Francia
Ejemplar final de trayecto
Jorge Binaghi
La versión musical definitiva es algunos meses posterior a la fecha que se indica ya que el factótum responsable de su creación (y de su éxito), Contin, al frente de los ‘Bouffes’, habiendo estrenado con prisa y forzado a su compositor a acabar la partitura con ayuda, retira la obra en pleno fervor de público y la vuelve a presentar en la temporada siguiente con toda la música a punto. Es decir la importancia que tiene el título que pasará luego a la actual casa convirtiéndose en uno de los pilares de la ‘última manera’ de la opereta francesa antes de su extinción.
Llegado al final de sus ocho años de feliz mandato, y con un año (al menos) por delante para los trabajos de renovación de la sala, Deschamps ha creído oportuno clausurar su experiencia recuperando esta otra obra fundamental del género poniéndola en escena (con adaptación de las partes habladas) y reservándose uno de los dos roles hablados, que, naturalmente, borda. La ovación que recibe su primera intervención (y parlamento) fue algo más que la demostración de aprobación por su interpretación. Como su pequeña y discreta nota de despedida al público lo dice, este hombre ha trabajado con entusiasmo y sin fatigo por un proyecto en el que cree (y sigue creyendo). El título de su contribución al programa de sala es claro: ‘La fantaisie à l’honneur’ (el sitio de honor a la fantasía, o `paso a la fantasía’, aproximadamente). Los que hemos tenido el privilegio de asistir al desarrollo de este verdadero plan artístico sólo podemos sumarnos al aplauso y, visto que de mosqueteros corteses se trata, los de la misma época pero menos fieros que los de Dumas, nos descubrimos y nos inclinamos en profundas reverencia. Aunque su caso es la excepción en la dirección de un teatro (lírico o no, pero sobre todo lírico), debería ser la regla.
Les Cris de París, Nicole Monestier, Doris Lamprecht, Paul Canestraro y coro © Pierre Grosbois, 2015
La obra es ligera, seguramente ‘menor’, irreverente más en su momento que ahora (pero en 1880, con el reciente laicismo, reírse de la educación que las mujeres recibían en el convento era una magnífica señal de salud, como también que un supuesto predicador -un mosquetero disfrazado y metido en el convento- un tanto achispado eligiera como tema del sermón las bondades del amor (y no del espiritual, precisamente). O que un abate, con algún que otro remordimiento, tuviera bien presentes las necesidades de la carne. Cosa que hoy a lo mejor no molesta a los mismos, pero puede seguir molestando, y eso importa. Aunque sea a ritmo de vals.
Sin orquesta propia, la Salle Favart cuenta con la colaboración, en este caso por coproducción, de otras instituciones. La orquesta de Toulon es buena, se divierte, y su director suda y canta con fervor cada palabra del texto sin olvidar de que no tiene cantantes de características excepcionales. Pero el hecho de que uno de los papeles principales femeninos lo cubra una alumna de la Academia de la Opéra Comique, y muy bien (Suire), habla claro de un buen nivel, como también varios de los papeles menores (lamentablemente, el Rigobert de Debois, simpático y desenvuelto, requiere aún de mucho trabajo vocal).
Anne-Catherine Gillet y Ronan Debois © © Pierre Grosbois, 2015
De los conocidos fue un placer reencontrar a un Leguérinel ahora algo menos joven pero igualmente entregado y divertido, y a una Gillet que sigue cantando con brío y gusto y dando vida a una desenfadada camarera. Guèze sigue siendo una voz de tenor importante y actúa bien, pero hay una cierta brusquedad en los ataques de los agudos totalmente innecesaria. Canturri es una delicia de ver y tiene una voz agradable; ignoro qué ocurre cuando aborda (si es que lo hace o lo hará, supongo que sí) roles más exigentes porque el volumen no es mucho y sobre todo la extensión y la emisión del agudo resultan precarias aunque aquí casi pase desapercibido. Muy interesante la desfachatada Louise de Dennefeld (como artista y también como cantante), y como siempre memorable la impagable Lamprecht que a veces sin cantar ni hablar (por ejemplo con un conejo -de peluche- en la mano) obliga a reparar en ella. La Superiora de Monestier es formidable, casi tanto como el ya mencionado Gobernador de Deschamps.
Jérôme Deschamps, Les Cris de París © © Pierre Grosbois, 2015
La puesta en escena de Deschamps es ágil, llena de guiños al espectador, sin renunciar a efectos cómicos probados y tradicionales, pero con un gag maravilloso: el crucifijo del convento. Resulta que Jesús es un figurante (Paul Canestraro) que se mantiene inmóvil durante buena parte del acto hasta que llega la hora de la comida y entonces baja a buscar su almuerzo. Ante la mirada extrañada de los visitantes que ven una cruz vacía, Sor Opportune-Lamprecht responde con flema: “no os preocupéis; vuelve después de la pausa de mediodía” (cosa que, efectivamente, se produce). Uno piensa en lo que ha tenido que pasar una sociedad para reírse sin problemas y sin ofensa ninguna a la religión o al sentimiento religioso, piensa en Charlie Hebdo, en el auge de Fuerza Nueva (vaya nombre), se rasca la cabeza confuso, pero espera que lo que se ha conseguido y aún se mantiene, siga. A ritmo de vals o de can can. Gracias a obras y a artistas y directores como éstos. En dos años continuará. No importa quién lo cuente; alguien siempre habrá en algún sitio. Llegados a un punto a uno lo tranquiliza que instituciones y obras nacidas de otros seres humanos finitos hayan conseguido llegar hasta donde han llegado (tres siglos de la Salle Favart) y seguramente se proyectarán al futuro cuando todos hayamos pasado.
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