Alemania
Unidad de acción, tiempo y espacio
Xoán M. Carreira

Desde hace años tengo muy buenas experiencias con las producciones franconianas de las óperas de Mozart y en 2007 me quedé con el mal sabor de boca de perderme el estreno de estas Bodas de Fígaro. Por ese motivo aproveché esta reposición -coincidente con varias atractivas exposiciones en los museos de Fráncfurt (recomiendo especialmente Privat en el Schirn)- para sacarme la espinita y de paso, ver la reposición de la venerable producción de La Traviata de Axel Corti, estrenada en 1991 [leer reseña].
Una vez más, no quedé decepcionado. En el descanso de esta producción ucrónica y utópica, reflexionaba recordando las numerosas producciones de Bodas anacrónicas y anatópicas (no pocas de ellas localizadas en la época y el lugar indicados por Da Ponte) que he visto en lo que va de siglo mientras mis pobres oídos escuchaban versiones más o menos históricamente informadas (por la fantasía del informador, evidentemente), pero tan carentes de interés musical como de sustancia dramática. Y no se crean que siempre por mustias, a menudo el pecado es por exceso, como comentaba recientemente en Mundoclasico.com nuestro subdirector Mikel Chamizo [leer reseña] sobre la propensión a la taquicardia de muchos pseudo-especialistas -"semidirectores" les llama Lebrecht- en dirección filológica. Pero lo cierto es que me reí no poco leyendo a Chamizo y recordando funciones gore de óperas Da Ponte-Mozart que he padecido por Europa adelante.
Maria Fontosh (Gräfin Almaviva). Le nozze di Figaro. Frankfurt, 2007
© Monika Rittershaus
Bernardi parte de la fidelidad a las normas ochocentistas de unidad de tiempo, espacio y acción, así como de la luminosidad -extraordinario trabajo de Olaf Winter- de la escena y de la subjetividad. El escenario es una única pieza multifacética en la que destaca la simplicidad y hermosura casi minimal (de inspiración biedermeier) del dormitorio de la Condesa Almaviva. No menos afortunados son los figurines de Peter DeFreitas, que muestran una rica panoplia de personalidades/roles estamentarios.
Jenny Carlstedt (Cherubino), Maria Fontosh (Gräfin Almaviva), Miah Persson (Susanna). Le nozze di Figaro. Frankfurt, 2007
© Monika Rittershaus
El espléndido foso de la Opera de Fráncfurt estuvo, pues, concertado por Constantin Trinks (Karlsruhe, Alemania, 1975) al servicio de las voces y de la dramaturgia, sin el menor sacrificio de la lógica ni la retórica mozartianas. El coro, acostumbrado a actuar y moverse en escena, cantó y disfrutó tanto como se lo permite la maravillosa partitura. Y para rematar la faena, Trinks encomendó el acompañamiento a un pianista tan competente como Felipe Venanzoni, dejando que el clave descansara para la función del Giulio Cesare de Haendel del día siguiente [leer reseña].
Tenía especial curiosidad por escuchar a Juanita Lascarro en el papel de la Condesa Almaviva, muy diferente de los roles que le había visto en escena anteriormente, y una vez más me sedujo actoral, musical y vocalmente, tanto en sus momentos individuales como colectivos. Espléndida, como era de esperar, Christiane Karg en una Susanna dúctil y redonda. Pero mi sorpresa fue Jenny Carlstedt, a quien he visto ir curtiéndose en papeles -secundarios y protagónicos- en la Ópera de Fráncfurt (ha presentado más de veinte roles durante sus diez años allí), y ahora he visto desplegar a Cherubino -ese personaje amado por Mozart- con enorme competencia y sutilidad. Estupendas Katharina Magiera y Kateryna Kasper.
Miah Persson (Susanna), Jenny Carlstedt (Cherubino), Simon Bailey (Figaro), Chor der Oper Frankfurt. Le nozze di Figaro. Frankfurt, 2007
© Monika Rittershaus
Por su parte y tras su triunfo en el Concurso Regine Crespin, el joven coreano Kihwan Sim -que en la temporada 2011-12 aún era becario del Opernstudio de la Opera de Fráncfurt- está teniendo la ocasión de enfrentarse a sus primeros papeles protagónicos y lo está haciendo con gran madurez. Su debut franconiano como Fígaro ha sido un éxito absoluto y se ha metido -merecidamente- al público en el bolsillo. Quizás le tocase "bailar con la más fea" en esta producción al tenor austríaco Daniel Schmutzhard, a quien sin duda le han sido muy útiles sus años en la Volksoper de Viena (2006-2010) para afrontar la ambigüedad entre el decoro del noble antiguo-regimental y la reacción visceral del celoso marido rico de nuestros días; es probable que desde la perspectiva escolástica se le pueda reprochar a Schmutzhard que su vocalidad no es la idónea para cantar/ejecutar el Conde Almaviva, pero lo cierto es que su interpretación fue irreprochable, al menos en el contexto de esta inteligente y atinada producción. Sería injusto omitir la mención de la graciosa -en el sentido ochocentista del término- intervención de Franz Mayer (Antonio) y la elegantísima presencia de Michael McCown en su doble interpretación de Basilio y Don Curzio.
La producción de la Ópera de Fráncfurt no es posmoderna, es actual, del siglo XXI. Es el resultado lúcido de un trabajo en equipo, del equipo de Bernardi-Nitsche al que se ha fusionado íntimamente Trinks, para obtener unos resultados modélicamente artesanales. ¡Qué gozada! Disfrutar del teatro y compartir el gozo con los espectadores en la mejor y más modesta de las tradiciones. Sólo así se alimenta y se garantiza la vitalidad de una tradición, y se puede exigir a los patronos y mecenas el mantenimiento de los apoyos económicos, morales y políticos.
Comentarios