España - Madrid
¡Malditos pasajes!
Raúl Martínez
Madrid, jueves, 25 de octubre de 2001.
Auditorio Nacional. Tomás Marco: Apoteosis del fandango; Sergei Rachmaninov: Concierto para piano y orquesta en Dom Op.18 número 2; Antón Bruckner: Sinfonía número 4 en mi b Mayor 'Romántica'. Orquesta Filarmónica Eslovaca. Pianista: Jan Simon. Director: Ondrej Lenard. VI ciclo de conciertos de la Universidad Complutense de Madrid. Aforo: 70%
0,0001773
De nuevo el Auditorio Nacional abrió sus puertas para que el público adicto al sinfonismo ocupara su lugar correspondiente. La sesión prometía, y lo hizo, alargarse hasta ciertas horas en las cuales lo mejor es estar reclinado en un buen sillón para poder afrontar con fuerza el quehacer del dia siguiente. Y digo que lo hizo porque se había programado esta velada para comenzar a las 10:30, la verdad es que una extravagante hora para asistir a este tipo de eventos, y el programa con el que se iba a obsequiar al público podría doblegar a un mero asistente curioso hasta dejarlo rendido en la butaca: un gran programa, muy espectacular, pero a la vez duro de mascar; a éste le sumamos esos bises que nos brindó el solista al piano y la orquesta, cada uno por su lado, al terminar la primera y la segunda parte respectivamente. Con lo cual nos encontramos con la no desestimable suma de casi tres horas de música, por supuesto con ese momento de relajación siempre mano de santo que se encaja entre los dos tiempos de los que consta la velada sinfónica.Jugando con dos factores de los muchos que hay en un concierto de estas características -que son el tiempo de realización de las obras y la versión presentada por el maestro, orquesta y solistas- podemos quedarnos sin las cartas principales para ganarnos el aprecio de la audiencia, puesto que todos sabemos que el cuerpo responde incómodamente a estímulos intensos que se producen durante largo tiempo, y el dolor de espalda tras muchos minutos de atención nos lleva a la evasión imaginativa hacia cualquier colchón que en esos momentos pueda ser accesible.Sin embargo merecen la pena estos tutes machacones porque las oportunidades de grandes programas son pocas, y sabemos que nos mesamos los cabellos cada vez que se nos entregan unas notas de mano y vemos que asistimos a un concierto un tanto light en su programación cuando esperamos una magnificación poco común de las obras.¿Qué podríamos decir de la velada? quebrantaespaldas pero a la vez con ese riesgo que la hace interesante, riesgo al cual se sumaban las retinas de todos los asistentes debido a ese juego de colores chirriantes que adornan la portada del programa de mano (aun así, me sigue gustando ese diseño Agatha Ruiz de la Prada que llevan los conciertos del Ciclo Complutense).La Orquesta Filarmónica Eslovaca se presentó en el Auditorio Nacional con el no desestimable programa compuesto por la Apoteosis del fandango de Tomás Marco, el Concierto para piano nº 2 de Rachmaninov y la tremenda Romántica de Bruckner: nada sobra, nada falta. Y de nuevo volvimos a ver representada nuestra pequeña nación en el coliseum sinfónico madrileño con la apertura del concierto de la mano de esa obra que Marco compuso para su Doctorado Honoris Causa en la tan renombrada Complutense. Lo demás representaba a los genios del Romanticismo, aun cuando Rachmaninov es unos años mas adelantado en estilo, pero con sus raíces bien ancladas en el virtuosismo del XIX .El comportamiento de la masa sinfónica no fue del agrado que se pudo haber esperado. A ello se juntan diversos factores, cada cual lo fue en su momento. Así por un lado encontramos al director, Ondrej Lenard, muy poco concentrado para con la orquesta provocando en ciertos momentos extraños grados de caos y arritmias varias las cuales no aparecen en las partituras. Nadie duda de su capacidad batutística, pero esa versión poco lírica de ciertos tiempos de la Romántica, algunos menos en el Rachmaninov, provocando machaques en los acentos del 'tempo' y llevados sin ninguna resolución hacia medios momentos semiclimáticos, no son claves para un director de cierta magnitud.Hubo muchísimos momentos brillantes que se llevaron a cabo prodigiosamente, pero hubo otros que cabía esperar mucho mas movidos y resultaron mismamente resultones. Achaco este pequeño desastre a esa manera de dirigir tan cerrada que no acompañó para nada la expresión contenida dentro de la música. Sólo en el último tiempo de la sinfonía contemplamos algún atisbo de cierto despegue de su cuerpo hacía esos fortes, así como en la Danza Eslava de Dvorák que nos ofreció al acabar el evento.Por otro lado, el virtuoso al piano nos demostró mucha capacidad para dominar el instrumento, pero muy poca paciencia para ser solista. Nos encontramos con un Rachmaninov que brusca y patosamente era perseguido por la orquesta, la cual seguía los amagos que, algunas veces, dictaba el maestro que se encontraba en la tarima. Y es más, me sorprende que un concertista que tenía cierta naturalidad para manejarse a lo largo y ancho por el teclado -no había nada mas que ver el juego de sonrisas y lágrimas que en un par de ocasiones lanzó al público del patio de butacas cortésmente- se mostrara en cierta manera tan apegado a lo que él estaba haciendo sin ni siquiera mirar al director en muchos momentos en los cuales se hubieran arropado orquesta y él, salvando de muy buenas maneras ese concierto.Pero no fue así, aun cuando la partitura es de adoración porque es uno de los momentos mas gloriosos del repertorio pianístico y asistir a su ejecución -que no a la del solista- es todo un lujo para el oído. Sin embargo Jan Simon entusiasmó con ese Chopin que ofreció al público tras su intervención y demostró su capacidad virtuosística, así como la manera de doblar un pedal de piano de cola a base de levantar y bajar el fieltro, dando verdaderos achaques con el pie derecho.La orquesta por su parte denota una gran presencia en la cuerda, siempre los músicos de la Europa del Este han podido lucir sus formaciones por esta pequeña masa, y el viento es totalmente salvable, ¿por qué no?. Me sorprendió como las trompas, siempre las cenicientas del viento, en los primeros compases de la Románticaincluso estaban empastadas y afinadas, y en ciertos momentos que se podía esperar cierto toque del labio cansado, ellas fueron las reinas indiscutibles del viento -vease si no la escena programática de la caza, sus llamadas no resultaron para nada escandalosas- y sin embargo el metal en general estaba demasiado chirriante. No digo nada de la madera.Centrándonos en lo general, la orquesta no era un grupo homogéneo y empastado, ni lo era por el número de instrumentistas: el refuerzo de los bajos con dos contrabajos más y dos o tres cellos hubiera sido una buena idea ya que para Rachmaninov y Bruckner se necesita en esos derroteros bastante mas potencia, unos graves mucho mas envolventes.Mención a destacar es la versión un tanto chapuza de la obra de Tomás Marco. Puesto que además del ritmo de fandango implícito en la obra, la orquesta nos ofreció salsa, tecnohouse, rock... un recorrido a lo largo de toda la historia del siglo XX, muy propio. Varios factores provocaron el derrumbe de la acción inicial de la orquesta: desde el comienzo de la obra el arco de tensión por acumulación tímbrica que la partitura exigía no se resolvió en el 'forte' central, y toda esta última parte resultó demasiado repetitiva, aun cuando Tomás Marco quiso que se realizara un movimiento casi hipnótico debido a este efecto temporal; pero fue demasiado, repeticiones a mansalva con una plenitud increíble. Aparte de la masa orquestal, el clave realizó su aportación realmente por su lado, sin dirigir su trabajo como el director lo estaba proponiendo, y los bongós, a su vez, ritmaron la obra trasladando los acentos fundamentales de manera extraña en lugares no propuestos. Se comprueba fácilmente que esos malditos pasajes orquestales pueden llevar por caminos equivocados la trayectoria de un concierto, solo con cierta atención y un poco más de empeño la práctica en este concierto hubiera sido justa y acertada. Sin embargo felicito el riesgo del programador, porque el desastre se ha menguado en cierta medida. Y para esos pasajitos, "ensayos".
Comentarios