Francia

Poco bella, muy durmiente

Elna Matamoros
miércoles, 9 de enero de 2002
Mónaco, viernes, 4 de enero de 2002. Grimaldi Forum de Mónaco. 'La Belle'. Coreografía: Jean-Christophe Maillot. Música: Chaicovsqui. Les Ballets de Monte-Carlo. Dirección artística: Jean-Christophe Maillot. Orquesta Filarmónica de Monte-Carlo. Dirección musical: Nicolas Brochot. Violín: Liza Kerob. Representaciones: del 27 de diciembre de 2001 al 4 de enero de 2002.
0,0001046 La idea original del coreógrafo y director de Los Ballets de Monte-Carlo, Jean-Christophe Maillot, de volver sobre la historia original de Perrault y tratar de superar la melosidad que la celebérrima historia de La Bella Durmiente ha desarrollado con el paso del tiempo, continuando la acción después del despertar de la protagonista y profundizando en la personalidad de los personajes, es más que loable. La intención de reorganizar la estructura musical y narrativa de Chaicovsqui (incluso añadiendo parte de su Romeo y Julieta), me parece osadía. El hacer un ballet de más de dos horas sin dejar que los bailarines bailen, es un completo disparate.Con este nuevo montaje, el coreógrafo francés continúa montado en el pasillo rodante que le lleva a una desintegración paulatina de la danza, supuestamente en aras de un enriquecimiento expresivo y estético de la obra, supongo; pero nada más lejos de la realidad, porque aquí ni se baila, ni se cuenta, ni lo que se ve es agradable a la vista, aunque todo sea carísimo. Por un lado tenemos a los bailarines: la maravillosa Bernice Coppieters esta vez ni se ha puesto las puntas - y aún así, derrocha técnica y calidad cada vez que se mueve - y como tiene la 'suerte' de ser la musa sobre la que se crea, cuando Maillot tiene una buena idea la desarrolla sobre ella, por lo que le toca sufrir las inclemencias de tramoya y efectividad escénica. Su entrada en acción, durante el maravilloso Adagio de la rosa, dentro de una burbuja y rodeada por los pretendientes, es de gran efectividad y belleza plástica, pero resulta demasiado exprimida; al igual que el paso a dos del encuentro con el Príncipe (Chris Roelandt), coreografiado sobre un beso que se estira en todas direcciones y que, por muy sensual que sea el efecto visual, termina por ser extenuante. Del resto, tan sólo los ocho pretendientes y la siempre deliciosa Paola Cantalupo (el Hada de las Lilas), logran esbozar alguna frase coreográfica en condiciones; una auténtica lástima si tenemos en cuenta que, "según cuentan los viejos del lugar", los integrantes de esta compañía no son sólo cuerpos perfectos, sino que también saben bailar; es de suponer que los rumores son ciertos, a tenor de los ballets que cuentan en el repertorio de la compañía (aunque estén guardados bajo siete llaves) y los maestros invitados de lujo que disfrutan, pero nos gustaría verlo con nuestros propios ojos.La escenografía de Ernest Pignon-Ernest y la iluminación de Dominique Drillot (de bellísimos resultados) cubrieron el expediente y dieron el efecto ambiental adecuado que Maillot necesitaba para poder "no hacer" coreografía, pero sin duda el vestuario de Philippe Guillotel se llevó la palma de oro imposibilitando la visión del movimiento de los bailarines y tapando cualquier esbozo de línea estética que pudiera asomar en sus atléticos cuerpos. Si exceptuamos a los ya citados pretendientes de la protagonista y a la hermosísima Cantalupo, de los demás no se escapaba ni la diosa Bernice, que ni vestida de salamandra futurista consigue no destilar elegancia y personalidad.La Orquesta Filarmónica de Monte-Carlo, bajo las órdenes de Nicolas Brochot, no logró escapar del maleficio de inexpresividad que envolvía toda la obra, y ni siquiera el cumplido (pero nada más) solo de violín del tercer acto de Liza Kerob logró hacer saltar la reacción de los espectadores, que se mantuvieron en absoluto mutismo hasta que cayó el telón y entendieron que debían aplaudir.Resulta bastante peculiar que un montaje de las dimensiones de esta Belle, por una de las compañías de danza con mayor presupuesto del mundo, y que supuestamente cuenta con los mejores profesionales en su plantilla, ofrezca cualquier cosa menos danza. Esperemos que este viaje a ninguna parte que ha iniciado su director y coreógrafo, Jean-Christophe Maillot, tenga un retorno rápido hacia sus orígenes y permita tanto a público como a artistas disfrutar de aquello por lo que están ahí, que si mal no recuerdo, era la danza.
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