España - Cataluña
Exótico concierto Wagner
Jorge Binaghi

Empecemos, en cuanto al exotismo, por la segunda parte del programa. Es común hacer el primer acto de la segunda jornada del Anillo en un concierto (sin subtítulos, pese a que algunos fervientes jóvenes wagnerianos se mostraban escandalizados por tal falta: ni es un derecho adquirido, ni un deber, es caro, y se supone que la gente conoce de qué va si no el texto … Y en cualquier caso seguir sólo la música ayuda mucho a entenderla). Para ‘redondear’ hay diversas ‘estrategias’. El preludio y muerte de amor está servido pero, claro, es corto. Se agrega la imprecación de la protagonista del primer acto, pero aquí tras el preludio de Lohengrin, lo que quizás está bien para que la soprano descanse pero no sólo casa mal con la ópera romántica sino que casa aún peor con el preludio y muerte de amor reservado para el final, sobre todo si en el medio están Los maestros cantores …
En la primera parte Gergiev sorprende, si no es que decepciona un tanto. No creo que se trate sólo de la acústica del auditorio (poco grata y al parecer de difícil audibilidad en las gradas superiores -escuchar poco o ‘empastado’ como en una grabación de hace añares al Mariinsky tiene delito, y en mi fila once es cierto que el sonido era mucho menos suntuoso y encajonado que ese al que estamos habituados). La tormenta sale más opaca que siniestra (aunque algún momento es interesante) y aunque los momentos ‘fuertes’ muestran la marca del maestro, sorprendentemente son aquellos pasaje más líricos o ‘reservados’ los que dirige con especial participación, casi ‘camerística’ (ahí están las cuerdas y en particular los cellos). Es cierto que aquí y allá asoman imprecisiones fugaces, en particular en los vientos, y que no deberían darse en formación de tamaño y bien ganado prestigio, pero mesarse las barbas (como el grupo antes aludido) parece aun más exagerado que en el caso de los subtítulos (o yo me lo he perdido, o no es que escuchemos precisamente a los Wiener o Berliner por aquí … Me remito simplemente a la última representación a la que he asistido de Madama Butterfly, que vuelve cualquier crítica a la gran orquesta rusa mezquina y desenfocada -claro que si al tiempo que se hacen estos comentarios se tararea, se aclara al acompañante, ‘esto es Lohengrin’ cuando empiezan los primeros acordes en piano del preludio y se sigue con variadas consultas al silente pero luminoso móvil amén de algún estruendoso cierre de cremallera….).
Valery Gergiev y la Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinski de San Petersburgo en el Auditori del Parc del Castell de Peralada, 2 de agosto de 2013. Solistas: Westbroek (Isolde), Judolei (Sieglinde), Amonov (Siegmund), y Petrenko (Hunding). Festival de Peralada, 2013
© Miquel González / Festival de Peralada, 2013
El problema mayor, de todos modos, reside en la adecuación de los cantantes del Mariinsky a sus personajes. Todas voces grandes, con sólidas bases, pero una expresividad desbordada y desubicada, al borde del ridículo. El mejor, de lejos, fue Petrenko que cantó sin partitura e hizo una creación, pero no pudo impedir aquí y allá algún acento a lo ‘Boris de Chaliapin’ (que personalmente venero, pero no en un personaje wagneriano, y menos Hunding). Los graves de Judolei son tan impresionantes como para pensar en una valquiria buena hija de su madre Erda; el agudo es el de una lírica fuerte, pero metálico y el centro es irregular en todos los aspectos; buen alemán (como el de Petrenko). Amonov da todas las notas, tan preocupado por ellas que no hay fraseo, no se entiende mucho, y observar el juego de boca y cejas (cuando la voz no queda atrás y suena a barítono) puede ser interesante para extraer consecuencias en una clase de canto pero no de ver en un concierto: le falta sobre todo squillo y aunque intenta moverse -demasiado- como sus compañeros, resulta siempre envarado (el momento final del acto, en lo gestual, llega como un anticlímax). De paso, para contradecir lo que se suele decir sobre la orquesta, los cantantes y Wagner, por primera vez he apreciado un magnífico y sensible ‘Winterstürme’ orquestal estropeado por la falta de imaginación e intención del cantante.
En la segunda parte, Gergiev demostró ser un gran director de Tristan (¡cuánto se habría ganado hace poco en Viena con él!) pese a algún titubeo orquestal, hizo un excelente preludio de Lohengrin (que le recordaba más ‘en carácter’ de su versión completa en Londres hace años. Aquí estuvimos más cerca del padre que del hijo: o sea más de un ‘festival sagrado’ a lo Parsifal -en particular por los pianissimi un tanto punzantes- que de una ‘gran ópera romántica’) y una técnicamente deslumbrante obertura de Maestros: no es el único en hacerla sonar densa, pomposa, enfática (aunque admirable técnicamente), pero faltó un mínimo de sonrisa y de humanidad (es cierto que Wagner ríe poco y a veces se lo ve ‘construir’ la risa o sonrisa, pero Gergiev posee humorismo suficiente –aunque a lo mejor más natural para traducir a su maravilloso Prokofiev, que ciertamente reía más y mejor, pero sobre todo distinto, que Wagner … pero aquí entramos en terrenos personales que conviene dejar fuera).
Valery Gergiev y la Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinski de San Petersburgo en el Auditori del Parc del Castell de Peralada, 2 de agosto de 2013. Solistas: Westbroek (Isolde), Judolei (Sieglinde), Amonov (Siegmund), y Petrenko (Hunding). Festival de Peralada, 2013
© Miquel González / Festival de Peralada, 2013
Westbroek estuvo pletórica una vez que tras las primeras notas controló una mandíbula que parecía tener vida propia: voz lozana, segura (algún agudo corto en la imprecación es más que comprensible, y a cambio tuvimos buenas medias voces: indudablemente el alemán es el repertorio más idóneo para la soprano) , una entrega absoluta y una muerte tan ‘vitalista’ (enfoque respetable y posible aunque probablemente no el más interesante y conmovedor) que hace que uno se pregunte qué ocurrirá cuando interprete varias funciones de la ópera completa, como ocurrirá pronto.
Aunque no hubo entradas agotadas, el éxito fue intenso y los severos críticos aludidos se jugaban al final ‘a ver si por lo menos da una propina’. Eso, tras marcar con disgusto que creían que traerían al coro (al parecer no se habían molestado en consultar el programa). Ni siquiera en eso fueron satisfechos porque, como muchos dinosaurios saben/sabemos, es difícil tras el preludio y muerte agregar algo … como no sea repetirlo (y aunque el vino sea bueno no conviene abusar de él). Recuerdo a la maravillosa Ingrid Bjoner (si no se sabe quién es no estaría demás enterarse, para poner las cosas en su sitio) intentar explicarle algo parecido a un público mucho más enfervorizado que el de esta oportunidad.
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