binaria (ABAB); 4.- Allegro final, basado en los principios del rondó. La “obediencia” al esquema clásico (por cierto, la última vez en la obra de Schönberg) es la más perfecta ilustración de su voluntad de reactualizar la tradición. Dice Arnold Whittall: “su objetivo es, sobre todo, descubrir un espacio de acuerdo entre las innovaciones técnicas y las antiguas formas”. Por eso, el grado de accesibilidad para el gran público melófilo es mucho mayor que el de, por ejemplo, el Cuarteto nº 3, Op. 30 (1927). En una carta del compositor al colega estadounidense Arthur Locke se señala: “Espero que usted estará de acuerdo en que estas obras son, esencialmente, obras de la imaginación, y no, como suponen muchas personas, construcciones matemáticas”. Esta profesión de fe es plenamente aplicable al atractivo Cuarteto nº 4, con cuya escucha (y por tan magníficos intérpretes), “muchas personas” han “descubierto” el dodecafonismo serial con música promovida al rango de “clásica”.

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