España - Madrid
Strepsils por Navidad
Fernando Galicia
Madrid, sábado, 22 de diciembre de 2001.
Auditorio Nacional. Joseph Haydn: Misa de Santa Cecilia. Orquesta di Brescia Vox Aurae. Coro Kontakion. Director: Giancarlo de Lorenzo; Cristina Miatello (soprano), Elena Traversi (contralto), Stefano Ferrari (Tenor), Andrea Patucelli (bajo).
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El último concierto del año del ciclo de promúsica nos trajo al coro Kontakion y a la orquesta di Brescia 'Vox Aurae' de la mano de Giancarlo de Lorenzo para interpretar la Misa de Santa Cecilia, de Haydn.Comenzó el Kyrie con un coro muy compacto, anunciando ya la que sería una formidable actuación por su parte. Acompañando, la orquesta, con un sonido muy suave; y el órgano, tan débil que a veces parecía más bien el sonido molesto de un móvil de algún despistado. En el Christe entró el primero de los solistas, el tenor Stefano Ferrari; su voz fue fina y delicada, pero tal vez poco potente para la ocasión. En la tercera parte de Kyrie, en vivace, entraron las voces masculinas del coro en una muy buena intervención. Les siguió el resto del coro, brillando especialmente en los pasajes fugados.A continuación venía el Gloria, la sección más larga de la misa, dividida en siete partes. En la primera de ellas se pudo ver una gran agilidad por parte de la orquesta (especialmente los violines). Los pasajes en pp del coro, y su posterior subida hacia ff, también merecen una mención. En la segunda sección, el 'laudamus te', entró la soprano, Cristina Miatello; su voz resultó demasiado 'fina' para la obra, y casi no se la escuchó. La tercera parte pasó sin pena ni gloria (valga la redundancia), si bien destacar que el fugado estuvo bien interpretado. En la cuarta sección se pudo ver el primer 'conjunto', con la intervención de la contralto, Elena Traversi, junto con el tenor y el bajo, Andrea Patucelli.La tónica general fue la de la poca potencia vocal, a excepción del bajo, que realizó una interpretación excelente tanto en el aspecto vocal como pulmonar. En la quinta sección la contralto cantó junto al coro: se la vio mejor ahora, y la verdad no era fácil, pues el coro se mostró inconmesurable toda la noche. La orquesta comenzó de manera brillante la sexta parte del Gloria, el 'Quoniam'; sin embargo, fue también en esta sección donde me di cuenta de que realmente a la soprano se le quedaba muy grande la obra: poca voz, y mal en los pasajes de agilidad, compensándolo, eso sí, con una gran cantidad de aspavientos. No tuvo su noche. Lo arregló de nuevo el coro en la séptima sección, sobre todo los tenores y bajos, con unos excelentes fugados y con unas entradas sucesivas de las voces dignas de elogio; y si antes destacaron en los pianíssimos, ahora lo harían en las partes escritas en ff.El Credo, con estructura tripartita, representó lo mejorcito de la noche. En la primera parte el coro se comió por completo a la soprano, que seguía haciendo de las suyas. Hay que decir sin embargo que ahora le costó mucho menos, pues el credo presenta menos dificultades técnicas que el Gloria. La orquesta estuvo muy correcta acompañando a las voces, sin sobrepasarlas en ningún momento y sin acaparar la atención. La segunda parte se divide a su vez en otras dos: en la primera el tenor y la orquesta interpretaron la que seguramente fuera la parte más dulce y melódica de toda la misa, a la que seguiría el conocido 'Crucifixus', a cargo de la contralto y el bajo, en la misma línea que la anterior, y en la que destacó más el bajo gracias a su mayor potencia. No por ello hay que restar mérito a la contralto, que estuvo también a gran altura. La tercera parte del credo, también dividida a su vez en tres partes, comenzó con un vivace fugado con una orquesta muy ágil y que realizó un trabajo conjunto con el coro muy bueno. Después vendría un dúo entre el tenor y la soprano, que seguía sin poder con la obra (lo que la relegó a un plano completamente secundario), acompañados por el coro y la orquesta, y que dio paso a la conocidísima 'Et vitam venturi saeculi'; fue la mejor de toda la obra, con una orquesta y un coro realizando un gran conjunto, muy ágiles en todo momento, y que supieron solventar de manera brillante todas las dificultades contrapuntísticas que plantea dicha sección, un vivace fugado. Tremendo.El Sanctus presenta un coro que acapara la sección entera. Dividido en dos partes, la primera, muy breve, no tuvo mucho que resaltar; no así la segunda, el 'Benedictus', con un coro que realizó unas estupendas subidas desde pp a ff, para firmar un fragmento de gran belleza (para algunos precursor del Lacrimosa del Réquiem, de Mozart).El Agnus Dei, última parte de la misa, fue algo brevísimo. Comenzó con el bajo recitando la primera parte de la sección, muy bueno tanto en voz como en potencia sonora, que dio paso al coro para que culminara su magnífica actuación, poniendo el punto y final a la obra con una fuga.Así pues, muy buen concierto, con un gran coro y orquesta, aunque con unos solistas a los que, pese a su buena voz (excepción de la soprano, incapaz ante una obra que se le quedó muy grande), les faltó potencia en general. Fue muy aplaudido, especialmente el coro, cuya interpretación no pasó desapercibida por la gente que se dio cita en el Auditorio esta noche. El director, Giancarlo de Lorenzo, estuvo muy correcto en su papel, y también recibió el aplauso del público.Para concluir estas líneas, y a riesgo de infringir el libro de estilo de Mundoclasico.com, me gustaría hablar un poco más del Fenómeno Auditorio, algo inaudito entre el público filarmónico madrileño: el tema de las toses entre sección y sección del concierto empieza a ser ya algo preocupante. Es inconcebible la falta de respeto que se tiene hacia los músicos e intérpretes, tanto en este concierto como en cualquier otro. Ayer, sin ir más lejos, el director y el coro tuvieron que amagar el comienzo de alguna sección para tener que esperar después, atónitos, a que concluyera el 'otro concierto' que tenía lugar en las gradas. Y es que visto que la gente que acude a los conciertos no se da por aludida (yo creo que incluso, por desgracia, se está convirtiendo en un signo de distinción entre todos esos que acuden al auditorio a aparentar ser alguien distinguido), tal vez sería conveniente cambiar la política de entradas, y regalar con cada una un par de 'Strepsils'. Tal vez de esa manera se pueda suavizar la garganta de unos cuantos, y de paso la imagen cada vez más impresentable del público madrileño que unos cuantos se empeñan en alimentar.
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