Alemania
Lectura monumental
Andrés Sáenz
Articulación nítida, fraseo fluido y coherente, digitación precisa y la sonoridad cristalina y colorida lograda del nuevo piano Fazioli, sustentaron la interpretación honda y grácil del pianista costarricense Manuel Matarrita del Concierto N° 23, en la mayor, para piano y orquesta KV 488, de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), compositor paradigmático del clasicismo vienés.
El undécimo concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), penúltimo de la temporada oficial, celebrado el viernes 16, en el Teatro Nacional (TN), estuvo a cargo del israelí Lior Shambadal, en su debut costarricense como director invitado, y se completó con una lectura superlativa de la Sinfonía N° 4, en mi bemol mayor, conocida como Sinfonía romántica, de Anton Bruckner (1824-1896), figura eminente del posromanticismo austríaco, en la versión editada por el musicólogo Leopold Nowak.
Mozart
La perfección formal, inspiración melódica, profundidad de concepción y factura consumada de los últimos ocho de los conciertos para piano y orquesta de Mozart, que suman 27 en total, destilan la esencia de la música incomparable del eximio maestro austríaco y provocan una intensa impresión, tanto emocional como intelectual, en el escucha atento, a condición de que el solista, como en el caso de Matarrita, posea la sensibilidad interpretativa y pericia técnica requeridas.
Mozart compuso el Concierto en la mayor, KV 488, en 1786, para una serie de conciertos de abono en su beneficio en los que él era el solista en piano. Pieza contemporánea con el estreno de Las bodas de Fígaro, el estilo cantábile de la ópera italiana es notable en el sublime adagio, segundo de los tres movimientos de la obra, sentidamente ejecutado por el solista, quien, asimismo, comunicó la introspección e intimidad del alegro inicial, así como el brío centelleante del alegro concluyente.
El desempeño destacado de Manuel Matarrita fue retribuido con fuertes y prolongados aplausos por los oyentes, a los que el pianista respondió, fuera de programa, con el adagio de la Sonata en fa mayor, KV 332, también de Mozart.
Sentí el respaldo de Shambadal y el conjunto bastante falto de aliento, como para salir del paso, y algo extraño al espíritu íntimo de la pieza, quizá por falta de ensayo suficiente, pues el corto tiempo disponible se dedicó sobre todo a la preparación de la Sinfonía romántica.
Bruckner
La obra de Anton Bruckner data de 1874, aunque pasó por varias revisiones, la última en 1888. El compositor mismo dio ese nombre a la sinfonía, pero “romántica” no alude a la estética predominante en la primera mitad del siglo XIX sino a los romances de caballería medievales, como Lohengrin o Tannhäuser, fuentes de las óperas homónimas de Richard Wagner, por quien Bruckner profesaba una admiración ilimitada.
La lectura monumental forjada por Lior Shambadal y la OSN de la Cuarta de Anton Bruckner reveló a una orquesta transformada por la maestría de un director que domina a fondo el estilo del compositor y tiene la experiencia y pericia idóneas para obtener el sonido masivo y grávido de las cuerdas, y solemne y fragoroso de los bronces que crean el ámbito sonoro particular del maestro austríaco.
Aunque en lo personal no soy adepto a las extensas y divagantes sinfonías de Bruckner, con sus continuos clímax estruendosos, seguidos de súbitos pianísimos, para volver a lo mismo sin llegar a ninguna parte, puedo apreciar el trabajo extraordinario desarrollado por Lior Shambadal con la Orquesta Sinfónica Nacional, que le respondió de cuerpo entero y alcanzó un nivel de ejecución óptimo.
La conclusión de la Sinfonía N° 4, Romántica, de Anton Bruckner, provocó una ovación en el público que, en parte, compensó la escasa asistencia de esa noche.
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