Alemania
Pocas nueces, aunque excelentes
Jorge Binaghi
Reponer diez títulos de Verdi en el año del bicentenario es bien infrecuente, y más cuando se trata en varios casos de nuevas producciones. Esta lo era, y muy esperada. Cosa que está mal hacer porque luego llegan los problemas y desengaños.
Si la dirección de Fish fue correcta pero insulsa desde el vamos -y acrecentada en las escenas de conjunto y los coros- aunque pocas veces cubrió a las voces, y la orquesta en esas condiciones rindió menos que lo que puede, lo más discutible provino de la concepción de Kusej, que a veces ha hecho obras notables. Me temo que su sensibilidad vaya más al siglo XX que al melodrama romántico italiano (y si además éste se basa en un drama del honor español del XIX la complicación y el desajuste son dobles). No sé a quién se debe la ‘corrección política’ de los títulos, donde hubo que esperar al último acto para saber la etnia a la que pertenece el protagonista, y al tercero para saber que el señor y su familia de alta burguesía del primero son en realidad el marqués de Calatrava y sus dos hijos, un ‘don’ y una ‘doña’. Lamentablemente estamos en presencia de símbolos más o menos claros u oscuros donde la mesa del inicio juega una importancia decisiva (la encontramos en la posada -y debajo de ella hasta termina la protagonista para vestir sus ropas masculinas- y sobre ella se despiden en apariencia tenor y barítono, sólo para que al final este último y la soprano mueran en el mismo sitio acompañados del Marqués-Padre-Sacerdote -cantado por el mismo personaje-).
Tampoco parecemos saber que la gitana lo es, y además adivina (como se ha seguido la atroz práctica de interpolar la escena que concluye en el Rataplán -un claro final de acto- entre los dos dúos masculinos también se ha aprovechado para cortar la escena de Preciosilla con los reclutas y ya que estamos también la de Trabuco, que queda reducido al segundo acto sin que se sepa bien quién es ni qué hace … Pero para eso nos hemos quedado sin cocinera pese a las frases de Pereda y los miembros del coro que deambulan perdidos tampoco tienen un cometido claro).
F. Petrozzi (Mastro Trabuco), V. Kowaljow (Il Marchese di Calatrava), A. Harteros (Leonora), H. Grötzinger (Curra), R. Girolami (Fra Melitone), C. Rieger (Un alcalde) en 'La forza del destino' de Giuseppe Verdi. Dirección musical, Asher Fisch. Dirección escénica, Martin Kušej. Múnich, Staatsoper, diciembre 2013-enero 2014.
© Wilfried Hoesl, 2013
Curra es algo dipsómana y termina en el primer acto en la misma posición en que encontramos a Preciosilla en el segundo, pero allí termina toda similitud. Si Alvaro parece un marginal de más o menos buena familia –bebe como un cosaco sin embargo- la casa que ‘mancilla’ parece heredera ‘design’ de la pensada por Visconti para Gruppo di familia in un interno y además de los personajes pensados por Verdi aparecen un sacerdote, tres criados incapaces de reducir o matar a Alvaro y un pequeñajo que en veinte minutos y en tres apariciones llega a la adolescencia y que en el segundo acto aparece vestido igual bajo los rasgos del barítono. Las puertas del convento parecen las de un armario o las de un velatorio moderno y Leonora antes de partir como ermitaña se ve sometida a un rito que consiste en sumergirla dos veces en una bañera con agua justo antes de cantar ‘La vergine degli angeli’ con la cabeza empapada… Creo que para hacerse una idea ya hemos perdido todos bastante tiempo, pero tal vez el streaming se pueda ver aún en el sitio web de la Ópera del Estado de Baviera.
El coro actuó como se le pidió y cantó muy bien. Ah, ya, los cantantes, que alguna importancia tienen en esta ópera. La decepción agregada en esta ocasión fue la ausencia de Jonas Kaufmann como Alvaro, al parecer por un resfriado inoportuno al día siguiente del primero de año (hay que reconocer que se trata de la única sala que todavía mantiene el saludable hábito de aparecer ante el público a explicar las sustituciones imprevistas).
Jonas Kaufmann (Alvaro), Vitalij Kowaljow (Padre Guardiano), Ludovic Tézier (Don Carlo di Vargas), Anja Harteros (Leonora) en 'La forza del destino' de Giuseppe Verdi. Dirección musical, Asher Fisch. Dirección escénica, Martin Kušej. Múnich, Staatsoper, enero 2014.
© Wilfried Hoesl, 2013
Con apenas tiempo llegó Todorovich, y con esta es la cuarta vez que lo veo en el papel. Una vez que se le agradece que haya salvado la representación y su resistencia hasta el final, poco más tengo que decir con respecto a las otras ocasiones en que lo he visto ya que mi juicio negativo no ha variado y me parece que no vale la pena insistir en los mismos problemas que se van agravando con el tiempo. Kowaljow es un buen cantante, algo corto de grave y de presencia, y sin la ayuda de un director que le permita dar énfasis adecuado a sus frases su Guardián, e incluso su Calatrava, resultan algo incoloros. Girolami traza un Melitón efectivo pero de grave insuficiente aunque bien cantado y actuado. Krasteva presenta un material oscuro muy sugestivo, pero cuando del centro tiene que pasar al agudo uno recuerda de inmediato que Preciosilla no es fácil y requiere una buena emisión a lo largo de todo el registro; sobre su actuación no diré nada porque supongo que fue voluntad de la dirección escénica que pareciera lo que parecía (tampoco se sabía muy bien qué hacía por allí). Rieger cantó bien, Grötzinger pareció interesante, pero su papel no permitió averiguar más, y Petrozzi, que también lo parecía y sí habría tenido más posibilidades, se vio privado, como he dicho, de su escena en el tercer acto.
'La forza del destino' de Giuseppe Verdi. Dirección musical, Asher Fisch. Dirección escénica, Martin Kušej. Múnich, Staatsoper, diciembre 2013-enero 2014.
© Wilfried Hoesl, 2013
Hasta aquí uno se podría preguntar si, además del hecho de reencontrarse una vez más con la obra de Verdi, era necesario viajar hasta Múnich para estos resultados (los de Barcelona el año pasado eran parecidos tirando a mejores). Dos grandes cantantes e intérpretes pueden hacer toda la diferencia y justificar el trayecto aunque no puedan por sí solos salvar todo el espectáculo. A Tézier había ya tenido oportunidad de admirarlo en su debut en el personaje en Barcelona; naturalmente ha crecido en seguridad manteniendo su hidalguía, su intención, su italiano perfecto, su color homogéneo y su extensión y pocos, si alguno, don Carlos habrá hoy que puedan rivalizar seriamente con él. Harteros debutaba su Leonora y fue un milagro de dicción, de emisión, de emoción contenida, de filados y agudos -y hasta graves- esplendorosos en una de las partes más difíciles para una soprano spinto. En las intervenciones de ambos se comprendía perfectamente qué quería, buscaba y decía Verdi en su escritura, y en ellos dos residía el auténtico homenaje al auténtico humanismo del autor.
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