Alemania
Homenaje y fin de fiesta
Elna Matamoros
Cannes, sábado, 8 de diciembre de 2001.
Palais des Festivals, Grand Auditorium. Festival de Danse. Homenaje a Rosella Hightower. Asistencia: 99%.
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El cierre del Festival de Danse de Cannes 2001 ha supuesto algo más que la clausura simbólica de una serie de espectáculos de danza; Rosella Hightower ha dejado la dirección de la escuela que ha regentado desde hace cuarenta años en Cannes, en manos de Monique Loudières, Etoile del Ballet Nacional de l’Opéra de Paris, y ha sido ella, ya con el testigo en la mano, la que ha puesto en marcha este reconocimiento a los que, junto con Rosella, inauguraron el centro: el español José Ferrán (fallecido en febrero del año pasado en Barcelona) y Arlette Castanier. . Es difícil encontrar a alguien en el mundo de la danza que no haya (hayamos) pasado en algún momento de su vida por las salas de esta escuela de Cannes y por las correcciones de la maestra americana. Por eso esta noche todo el mundo estaba a su alrededor, entre cargos políticos y profesionales de la danza. Fue una noche muy emotiva, envuelta en recuerdos y reencuentros, pero también llena de ilusión y planes de futuro. Rosella no podía reprimir las lágrimas desde el escenario, y Monique ponía orden alrededor, dando todo el protagonismo a su antecesora, pero desde el pedestal que ocupa su recién adquirido cargo y, sobre todo, su veretanía en la Ópera de París. Tranquila, que nadie cuestiona nada; al menos, de momento.Una presentación de los alumnos más jóvenes del centro, preparada por su nueva directora, daba el pistoletazo de salida a la proyección de un corto con imágenes retrospectivas de Rosella y a una sucesión de piezas en vivo, en su mayor parte interpretadas por antiguos alumnos de la homenajeada. Entre ellos, Karine Seneca (solista del Ballet de Zurich) que apareció acompañada por Dirk Segers interpretando un paso a dos insulso y aséptico de Heinz Spoerli (Fantaisy), y Patrick Delcroix (con su compañera Bregje van Balen, ambos solistas del Nederlands Dans Theater) en Bella Figura (del siempre inspirado Kyllian), fueron tal vez lo más apagado de la noche, junto con una no muy afortunada interpretación del emblemático In the middle, somewhat elevated por Sandy Delasalle y Aurélien Scannela (aún así, la coreografía es tan estupenda que siempre entusiasma). El resto, casi puede decirse que fueron fuegos artificiales.Hacène Bahiri (maestro de la escuela) y Philippe Talard, director coreográfico del Centro Nacional de Manheim bailaron brillantemente Sacrifice (una creación de éste último), y Renato Zanella, actual director y coreógrafo del Ballet de la Ópera de Viena montó para la ocasión Choukran, una pieza con música de Glass, en la que Monique Loudières se mezclaba con las promesas del Joven Ballet de la escuela, y en la que sin duda Zanella mostró más inspiración que en sus últimas coreografías del Concierto de Año Nuevo. Monique, brillante, hermosísima, sabe hacer valer su talento y lo demuestra siempre que puede.En la segunda parte, el adagio de la rosa de la nueva Bella (durmiente, se entiende, aunque el coreógrafo se resista a añadir la coletilla) de los Ballets de Montecarlo pisó por vez primera el escenario antes de su estreno oficial dentro de unas semanas; sin querernos anticipar a los hechos, parece que Maillot se empeña en no dejar bailar a una maravilla como Bernice Coppieters, con la excusa de utilizar unos recursos escénicos originalisímos; lo siento de verdad porque esta chica me encanta. Una de las sorpresas de la noche nos la traería el personalísimo Edmond Russo (del Centre Choréographique du Havre Haute-Normandie), que con una coreografía suya hecha en colaboración con Hervé Robbe, se metió al público en el bolsillo, aunque tal vez no tanto como la pareja del Ballet Béjart de Lausanne formada por Juichi Kobayashi y Gil Roman, director adjunto de la compañía- que sigue siendo uno de los artistas más arrolladores del panorama escénico- bailando La Solitude, Dis quand reviendras tu? Tremenda béjartiada, pero bailada técnica y artísticamente de una forma impecable que arrancó mucho más que el aplauso del público.Para terminar, las alumnas de los niveles superiores y pre-profesionales de la escuela se lanzaron a la aventura de enfrentarse a Paquita, ballet difícil donde los haya. Las jóvenes, con la idea de compartir escenario con dos estrellas de la Ópera de París, estaban radiantes y tan entusiasmadas que lograron que les perdonaramos las imperfecciones que en su ejecución pudiera haber; es más, las variaciones de las solistas, dentro de la falta absoluta de terminación y pulido, tenían más técnica y soltura que muchas profesionales que hemos visto por ahí. Por su parte, el español José Carlos Martínez y su pareja dentro y fuera del escenario Agnès Letestu, estuvieron tan correctos como siempre y mostrando clase, madurez, y cómo no, una técnica inmaculada. Acaso les faltase un pelín de empaque, de ese almidón necesario para Paquita, pero dejaron claro que para bailar el repertorio clásico hay que pertenecer a algo, a alguien, a una tradición, lo que no se puede es ser apátrida de la danza; de otra forma, siempre se cojea de algún lado.El público aplaudió, los alumnos disfrutaron, Rosella lloriqueó, sus antiguos pupilos nos emocionamos y Monique se puso un vestido maravilloso para la cena; cada uno en su papel. Una pléyade de conocidos disfrutaban de esta cena de clausura con la que Yorgos Loukos, director artístico del festival, ponía punto y final a una semana por la que han pasado compañías como Batsheva, Carolyn Carlson, Maguy Marin, tres centros coreográficos nacionales, o nuestra CND, por citar sólo algunas; Loukos, desde su llegada, ha marcado un fuerte carácter contemporáneo a este festival que, curiosamente, nació bastante clásico, pero dentro de la limitación que implica esta tendencia, ha sabido salpicarlo cada año con distintos creadores, dando una atmósfera bastante abierta a su conjunto; ha sabido arriesgar en los montajes y asegurar en las compañías, de forma que los espectáculos quedaban casi siempre bajo control. Sí es cierto que, de forma global, no tenía el nivel de su edición anterior, pero era hubiera sido un milagro llegar más lejos este año. Sea como sea, el Festival de Danza de Cannes se ha colocado en un lugar destacado entre los de su género, saltando por encima de los formalismos que sugieren las palmeras que rodean el Palais des Festivals; algo que verdaderamente agradecen los espíritus libres de la Costa Azul.
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