Estados Unidos

Muy popular entre el público del Met

Horacio Tomalino
viernes, 25 de abril de 2014
Nueva York, miércoles, 12 de febrero de 2014. Metropolitan Opera House. Lincoln Center for the Performing Arts. Rusalka, ópera en tres actos con música de Antonin Dvorak (1841-1904), sobre libreto de Jaroslav Kvapil, basado en el cuento de Hans Christian Andersen "Den lille havfrue" (La Sirenita). Estreno: Narodní Divadlo (Teatro Nacional de Ópera) de Praga el 31 de marzo de 1901. Otto Schenk, dirección escénica. Elenco: Renee Fleming (Rusalka), Piotr Beczala (Príncipe), John Relyea (El Gnomo del agua), Dolora Zajick (Jezibaba), Emily Magee (La Princesa Extranjera), Alexey Lavrov (Guardabosque), Julie Boulianne (muchacho cocinero), Disella Larusdottir, Renee Tatum, Maya Lahyani (Ninfas). Coro y Orquesta del MET. Yannick Nezet-Seguin y Paul Nadler, director musical. Temporada 2013-4
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Muy popular entre el publico de Met, una vez más subió a la escena de esta casa la ópera Rusalka del compositor checo Antonin Dvorak en la bellísima y nunca lo suficientemente ponderada ultraconservadora producción escénica del desaparecido director austriaco Otto Schenk. Por cuarta vez sobre este mismo escenario –un poco de variedad no les vendría mal a los directivos del MET- y en una de sus caracterizaciones más destacadas, Renee Fleming volvió a asumir el personaje de la enamorada sirenita con la misma frescura, sabiduría musical y refinamiento de siempre. Rozando no en pocas ocasiones lo sublime, la soprano americana fue una ondina perfecta desde todo punto de vista. Vocalmente pletórica en todos los registros, Fleming fue un todo un dejado de virtudes: línea de canto, estilo, control técnico… La voz con el paso del tiempo ha ganado en madurez y profundidad, lo que ayudó muchísimo a darle tintes dramáticos a una caracterización que en todo momento fue creciendo en intensidad vocal. La frecuentación del personaje contribuyó mucho a hacer de su soberbia composición actoral otro de los puntos a destacar de su muy meritorio trabajo general. Como era de esperarse y por la expresividad con que afrontó su relato en la famosa aria de la “Invocación a la luna”, Fleming se ganó una ovación que hizo temblar el teatro y que sólo sería el preámbulo del enamoramiento que el publico habría de manifestar hacia la diva americana durante toda la ópera.

Excelente sea posiblemente el adjetivo más adecuado para caracterizar la labor de Piotr Beczala quien dio vida a un entregado príncipe vocalmente inmenso y extremadamente bien plantado sobre la escena. La maratónica escritura de su parte le permitió lucir una voz cálida en todo el registro, unos agudos siempre seguros, brillantes, potentes y bien encauzados que sumados a un fraseo sonado hicieron de la parte un deleite para los oídos. Su prestancia y dominio de la escena fueron otros de los muchos puntos destacables de su muy lograda caracterización.

No obstante las expectativas generadas por el debut de la soprano americana Emily Magee como la princesa extranjera, el resultado apenas si conformó. Indiscutiblemente sus medios vocales son importantes, pero la parte no pareció ser en absoluto apropiada para ella. En los pasajes liricos su canto tuvo momentos sublimes, pero también muchos en los cuales no logró superar el volumen de la orquesta. En la escena, resultó fría como el hielo y no asustó a nadie.

El gnomo del agua de John Relyea a pesar de un inicio titubeante y almibarado en el cual su voz sonó algo insuficiente en el registro grave, a medida que fue transcurriendo la ópera supo revertir la situación y llevar a buen puerto una caracterización que con sus más y sus menos pudo ser considerada muy solvente.

Muy celebrada, un comentario al margen mereció la indestructible y veterana mezzosoprano americana Dolora Zajick, quien no obstante haberse anunciado enferma hizo una bruja Jezibaba de apabullante vocalidad e imponente presencia escénica que se comió al resto de los interpretes cada vez que paseó su figura por el escenario.

Completaron el elenco las ninfas Disella Larusdottir, Renee Tatum y Maya Lahyan quienes llevaron a cabo un muy profesional desempeño. Un lujo desmedido fue contar con Juie Boulianne en la intrascendente parte del chico de la cocina.

Al coro estable a cargo de Donald Palumbo se lo oyó solido y bien preparado.

Desde el foso, tanto Yannick Nezet-Séguin como Paul Nadler -en su reemplazo en la última noche- buscaron y lograron resaltar cada uno de los muchos detalles de una partitura que conjuga la madurez de la música de Dvorak, con raíces folklóricas checas y con una notable influencia wagneriana.

La ultraconservadora puesta en escena que hace poco más de una década firmó Otto Schenk con su ambiente de “cuento de hadas para adultos” no dejó nada librado al azar y situó -no sin mucha magia e inteligencia- la acción tal y como lo indica el argumento en un “lugar y época legendarios”. El rico vestuario de Sylvia Straammer y la lograda escenografia Gunter Schneider-Siemssen fueron las guindas del postre de una producción que rebosa de buen gusto y sentido teatral y que, sobre todo, es coherente con el texto de cuanto se estuvo narrando.

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