España - Cataluña
¿Despedida?
Jorge Binaghi

La falta este año en la programación de una ópera barroca se subsana en parte con un próximo concierto del siempre taquillero Jaroussky en una de esas frecuentes giras en las que emula, con modestia, las innumerables de Bartoli cada vez que se edita una nueva grabación, y esta otra velada, donde, además de algunos números de la Water Music (en la que descolló la actuación del flautista del conjunto, Sébastien Marq), se ofrecían los momentos solistas principales de los dos protagonistas (Cleopatra y el héroe epónimo) de la popular obra de Haendel.
Empezó, justamente, con la obertura que estuvo bien, aunque su primera sección resultó algo pesada. En general predomina el tono mate en este conjunto, por lo que los mejores momentos son aquellos introspectivos, melancólicos o sombríos. Pero aun aceptando esto debo decir que la actuación del grupo y muy especialmente de su directora (debutaban en la sala en esta ocasión) me pareció muy superior a su actuación en París en la versión escénica completa de la obra.
Debutaba también el excelente Dumaux (ignoro por qué parece gozar de menos fama que algún otro colega de registro) que es irreprochable técnica y estilísticamente. Si las características de su timbre parecen hacerlo preferible para el rol de Tolomeo en la misma ópera (como ha hecho otras veces, y en particular en aquella que recuerdo ahora de París y que fue reseñada para Mundo Clásico), y eso quedó confirmado en su primera prestación (‘Presti omai l’egizia terra’), algo débil y de timbre blanquecina, a partir de allí sacó a relucir más incisividad -no hay que olvidar que estas voces, por definición, no son grandes y, pese a la acústica y al cuidado en la disposición sobre el escenario, no es el Liceu su ámbito ideal o ‘natural’- una gama más rica de armónicos, en particular un grave a veces algo velado pero muy necesario para la parte, unas fabulosas messe di voce y administración del fiato y dominio del adorno y agilidades que siguieron hasta el final del concierto, sin quedar un momento por detrás de su ocasional compañero solista (el violín de David Plantier, extraordinario) en la maravillosa ‘Se in fiorito ameno prato’ -un ejemplo de la excelsitud del canto barroco y de la ‘rivalidad’ provechosa entre voz e instrumento- ni en sus momentos con la ‘heroína’ de la noche. De sus otras intervenciones resultó ejemplar la ejecución de ‘Aure, deh per pietà’ (con un ‘aure’ memorable).Y bueno fue que se incluyeran –siempre demasiado breves- los recitativos precedentes a las arias y no sólo estas últimas porque Dumaux tampoco cedió en la propiedad del estilo y sobre todo de la expresividad. Y decir eso teniendo que vérselas con la Dessay es decir mucho.
Se ha anunciado profusamente que se trata de una de las últimas apariciones de la gran cantante francesa (y ya que ahora ciertas expresiones están tan devaluadas que nos encontramos a cada paso con ‘grandes voces’ o ‘intérpretes de referencia’ -que no suelen durar mucho o no superan la corrección o mediocridad cuando aparece alguien que lo es de veras las cosas quedan solas en su sitio porque la realidad es reacia a la manipulación publicitaria).
Era de esperar, entonces, que Dessay estuviera en buena forma, pero probablemente lejos de sus mejores momentos. Y, por lo menos en esta ocasión y con este papel, demostró que sigue siendo alguien capaz de conferir sentido por sí sola -y más cuando está bien acompañada como en este caso- a una velada. Hubo sólo un par de notas (en la emisión) que podrían prestar flanco a la crítica, pero su manejo de la coloratura, la ejemplar dicción (en eso Dumaux debe progresar aún), el sentido del texto, la expresividad gestual (el momento en que ‘Lidia’ se descubre como ‘Cleopatra’ o su ‘caro’ del dúo final nunca los he oído -ni por la propia Dessay- de esa manera. Dudo mucho de que vaya a encontrar otra oportunidad semejante), la musicalidad, y hasta la forma de vestirse (más bien correspondiente a lo que nosotros y tal vez los contemporáneos de Haendel podríamos considear ‘egipcio’) contribuyó a dar el personaje (que hasta en eso se notan las auténticas divas).
El público aplaudió poco en su maravillosa interpretación de ‘V’adoro pupille’ (donde además no abusó de sus notables piani, como han hecho otras celebridades hasta el hartazgo), aunque no se privó de interrumpir por la mitad los fragmentos de la Water Music (tal vez impaciente por seguir escuchando las voces). De allí en más fue el delirio (y eso incluyó la dificilísima ‘Se pietà di me non senti’, la célebre ‘Piangerò la sorte mia’, y en ambas destacó además su capacidad de variar en los da capo, y la piroctécnica -con sentido- ‘Da tempeste il legno infranto’ que desencadenó un alud de bravos, merecidísimos por cierto).
Al final, ambos unieron sus voces en esos poco frecuentes y celestiales dúos del ‘caro Sassone’ ‘Caro!Bella. Più amabile beltà’, donde fueron tan cómplices en la competencia vocal sin quebrar la línea y logrando un intenso erotismo juguetón, que tuvieron que bisarlo, no sin antes ofrecer una Oda a Santa Ana también del compositor, que sonó apropiadamente -con su referencia repetida a los ángeles- celestial. Más aplausos, y flores y una ‘cortina’ exclusivamente para Dessay (que recuperó en la segunda parte del concierto la vivacidad y simpatía de su mirada). No sé si su futuro será la música ligera (Michel Legrand), algunos conciertos, o, como ha repetido con frecuencia, el teatro de prosa; su reciente cancelación del único compromiso operístico en su agenda (en el Real, su antológica Fille du Régiment) parecería indicar que da por concluída su parábola operística. En cualquier caso, si fue una despedida, resultó una apoteosis, pero como no suelen abundar en ninguna época artistas líricas tan completas como la señora Dessay formulo una pregunta que se puede entender también como un pedido: ¿Y si en vez de ser ‘la hora de los adioses’ (como dice esa Giulietta de Offenbach que se le quedó en el tintero) esto fuera ‘sólo un hasta la vista’?
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