Alemania
Libar con Dioniso
Juan Carlos Tellechea
El prólogo ya explica el enredo de por qué Ariadna en Naxos combina una historia clásica seria con una comedia interpretada por un grupo de la commedia dell'arte. La nueva producción, estrenada el sábado 27 de septiembre de 2014 por el teatro de la Deutsche Oper am Rhein de Düsseldorf, con puesta de Dietrich W. Hilsdorf, va más allá aún y traslada el argumento a nuestros días con gran vitalidad y fuerza de convicción.
El hombre más rico de la ciudad permanece invisible durante toda la función; encarga esta farsa y financia el espectáculo que vemos sobre el escenario. La pieza está adaptada al gusto de un público que no conoce o no recuerda ya la trama mitológica griega de Ariadna, adorada en Naxos, Delos y Chipre, hija de los reyes cretenses Minos y Pasífae que atacaron Atenas, tras la muerte de su hijo Androgeo, y le impusieron el tributo de enviar a siete donceles y siete doncellas anualmente para alimentar al Minotauro.
Teseo, hijo de Egeo, rey de Atenas, marchó una vez voluntario con los jóvenes para liberar a su pueblo del tributo; Ariadna se enamora de él y lo ayuda con una espada mágica y un ovillo del hilo que estaba hilando para que pudiese hallar el camino de salida del laberinto después de matar al Minotauro; huye con Teseo, pero (según Homero) la mata Artemisa por la acusación de Dioniso (Baco, para los romanos), quien al final la lleva a experimentar una nueva felicidad.
Elena Sancho Pereg, Florian Simson, Maria Kataeva y Lavinia Dames © Hans Jörg Michel
Aquí estamos ante una refinada representación de teatro dentro del mismo teatro en la que el ricacho contrarresta la tranquila interpretación de la ópera Ariadne, encomendada por él, con la simultánea interpretación bufa que realizan la voluble Zerbinetta y su amante. Probablemente ni Hofmannsthal hubiera dado crédito a la energía que emana aquí de su libreto.
Hilsdorf logra con gran gusto explotar la comicidad subliminal de la obra. Además el público en la sala es parte integral de la pieza. La orquesta, sobre el escenario, parece ensayar bajo la batuta de Axel Kober, pero los espectadores no aciertan a saber si la representación ha comenzado o no.
Stefan Heidemann y Maria Kataeva © Hans Jörg Michel
Una cortina semitransparente, sobre la que se proyecta una imagen de La isla de los muertos, del pintor simbolista suizo Arnold Böcklin, de gran influencia sobre los surrealistas (Max Ernst, Salvador Dalí y Giorgio de Chirico, entre otros) y compositores tardorrománticos (como Serguéi Rachmáninov), separa a los músicos del resto del proscenio. Otras cuadros son proyectados asimismo sobre sendos biombos.
En el prólogo sin embargo falta algo de humor, pero después la obra alcanza el ritmo adecuado gracias a las voces de Stefan Heidemann, brillante en su interpretación del maestro de música, y Elena Sancho Perga quien hace una Zerbinetta muy ágil y flexible que deja boquiabiertos a los espectadores en su constante transformación: es la estrella de la velada, un diablillo que apoya eficazmente al director de escena.
Roberto Saccà y Karine Babajanyan © Hans Jörg Michel
La Orquesta Sinfónica de Düsseldorf, muy concentrada y ajustada al mando de Kober, interpreta a Richard Strauss a la perfección. Maria Kataeva encarna a un compositor con exquisitez. Los tríos masculino y femenino son un deleite para los oidos y cuando el Baco de Roberto Saccà estremece con su voz conquistadora y convincente a la vacilante Ariadna (una Karine Babajanyan algo distante y reservada), el fuego amoroso de la pieza se desata de forma incontenible. El final no podía ser mejor: libar nada menos que con Dioniso el mejor vino de la temporada. Las ovaciones y aplausos se prolongaron, con absoluto merecimiento, durante varios, prolongados minutos.
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