Estados Unidos

Un elenco renovado

Horacio Tomalino
martes, 11 de marzo de 2014
Nueva York, sábado, 23 de noviembre de 2013. Metropolitan Opera House. Lincoln Center for the Performing Arts. Evgeni Oneguin, ópera en tres actos con música de Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) sobre libreto en ruso de Modest Chaikovski y K.S. Shilovski, basado en el poema homónimo de Alexandr Pushkin (1799-1837). Estreno: Teatro Bolshoi de Moscú, el 24 de abril de 1881. Deborah Warner, dirección escénica. Elenco: Peter Mattei (Eugenio Onegin), Marina Poplavskaya (Tatiana), Elena Maximova (Olga), Rolando Villazon (Lensky), Stefan Kocan (Príncipe Gremin), Elena Zaremba (Madame Larina). Coro y Orquesta del Met. Alexander Vedernikov, director musical. Temporada 2013-4
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Después del rotundo éxito obtenido en su debut de temporada, el MET volvió a apostar por la nueva producción escénica de Eugene Onegin pero esta vez con un elenco totalmente renovado que incluía como principal atractivo la presencia de Rolando Villazon en su regreso a la casa después de una ausencia de cuatro años. A pesar de ello, el resultado general de la reposición no logró superar la discreción. Si bien el tenor mexicano posee aún una arrolladora entrega escénica y una intencionalidad en su canto que compensan con creces una voz que está lejos de ofrecer el nivel que otrora conoció el publico de la casa –sobre todo en lo que respecta a volumen y color del timbre-, el personaje de Lensky no puede por sí solo sacar adelante una ópera si el resto del elenco no parece comprometido con su labor.

Indiscutiblemente, Villazon concentró toda la atención, componiendo un poeta Lensky pleno de fuerza emotiva y supremo buen gusto que se cuidó bien en reservar energías para entregar el máximo de sí mismo en el aria ‘Kuda, Kuda…’ previa a su duelo, único momento de gran intensidad de la noche.

Poner pie de foto.

A cargo del rol protagónico y con una voz ideal para la parte, el finlandés Peter Mattei pareció abstraído de cuanto sucedía a su alrededor. Si bien su Onegin estuvo bien cantado -sus medios vocales fueron apreciables y su solvencia profesional irreprochable- no pareció sentirse identificado con la psicología del personaje. Cantó todo igual. En su rendimiento pudo haber influido la dirección musical anodina e intrascendente emanada desde el foso.

No le fue mucho mejor a Marina Poplavskaya, cuya entrega en la composición de la soñadora Tatiana fue indirectamente proporcional a su resistencia vocal para llegar ilesa al final de la ópera. La voz que mostró en los primeros actos gran poderío, uniformidad en todo el registro y rico esmalte pero de absoluta monotonía de recursos dramáticos, fue evidenciando signos de fatiga a medida que avanzó la noche mientras crecía en fuerza interpretativa. Así fue como el dúo final la vio totalmente sumergida en la piel de su personaje, pero vocalmente extenuada.

Poner pie de foto.

Una muy grata impresión dejó la muy bien plantada Olga de Elena Maximova, perfectamente en sintonía con la exigencia de su parte. Inspiradísimo, Stefan Kocan le sacó chispas al aria del príncipe Gremin coronando una caracterizacion de gran autoridad y aristocracia. Gran adecuación demostraron cada uno de los interpretes a cargo de los roles secundarios de entre los que descolló Elena Zaremba como la madre de Tatiana, Larina.

La actuación del coro ayudó a despertar a más de uno y apuntaló hacia arriba el nivel general de la presentación.

Al frente de la orquesta del MET, Alexander Vedernikov sólo pareció preocuparse de la labor de sus músicos y esto complicó en más de una ocasión el rendimiento de los cantantes quienes parecieron librados a su propia suerte. A su lectura musical despojada de toda emotividad y de tiempos discutibles puede atribuírsele buena parte de la responsabilidad de un espectáculo que tuvo todo para brillar y que sin embargo apenas si resultó discreto.

Firmada por Deborah Warner y proveniente de la English National Opera, la producción escénica -que diera el puntapié inicial de la presente temporada- fue recibida con gran entusiasmo por el público más conservador de la casa. Sus hiperrealistas decorados y el bellísimo vestuario sitúan -sin sobresaltos ni rompecabezas conceptuales- la trama a fines del siglo XIX coincidiendo con el momento en que fue compuesta la ópera.

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