Estados Unidos
Dos buenos Nemorinos
Horacio Tomalino
Estrenada con todas las pompas la temporada pasada, volvió a subir a escena la nueva producción escénica de la ópera L’elixir d’amore que para el MET firmó uno de los directores de escena mimados de la era Gelb: Bartlett Sher.
De gran riqueza visual, la propuesta de Sher le da una profundidad y actualidad adicional a la trama, retratando con inteligencia y profundidad las diferencias de clase social existente entre los protagonistas. Nemorino es el analfabeto del pueblo, Adina la hacendada rica, el sargento Belcore un militar engreído que abusa de su situación de poder, y Dulcamara un embustero que trata de engañar a la poco instruida población del pueblito donde se desarrolla la trama. Caracteres y situaciones que son fáciles de identificar en nuestro cotidiano.
El simple, pero muy bien elaborado vestuario de Catherine Zuber reforzó con agudeza la idea de la división de clases sobre las que trabajó el director de escena, mientras que Michael Yeargan, a cargo de la escenografía, hizo lo suyo situando la acción en un atemporal pueblito italiano que parecía sacado de una postal.
Vocalmente, esta nueva presentación superó ampliamente la propuesta original con la cual la ópera hizo su presentación en la casa y en ello mucho tuvo que ver el excelente Nemorino de Ramón Vargas. En uno de sus roles fetiches, el tenor mexicano hizo una de sus composiciones mas ricas y completas tanto en canto como en actuación sobrepasando ampliamente sus anteriores representaciones del mismo rol sobre este mismo escenario. Tenor lirico de admirable musicalidad, Vargas se paseó por la parte del enamorado de Adina con armoniosa línea de canto, fraseando con distinción y expresividad y entregando todo en la escena para hacer creíble su caracterización. Como era de esperarse su aria ‘Una furtiva lagrima…’ fue todo un dechado de virtudes y uno de los momentos más emotivos de la representación.
Una grata sorpresa dio el tenor Salvatore Cordella, quien tuvo que reemplazar a Ramón Vargas en la función vespertina del sábado 25. El tenor italiano en su debut ‘in loco’ en la casa, lució un bonito y bien esmaltado timbre que proyectó con facilidad. Su canto sensible y cálido convino perfectamente a la parte y dejó con ganas de más.
La voz de Anna Netrebko ha dejado de ser la de una lirica ligera y ha ganando en estos últimos años en peso, oscuridad y morbideza sin perder por ello la agilidad para enfrentar las agilidades que como en este caso le exige el personaje de Adina. Si bien convenció -y en eso mucho influyó el desbordante histrionismo con el que se lanzó a componer su parte- el rol de Adina comienza a no quedarle del todo cómodo. Su voz sonó demasiado madura para la pizpireta jovencita a la que tiene que dar vida y si bien cumplió con su cometido no parecería desacertado comenzar a descartar este personaje de su repertorio.
A pesar de un prestación vocalmente irregular -con un muy marcado abuso en los parlamentos en desmedro del canto-, Erwin Schrott no tardó en meterse al público en el bolsillo por el carismático magnetismo que irradió su caracterización del Doctor Dulcamara en línea con los grandes interpretes bufos del pasado.
Con sólidos medios vocales y despampanante figura, Nicola Alaimo hizo una composición muy lograda del pedante sargento Belcore que arrancó más de una sonrisa del público. Completó el elenco la muy correcta Giannetta de la prometedora Anne-Caroln Bird.
Al coro de la casa que dirige con mirada atenta Donald Palumbo se lo escuchó en muy buena forma.
A cargo de la vertiente musical, el Mtro. Benini mostró todo su oficio en un repertorio que conoce a la perfección brindando una lectura de cuidado estilo, buen ritmo y depurada concertación.
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