España - Galicia

Alcanzar lo imposible

Hugo Alvarez Domínguez
viernes, 19 de junio de 2015
A Coruña, sábado, 6 de junio de 2015. Palacio de la Ópera. Ermione, acción trágica en dos actos de Gioacchino Rossini, con libreto de Andrea Leone Tottola. Estrenada en el Teatro San Carlo de Nápoles, el 27 de Marzo de 1819. Reparto: Angela Meade, soprano (Ermione); Michael Spyres, tenor (Pirro); Barry Banks, tenor (Oreste); Marianna Pizzolato, mezzosoprano (Andrómaca); Nicola Ulivieri, bajo (Fenicio); Francisco Pardo, tenor (Pilade); María Lueiro, soprano (Cleone); Diego Neira, tenor (Attalo); Flor van der Sluis, mezzosoprano (Cefisa). Coro y Orquesta Sinfónica de Galicia. Alberto Zedda, director musical. Versión de concierto. Temporada Lírica de A Coruña. Ocupación: 70%
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La Temporada Lírica de A Coruña se apunta un tanto importantísimo corriendo el riesgo de volver a ofrecer en España Ermione –la sexta de las nueve óperas que Rossini escribiera para el San Carlo de Nápoles, y una de sus partituras más complejas-, después de casi tres décadas de ausencia en nuestro país. Si ya el hecho de levantarla ha de considerarse un reto, lo es más aún teniendo en cuenta que la Temporada hubo de sobreponerse a la caída progresiva de la totalidad del cast inicialmente anunciado, y, a pesar fue capaz de reclutar un reparto completamente nuevo y alcanzar –incluso quizá sin grandes nombres mediáticos- un éxito sin precedentes, que probablemente sea una de las funciones operísticas más importantes del año en nuestro país, por todo el cúmulo de circunstancias que en ella confluyeron: la rareza de la recuperación y el sobresaliente éxito artístico alcanzado.

Cuando Rossini estrena Ermione en 1819, el fracaso fue estrepitoso, y la obra durmió el sueño de los justos hasta que en 1987 el Festival de Pésaro se decidió a repescarla. El fracaso del estreno no es de extrañar, porque el Cisne de Pésaro desafió con esta ópera todas las convenciones estilísticas de la época, consagrándose como un verdadero adelantado a su tiempo: la estructura apuesta decididamente por fomentar lo dramático a través de la música, se requieren al menos seis cantantes de primer nivel para hacer justicia a la partitura, dispuestos a bregar con una escritura inclemente; y lo particular de la estructura de los números –casi siempre planteados como grandes escenas concertantes en los que destaca uno o más solistas más que como meras arias- hace que si alguien del elenco falla, el conjunto pueda naufragar. Puede que el público de Nápoles no estuviese preparado para algo de tal complejidad, pero hoy en día hay que saludar Ermione como una de las más complejas y elaboradas partituras de todo el catálogo rossiniano. Así las cosas, hay quien dice que montar Ermione en condiciones es un reto imposible; pero si esto fuese así, habría que reconocer que lo que se consiguió en la función coruñesa fue precisamente eso: alcanzar lo imposible. Porque esta fue una de esas veladas en las que todo, absolutamente todo, estuvo en el sitio preciso en mayor o menor medida.

Debutaba en Galicia y en el complejo rol protagonista la soprano estadounidense Angela Meade, que se está labrando en apenas siete años una carrera importantísima como diva favorita del Metropolitan de Nueva York. La parte protagonista de esta ópera requiere de una soprano dramática de agilidad en toda regla, no solo capaz de moverse cómodamente por una escritura de gran exigencia, sino además segura en los numerosos pasajes di forza que presenta el rol. Meade presenta una voz poderosísima, bien timbrada en toda la tesitura y nunca forzada en la emisión; además, tiene un gran sentido del belcanto, sabiendo administrar bien sus brillantes variaciones. Y, lo más importante, frasea con garra y ardor, creando un personaje dramáticamente pleno y convincente a través de la voz: una actriz vocal verdaderamente carismática. Se le puede reprochar quizá cierta falta de italianitá –la voz es de escuela típicamente americana-, y unas coloraturas por momentos imprecisas –aunque muy bien planteadas dadas las dimensiones del instrumento-, pero no deja de ser una primerísima opción para este rol. Su gran escena del segundo acto “Essa corre al trionfo…Amata l’amai” encendió razonablemente al auditorio, porque fue una demostración de medios y estilo de primer orden.

Es Ermione una ópera de tenores, en la que Rossini saca toda la artillería pesada dentro de sus experimentaciones con esta cuerda. La sensación de la noche fue la presentación en la plaza de Michael Spyres, en la peliaguda parte de Pirro, escrita para la vocalidad de baritenore, tan típica de los grandes dramas de Rossini y tan difícil de encontrar. Spyres se consagró como un verdadero baritenore con todas las letras, haciendo gala de una extensión de casi cuatro octavas, sirviendo peligrosos saltos interválicos con insultante seguridad, y cantando con homogeneidad tímbrica en todo el registro y un sentido del apoyo que hace que todo fluya de forma segurísima. El registro grave –con notas de extensión de verdadero barítono- es redondo y sólido, y el agudo es suficiente –aunque puede que no tan apabullante como el resto de la tesitura-. Y, más allá de esto, su sentido del legato es también ejemplar, mostrando que aquí hay un cantante musicalísimo. Cantar hoy en día su gran escena “Balena in man del figlio” como lo hizo él parece prácticamente imposible. Si bien es cierto que creo que es un cantante destinado a brillar en un repertorio muy concreto –el de baritenore rossiniano, quizá porque el agudo no es tan atrayente como el resto de la tesitura-, estamos ante un auténtico fuoriclasse para este tipo de roles: celebradísimo, y para mí el gran triunfador del reparto.

A la parte de Oreste –un tenor contraltino de tesitura agudísima e insistente en el do de pecho-, Barry Banks nos hizo rememorar al gran Rockwell Blake –experto en este rol y un viejo conocido de esta plaza-. Banks se lanza al vacío en este rol peliagudo, dando todas las notas, sin esconderse: puede que la voz no sea especialmente atractiva, pero es penetrante y segura en el agudo –squillante-, y responde a todos los requerimientos del rol sin fatiga aparente,. Su “Reggia aborrita!” –otro número imposible- mostró a un cantante aguerrido, y recordar al mismísimo Blake en un teatro en el que ha cantado tanto debe ser tomado como un importante elogio. Es, desde luego, otro cantante a tener en cuenta, claramente superior a muchos compañeros de más renombre que abordan hoy día este rol.

Completó la tanda de tenores principales el local Francisco Pardo, que se hizo cargo de la parte de Pilade –que no por ser más breve es menos compleja…-, salvando el escollo de manera adecuada y valiente, quizá no sin esconder cierto esfuerzo. Pero se trataba de una prueba de fuego que debe valorarse como claramente positiva.

Marianna Pizzolato –que volvía a La Coruña tras una ausencia de nueve años en los que ha crecido muchísimo como artista- sirvió una Andromaca llena de musicalidad con un timbre hermosísimo –cálido, personal y homogéneo-; con un registro central redondo y un agudo muy bien resuelto. Una voz, en suma, que seguramente luzca mejor en los pasajes de canto spianiato que en los de coloratura: por eso la escritura de este rol le queda tan cómoda y hace que luzca tan bien. Además, empastó de manera formidable con sus compañeros en los conjuntos.

En el rol de Fenicio, Nicola Ulivieri –otro viejo conocido del público coruñés, que regresaba tras larga ausencia- sigue siendo el bajo sólido de siempre, si bien la voz –hoy de color más claro que hace algún tiempo- seguramente ha perdido algo de aquella rotundidad del pasado, característica que queda sobradamente compensada por su conocimiento y refinamiento estilísticos.

En la nómina de comprimarios, la jovencísima María Lueiro defendió con aplomo la parte de Cleone, mostrándose al inicio de una carrera que seguramente dará muy buenos frutos con un interesante material de soprano ligera, brillante en el agudo y de óptima proyección; mientras que tanto Diego Neira (Attalo) como Flor van der Sluis (Cefisa) cumplieron sobradamente con los requerimientos de sus roles de menor compromiso, contribuyendo también al éxito de la velada. Muy en su lugar el coro de la Sinfónica de Galicia.

A sus 86 años, Alberto Zedda –que lleva ya 16 años consecutivos colaborando de manera asidua con la Sinfónica de Galicia: ¿para cuándo el homenaje que se merece?- no solamente es un ejemplo de vitalidad y entusiasmo, sino que continúa siendo la primera opción deseable cuando de dirigir Rossini se trata: su lectura –de gesto particularísimo pero aparentemente efectivo- es chispeante, llena de pulso dramático y cuidadosa con las necesidades de los solistas. Además –lo he dicho ya otras veces, pero hay que repetirlo- nadie entiende el concepto clave de crescendo rossiniano con la claridad del maestro milanés. Bajo su mando, la Sinfónica de Galicia –ampliamente reforzada-, tuvo una noche prácticamente impecable, a la que solo se puede reprochar algún exceso en la percusión o alguna imprecisión de los metales en interno en algún ataque. Por el resto, la orquesta rindió a gran nivel.

Algo menos de tres cuartos de entrada para una función importantísima por el riesgo en la selección del título, el excelente nivel obtenido y el desbordante –y merecido- éxito cosechado. Por proyectos como este –que creo no exagerar si digo que debería ser editado comercialmente- la Temporada Lírica de A Coruña se gana a pulso un lugar de peso dentro de la ópera nacional: por asumir el reto de alcanzar lo imposible y lograrlo.

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