Reino Unido

Docudrama belcantista

Agustín Blanco Bazán
viernes, 18 de julio de 2014
Londres, sábado, 5 de julio de 2014. Royal Opera House (ROH) en el Covent Garden. Maria Stuarda, Tragedia lírica en dos actos con libreto de Giuseppe Bardari y música de Gaetano Donizetti. Regisseur: Moshe Leiser y Patrice Caurier. Escenografía: Christian Fenouillat. Vestuarios: Agostino Cavalca. Iluminación: Christophe Forey. Maria Stuarda: Joyce DiDonato. Elisabetta: Carmen Giannattasio. Roberto, Conte di Leicester: Ismael Jordi. Guglielmo Cecil: Jeremy Carpenter. Giorgio Talbot: Matthew Rose. Anna Kennedy: Kathleen Wilkinson. Coro y orquesta de la Royal Opera House bajo la dirección de Bertrand de Billy. Estreno de la coproducción con el Gran Teatre del Liceu, Barcelona, Ópera Nacional Polaca y el Théâtre des Champs-Elysées, Paris.
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En estos tiempos de docudramas cinematográficos mentirosos como los de Lincoln y Grace de Monaco, ¿qué mejor que una versión de María Estuardo donde Robert Dudley, primer duque de Leicester aparece no sólo como enamorado de aquella sino también deseado por su rival y carcelera inglesa? La idea fue de Giuseppe Bardari, el audaz libretista de diecisiete años que decidió ir aún mas lejos que Schiller cuya gran invención consistió en ese famoso encuentro ficticio entre las dos reinas en Fotheringhay el castillo prisión de la Estuardo. ¿Cuántos “se non è vero è ben trovato” le debemos a Schiller los operómanos? Piénsese sino, entre muchos otros, en el romance del infante Don Carlos e Isabel de Valois.

En esta nueva producción de Maria Stuarda tampoco es verdad el gran guiñol que en los primeros acordes muestra un verdugo cortando de un solo golpe la cabeza de un muñeco estremecedoramente parecido a Joyce DiDonato. Porque todas las fuentes históricas coinciden en documentar que fueron dos los hachazos que un verdugo inexperto necesitó para matar a la Reina de Escocia.

Inexactitudes históricas aparte, esta es una gran producción, de esas que evitan apelmazarse en la naftalina tradicional para exaltar el mágico desenfreno de la narrativa belcantista con logradas metáforas psicológicas. Luego de la premonitoria introducción, la escena se transforma en la luminosa terraza junto al Támesis del Palacio de Westminster donde, como ocurre todos los veranos, una congregación de damas y caballeros en elegante gala contemporánea celebran una recepción, mientras una apertura al fondo muestra a manifestantes contenidos con barreras como las que vemos todos los días frente al Parlamento que piden por la vida de la Stuarda.

 

DiDonato y Giannattasio en 'Maria Stuarda' de Donizetti. Dirección musical, Bertrand de Billy. Dirección escénica, Moshe Leiser y Patrice Caurier. Londres, Royal Opera House, julio de 2014

 

Elisabetta usa en cambio un exagerado atuendo de época que lleva con torpe paso masculino, y sus discusión inicial con “Giorgio” Cecil sobre si matar o no a su prima es risueñamente visualizada con un hacha que ambos se pasan ida y vuelta siempre como marcando los asertivos acordes que acompañan el recitativo. Ya de entrada Elissabetta se quita la peluca para estar mas cómoda y sólo se la vuelve a poner al recibir a Roberto. Cuando éste le confirma que María es bellísima, Elisabetta se zampa violentamente un whisky para digerir esta mala noticia, y su mezcla de celos, represión y calentura la llevan a amenazar al joven Roberto mientras le saca la ropa para dejarlo en cueros hasta la cintura y tocarlo de arriba a abajo. Con supremo histrionismo interpreta Carmen Giannattasio, una Elisabetta que también la consagra como una gran cantante por su color radiante, la enfática y recóndita sensibilidad de su fraseo y la solidez de su apoyo vocal. Y también el Roberto de Ismael Jordi convence por la extensión de su registro y su excepcional fiato, a despecho de una proyección desde el paladar que le sale algo abierta y monocromática en el mezzoforte. En los recitativos y frases en mezzopiano la impostación y expresividad general son excelentes.

Y pasemos ahora a Fotheringhay, mostrado en esta regie no como el bucólico castillo que aprisiona a Maria Stuarda sino como lo que mentalmente es para la prisionera, una verdadera cárcel en cuyo patio la encontramos mirando diapositivas de lagos y campos en flor para ilustrar su cavatina de entrada. Esta es otra gran noche de triunfo para Joyce DiDonato, única en su cuerda por ese color tan lírico, totalmente exento de la guturalidad o acidez tan típicos en algunas mezzo, y una coloratura nunca cacareada como una gallina o exagerada en su marcado sino espetada con rara combinación de soltura y exactitud.

 

Momento de la representación de 'Maria Stuarda' de Donizetti. Dirección musical, Bertrand de Billy. Dirección escénica, Moshe Leiser y Patrice Caurier. Londres, Royal Opera House, julio de 2014

 

Es en el patio de la prisión donde asistimos a la confrontación de estas dos grandes reinas canoras y casi me da escalofrío contar la que se armó. Las cosas no empezaron bien cuando un sirviente de Elisabetta se adelantó con una canasta de picnic para poner copa, plato, cuchillo y tenedor en la mesa donde había estado el proyector de diapositivas. Enseguida apareció la reina macho para sentarse a la mesa y comenzar a devorarse un pollo, mientras la Stuarda, toda ella feminidad y belleza, expresaba su forzada contrición de rodillas pero siempre con orgullosa elegancia y dignidad. Las cosas reventaron cuando Elisabetta le tiró un muslo de pollo a su rival. Inútiles fueron los ruegos de paciencia y cordura del pobre Roberto (¿quién envidia estar en sus zapatos?). “No!” le gritó Maria con un rugido que hizo estremecer a todo el teatro, para luego insultar a la otra con esas frases operísticas inolvidables: “Figlia impura di Bolena / Parli tu di disonore? / Meretrice — indegna, oscena,/ In te cada il mio rossore / Profanato e soglio inglese / Vil bastarda, dal tuo pie! “ ¡Bien merecido! Cómo pudo lograr DiDonato una extrema, casi histérica expresividad de ira sin perder la perfección de su línea de canto es uno de esos misterios que sólo asoman a través de la voz de las grandes cantantes. En el intervalo no pude menos que pensar en el famoso escándalo ocurrido durante los primeros ensayos de la obra en Nápoles: Giuseppina Ronzi di Begnis espetó estas líneas con una pasión tal que la soprano Anne del Serre lo tomó como ofensa personal y tiró del pelo, pateó y trompeó a su colega. Di Begnis respondió tan efectivamente que a la del Serre tuvieron que sacarla del teatro desmayada. No así Giannatassio, que reingresó al comienzo del segundo acto sentada en actitud meditativa frente a una ventanilla intensamente iluminada en puerta de la celda de María, antes de comenzar con decantado legato el terceto "Quella vita, quella vita a me funesta".

 

Carpenter y DiDonato en 'Maria Stuarda' de Donizetti. Dirección musical, Bertrand de Billy. Dirección escénica, Moshe Leiser y Patrice Caurier. Londres, Royal Opera House, julio de 2014

 

La escena del cadalso es antológica en su detallada intensidad dramática. El recinto de la ejecución es una pequeña cámara al costado izquierdo reminiscente de los recintos de ejecución de las cárceles norteamericanas, sólo que con un tronco en el centro y un verdugo mirando a la pared que saca repetidamente su petaca de whisky para animarse. Y de allí en adelante, la María de DiDonato se apodera de la escena y del público. Luego de cantar su confesión con un fraseo intenso y de profunda sensibilidad, la condenada entra sola a su aséptica sala de ejecución. Pero hay una ventana lateral, también de esas a través de las cuales los testigos presencian las ejecuciones texanas y es a través de ella que María extiende su mano a Talbot, que a su vez toma la de un miembro del coro. Y todo el coro termina así encadenando sus manos a la de su reina, mientras que con un tiempo lento pero intenso Beltrand de Billy acompaña la conmovedora plegaria "Deh! Tu di un umile preghiera". Todos los del público nos sentimos también tomados de las mano en uno de esos momentos emoción colectiva que solo comprendemos los amantes de la ópera. La estrofas de bravura finales ("Ah! se un giorno da queste ritorte") son negociadas por DiDonato mientras le cortan el pelo y la desvisten. El verdugo levanta su hacha justo en el momento en que la proyección de una gran persiana (como las que bajan en las ventanas de las cárceles estadounidenses luego de la ejecución) separe al público de su Maria Stuarda. Enseguida cae el grandioso telón aterciopelado del teatro, para volver a levantarse apresuradamente y permitir que sola, en el medio de la escena DiDonato reciba el aplauso delirante de un público de pie.

 

Joyce DiDonato y Matthew Rose en 'Maria Stuarda' de Donizetti. Dirección musical, Bertrand de Billy. Dirección escénica, Moshe Leiser y Patrice Caurier. Londres, Royal Opera House, julio de 2014

 

Billy dirigió los estupendos coros y orquesta de la casa con crispada brillantez y soltura, y también Talbot, Cecil y Ana fueron servidos por consumados cantantes actores.

Con esta producción Barcelona, Varsovia y París podrán convencerse de que el belcanto no es un género periclitado sino perenne, no sólo en su inigualable vena melódica sino en la psicología de convicción teatral.

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